La inexperiencia viene acompañada por un deseo solemne de conocer, pero el precio a pagar por ese conocimiento es la experiencia, la cual termina con intenciones de desconocer, para así volver a ser lo que alguna vez fuimos.

Uno aprende que las canas no vienen solas, acercándonos al día que, fatigados por el desdén de lo novedoso, colguemos el sombrero de aventurero. Facilitando más el recordar fracturas viejas, antes que cuidarnos para evitarlas. Reluciéndose aquel masoquismo humano, donde sucumbimos a penumbras pasadas por miedo a futuras, provocando que la nostalgia tiña de buen sabor los malos tragos.

Simulando una (tragi)comedia griega, comenzamos queriendo avanzar para llegar a aquel lugar en cual terminaremos suplicando por regresar al mismo día en el que decidimos dar ese primer paso.