1
Güiraldes y yo
(Motivo)
A mi zamba le pusieron el nombre de otro (casi un despropósito). Sin embargo confío en que La Gran Restauradora lo arranque de raíz. Siempre, casi siempre casi, el folclore se empeña en darme la espalda, y ahí sí digo: debo decir a mi favor (que todo argento se reconozca en mí) que me paso todo el día viendo la luz mala y ¿qué otra cosa es un gaucho?
(Reunión)
En las festicholas sin motivo siempre aparece Don Ricardo con el rabo entre las patas, parece que se tapa el hueco para evitar que la luz mala le entre. Atildadísimo, lleno de acentos en la cara y por todas partes, se pavonea como patrón y siempre algún acto de buena fe comete. Se arrima a las rondas con comentarios filosos entre manos y se declara adorador de los mitines. Siempre me encuentra y comete conmigo, me aplasta con la pesada sombra de Don Segundo (Y Aquí Todo Es Mayúsculo), me hace el clásico ombú.
El viejo es un óleo despanzurrado en la sala de una casa, sin una pizca de viento que mueva la hierba del paisaje. Pero la pampa se abre en dos, se raja de lado a lado para que brote el hierro forjado de una enorme terminal de trenes, una nueva Constitución, que se empeña en tapar con otra quieta capa de pintura. Y ahí llega Arlt (de aspecto adusto, de macho fracasado recién salido de las sombras de un lupanar) y con su navaja le tajea el lienzo esperando nuevamente Constitución abajo. Salen sólo achuras asadas y obreros masticadores que nos comen a todos.
(Postre)
Lindo, como las encías brillantes y vacías de algunas de mis amigas de la secundaria, las que hablaban un perfecto inglés. Con la inutilidad de creer que no fue nombrado se relame en algunas bocas de focas. Cuelga también de los bigotes. Pura fafarrucha, mezcla de hongo, algo de calcio y un australiano con cara de nada.
Fastuoso entre dos tetas escamadas se engolosina con su aspecto atípico.
Lo peor: no tiene nada de raro, nadie encuentra la particularidad, nada lo distingue como al resto de las cosas. Encorvado, alguien se atrevió a decir, jamás se pudo calcular la curva. Puto y maloliente pareció acertado en un comienzo, pero muchos se tentaron y les puchereó el ojete.
(Sobremesa)
Arlt declama en tono coloquial sus fantasías de masas entre todos los milicotes que le dieron la oportunidad. Los agrede suavemente como en un juego donde les tocó ser víctimas, los viejos se dejan. Güiraldes (orgullosísimo porta su diéresis) ya está disfrazado todo de cuero dispuesto al festín, quiere un muchacho con rastra contra el aljibe, cree prodigiosamente en el paisaje. Sufre y se divierte hasta el hecho en sí, que lo desanima hasta el infinito. Llegan su chongo y su puta colgados de otras garchas.
(Parte del final)
Fotógrafos y cronistas tocan en el clarín una musiquita de bienvenida, Caraffa dirige la orquesta, Güiraldes (ojos todavía un poco rojos) pide silencio para que hable el maestro. Don Leopoldo Lugones, al que nadie lo vio desembarcar en la unánime noche, ahora se hizo hippie y ordena fogón y guitarreada.
2
Reflejos en la escarcha
Tampoco hay campesinos acá.
¿Cómo se llaman? Hombres de bigotes dificultosos, falsos y separados cada uno de los pelos de la barba y los bigotes de esos tipos rústicos de dudosa habitabilidad pampeana que afeitan y emparejan sus dudosas barbas de pelos ralos en el reflejo de la escarcha de un tanque australiano muy cerca de una casa con la puerta abierta y una mujer en el hueco parada con los brazos en jarra mirando los tristes pelos de la barba de su macho que no son los de la barba corta y tupida y viril y deseable del dueño de todo ese ganado que cuidan todos los días sólo a cambio de dos churrascos diarios arrancados de esas miles de vacas a las que sólo les cuesta medio gramo de carne darles un par de churrascos a esos dos culosucios que las pastorean.
Reflejados en la escarcha, el patrón se lleva a la mujer, el morocho a cambio, cuatrerea algún animal.
3
Los maoistas tomaron la alcaldía
Tenían la cara fea como un dado. Acomodadísima. Se reflejaban miles de jetas rogatorias amparadas por peritos, cardenales, guitarristas y rastrillos. Una nube de berberechos salaba el cálido ambiente del edificio tutorial. Mientras, una ráfaga de siervitas perfumaban las butacas con sus conchas enrarecidas. Cazuela en las butacas hacía sopapita con el culo de los disertantes. Decían y ¡plof! saltaban gotitas que adornaban los discursos.
Y¡plof! saltaban discursos que adornaban la reunión.
El congreso cartográfico de ayer había dejado mapas desparramados, cartas natales, julianitas de hortalizas y un chaleco azul de escote en ve. Tiraron todo a flotar en el arroyo. Era una gran correntada de varios. Señoras pescaban, inventaban un shopping azaroso y fumaban largos cigarrillos negros, ahumaban el aire pesado. Se les caía un Kremlim en la cabeza.
Llovían lanzas que ensartaban un sembradío entero de habas. Declararon la guerra a los canillitas. Los hicieron papel maché.
Bloques integrados demuestran efectividad, llenan el patio de café, espantan a los muebles, descorchan zuecos, hacen renguear pupitres.
Tehuelches brotaron de los mosaicos, de las paredes y de los brotes de los almendros recién nacidos. Se mestizó todo el patio, baldosas de todo tipo se aparearon con los yuyos. Vacas gordísimas reventaban de ideas. «¡Viva la revolución!» gritó un puto y lo molieron a palazos.
4
Vigilante
Vigila y preña a todas las hembras para que no se vayan. Una prole inmensa, mocosa y terca se espera haga la revolución.
Dicen que el jefe bajó del monte con un paquete bajo el brazo. Un paquetote para repartir, para purgar a las agrarias hembras del lugar. Hacen más de tres veces por día («ensuciaron» grita la bataraza y ahí nomás aparece y las limpia) y así mantienen las tripitas limpias. Se resguardan sanas para la crianza de los futuros soldaditos.