Vivimos en época de hambruna. No alimenticia, sino intelectual. Muriendo escarbando por migajas de saberes para satisfacer necesidades innecesarias; buscando conocer un todo para morir atragantado en él. Allí es donde lo humano se vuelve sinónimo de estupidez, llevándonos soberbiamente hacia una terquedad de la cual nunca querremos estar. El dulce masoquismo de la humanidad.
Siempre estará más seco quien no sepa que la calle se volvió a inundar antes que los sedientos de empirismo husmeando en la ventana. Es en estas catástrofes experimentales donde uno comienza a comprender que, a veces, la ignorancia es lujo y no vulgaridad.