Triste y poco sensato relato este corto cuento. El de aquella noche donde un conde, de poca elegancia, decidió una fiesta organizar. Colgó sus mejores cortinas, aquellas adornadas con un sentimiento especial. Escogió las mejores comidas que pudo costear, no sabría si lo iban a saborear, pero estaba seguro de que hambre no iban a pasar. Por estar acorde a la situación, se puso un traje muy elegante pero sin comodidad, para nada de su gusto, dado a que como anfitrión una buena imagen debía dar. Inocente fue el conde en pensar que todo eso iba a bastar para a sus invitados alegrar.

Llegó el día, cayeron varios, no todos ya que algunos se rehusaron a caer a un castillo tan cutre. Los recién llegados se repartieron en ambos lados de la mesa. A la derecha los avaros fantasiosos, fieles creyentes de que el conde les daría fortuna, más lo que no sabían que el dueño de la casa en miseria abunda. A la izquierda los curiosos que se preguntaban los motivos de tal reunión, cuestionándose la benevolencia del anfitrión.

El conde les dio la bienvenida con una gran sonrisa, a la que sus invitados respondieron de forma irrespetuosa al preguntar ¿Dónde está el servicio doméstico? A lo que el respondió que de eso carecía, todo lo que verían esta noche seria fruto de su organizador. El público soltó una carcajada, acto seguido felicitaron al presentador de la velada por tan buen chiste. Para acompañar su gran desubicación llegó otra, los invitados descreyeron su veracidad: Si fue usted quien preparo todo ¿Por qué puso tan horribles cortinas? ¿Acaso no vio que están manchadas? Un par de sillas ubicadas a la derecha se vaciaron después de ver las telas colgadas. Con esos interrogantes y actos la sonrisa del conde desapareció. Desanimado respondió que el les guarda un gran aprecio, porque siempre han estado presentes cada vez que recibía una visita, y que cada marca le traía el recuerdo de aquellas reuniones. Un chiste se escuchó en el fondo: Díganle al señor que el aprecio no se lo quita ni el agua, ni tampoco el jabón. Enojado e impulsivo el dueño del lugar se puso en posición de interrogante y les grito lo siguiente: ¿Todos en sus casas tienen las cortinas limpias? Lo que causo que esta vez sillas de la izquierda se vaciaran, pensando que eran burlas hacia sus viviendas. Al no saber que hacer, el conde se retiro para buscar la cena.

El señor le sirvió a cada invitado una porción, con la que supuso que se iban a satisfacer. Decepción le causaría al conde saber que no poseían hambre de comida, y lo que buscaban con sus pertenencias él no iba a poder llenar. Esta vez al ver la comida ambos lados de la mesa se empezaron a vaciar. Los del lado izquierdo asustados cuestionaron: ¿Nos quiere envenenar? Mientras que los de la derecha afirmaron que perdieron su tiempo viniendo aquí. El, ya agotado, conde preguntó: ¿No les gusta lo que prepare? Y entonces los invitados avaros se les volvieron a reír diciéndole que para comer aquello se hubieran quedado en sus casas, mientras que los curiosos le interrogaron lo siguiente: ¿Cree que nos gusta esto por ser más pobres que usted? Ya exhausto el anfitrión les confesó que sus intenciones eran solo compañía. A lo que ambos lados de la mesa soltaron carcajadas.

Ya harto del comportamiento de sus visitas, el dueño exclamó: Me puse este incomodo traje para recibirlos en mi casa y lo único que yo he recibido son burlas ¿Sería mucho pedir un mínimo de apreciación por la velada? Y ese fue el último empuje para que las sillas de la derecha se vacíen completamente al darse cuenta que el conde no tenia la fortuna que buscaban, no sin antes decir: ¿Qué conde no está acostumbrado a vestir elegante? Posterior al interrogante lo acusaron de fraude. El lado izquierdo apoyó el disgustó, tomando este acto como si fuera de dudosa moralidad, cuestionando si el castillo realmente le pertenecía a él, o si lo usurpó del verdadero conde. Así fue como la mesa quedo completamente vacía.

Llegaron las doce y todos se habían ido, como viles cenicientas se marcharon, pero en vez de un calzado dejaron una mancha más, tal vez en las cortinas o quizás en el conde, pero esta vez no la iba acompañar un recuerdo agradable. Así nuestro protagonista levanto su copa y exclamo: A ti por si las dudas, por si deseas volver y brindar… Aquí te espero en la misma mesa donde en plena cena te indignaste y te fuiste, dejando medio plato y el postre en camino. No un postre rico en sabor sino en metáforas, a ti te hablo que en tu conciencia ha quedado las manchas que en mi casa has dejado, vaya a saber en ti si me has dejado buen recuerdo o uno malo.

¿Sus cortinas también están manchadas de recuerdos?