Mi hermana es mágica,

viene de otro mundo.

Su calidez es una ventana. 

Desde ahí podes asomarte y mirarla.

Un poco y un rato.

Le gusta estar en silencio

y con ella misma.

Dios sabe qué cosas pasan por su mente.

A veces quiero adivinar

y le pregunto, y la interrogo.

Intento descifrar sus muecas, sus miradas y sus dolores.

Me parece que calla la mayoría de las veces. 

Desde este lado, 

pareciera que tiene tantas cosas guardadas que no dice 

que sin querer se le van a salir las palabras por los ojos. 

Ella es mágica. 

Lo sé desde que la conozco.

Es magia en secreto y para ella.

No lo hace a propósito, 

intencionalmente.

No necesita decirle a la gente,

contarle a la gente,

saber qué piensan ellos.

Los demás no importan en su mundo.

Y la admiro por eso. 

Vive según sus propias reglas,

su punto de vista

y su manera de ver el todo.

Es fragilidad, arte y memoria.

Y lo sé también, ella lo desestima. 

La forma en que ve las cosas

y la forma en la que siente el tiempo. 

La manera en que se para ante un mundo que tira y empuja y obliga y somete.

Y ella dice: «no, a mi tiempo». 

Siempre a su tiempo.

Y a su manera. 

Y eso, para mí, es magia. 

En un mundo como el de hoy,

en este «mundo moderno»,

mi hermana representa el amor, la ternura y el arte.

Y eso…

Eso para mí es lo eterno.