Ya no duele.
Me acostumbre a despertarme, una y otra vez, culpando aquel, delirante, destello, cual invade por la tímida franja, escondida entre la puerta y la pared, reflejando(me).
Mirar al costado, buscando tus festejos, en mis aciertos, dejó de ser rutina. Hace tiempo que no detengo las agujas del reloj, intentando evitar tus tardanzas. Se agotó la tinta, cual te dibujaba en esas fotos, donde yacías ausente. Comencé a pagar nuestras deudas, utilizando lo más reiterativo que enseñaste, pero un imitador jamás alcanzará el nivel de un autor original, menos quien viva tan bien su arte, como vos lo hacías.
¿Cuándo dejare de temer cerrar esa puerta? Quizás mañana, pero hoy, y hasta que suceda, ha de conformarme con este, penoso, intento de mentir(me).
Algún día ¿El aprendiz logrará superar al maestro?