Estoy de pie, vestida de negro, completamente dejada de lado

y todos pasan, al lado mío, me abrazan,

me dan el pésame. 

Estoy en tu funeral,

con un vestido que me queda precioso,

que vos ni siquiera hubieras admirado.

Estoy en tu funeral. 

Mis amigxs me contienen.

Me dicen que tu muerte no significa nada,

que las primeras veces es así,

que es normal que duela,

pero a mí no me duele del todo 

yo estoy en shock,

todavía con la esperanza de que entres

de que me llames 

de que digas que es mentira 

estoy en shock, todavía con la esperanza de que resucites. Como Dios, como alguna figura a quien debo devoción. 

Porque si era fiel a vos, 

¿Como pudiste abandonarme? Pienso. 

Nunca estuviste, me responden. Nunca estuvo.

Pero yo sé que no tienen razón. 

Pasa que ellxs no te amaban como yo. 

El funeral termina y yo vuelvo a casa.

Recuerdo todos los caminos de vuelta que hacíamos juntos. Recuerdo tu mano buscando la mía. Recuerdo cuando me mirabas con ternura, y la manera en la que tus labios articulaban mi nombre. Te recuerdo feliz. Te veo, todavía, en la esquina donde te esperé para aquella primera cita que nunca fue tal. 

Ni siquiera te debes acordar, pienso

ni siquiera vivo te hubieras acordado.

Entonces los recuerdos me atacan.

Entran a casa ni bien abro la puerta 

y se instalan como si todo les perteneciera.

Ahora estás en todos lados, sonriendo, riéndote, peleando, abrazándome. 

Puedo ver todos nuestros días, los primeros y los últimos. 

La ilusión con la que empezamos,

la fantasía que construimos, 

las mentiras que nos dijimos.

Estás por toda la casa con todas tus facetas y tus máscaras. Sonriéndome con indiferencia, cuidándome como si te resultara una carga, hastiado de mí y haciéndomelo saber. 

Puedo verte, cada vez más cansado, más agónico, muriendo de a poco.  

Puedo ver tu lenta muerte en cada risa, en cada pelea, en cada mensaje. 

Y no puedo verme a mí, pero lo siento, me siento morir, apagarme, pudrirme despacio. 

Todo el cuerpo me grita que pare.

¿Sabes qué? 

Camino hasta la pieza, 

hasta la cama que compartimos, 

y observo no solo como te fuiste diluyendo, 

sino tus intentos de asesinarme. 

Recuerdo también eso. 

Y te odio. Te odio por no haberme ofrecido una muerte digna.

Por no haberte muerto solo y rápido. 

¿Por qué tuviste que intentar llevarme con vos? 

¿Por qué tuviste que destruirme?

Rompiéndome la psiquis,

dejándome con un último mensaje, para que me carcoman los pensamientos, como moscas. 

Y te pedí, te rogué que vinieras, que nos viéramos. Porque todas las veces anteriores, cuando era yo quien sostenía la daga y vos quien pedía piedad, yo fuí. 

¿Te acordás? 

Me acuerdo. 

De abrazarte mientras llorabas, de decirte que todo iba a estar bien. De consolarte.

Y te consolé todas las veces, porque me habías pedido que así no, que necesitabas verme, 

que así no

¿Pero cuando yo te lo pedí? 

No quisiste, me bloqueaste. 

Como si no fuera nada. 

Como si yo no hubiera hecho nunca lo que te pedía que hicieras por mí. Y no entiendo por qué.

Si sabías lo doloroso que era, 

¿Por qué no aceptaste verme? 

¿Por qué me traicionaste así?

Me dejaste por mensaje y aún así fui a tu funeral.

Mis amigas me dicen que soy demasiado buena.

Demasiado estúpida. 

Esas primeras veces que no atendiste mis llamadas tuve que haberlo sabido: 

me querías muerta. 

Pero yo seguí intentando. 

Quería asegurarme. 

Y me aseguré. Te busqué. Viniste.

Volviste solo con la condición de no hablar, me dijiste, con la condición de que no te pida volver.

¿Volver a dónde? ¿A quién? 

Hubiera sido imposible. Estabas descomponiéndote, volviste, pero ya no eras vos, 

¿A dónde hubiera vuelto? Me pregunto ahora. Pero en ese momento no lo supe ver. Así que te lo pedí igual. Te rogué que volviéramos, porque ahora podía ser distinto, pensaba,

ahora que veía el problema iba a poder darte lo que me pedías,

todo el tiempo que me pedías, el espacio que me pedías, 

pero ahora ya es tarde, me dijiste. 

Y lo era. Te estabas muriendo hacía rato. 

Perdón. No lo supe ver. 

Quise que fueras mío a toda costa,

quise retenerte, como al tiempo, 

pero ya habías tomado una decisión,

y no pude entrar más.

Construiste una pared entre vos y yo,

con cimientos viejos, me dijiste, 

porque lo venías pensando hacía mucho,

me dijiste. 

Y ahí me terminaste de matar.

¿Sabes qué? No te odiaría tanto ahora si no hubieras sido tan hiriente al final. 

Pero pienso que fue lo mejor. 

Ahora cada vez que te extraño me acuerdo de todo, y el dolor es tanto que me impide volver.

Al final, me hiciste todo más fácil. 

Te lo quiero agradecer. 

Gracias. Gracias por decirme que era tarde, que cumplimos un ciclo. Gracias por negarme todos mis intentos. Gracias por hacerme saber que tenías miedo, porque no querías pensar que con veinte años esto era toda tu vida. 

No quiero pensar que con veinte años esto es toda mi vida. 

Gracias. Lo necesitaba. 

Gracias por decirme que querías estar solo, y por negarme que hubiera alguien más. Sé que no había, sé que solo querías admirarte, como siempre. No hubo nadie, no. Me dejaste para estar solo, me dijiste, para volver a vos. Y eso lo hizo diez veces más doloroso. Gracias.

Gracias por decirme que si tenías que pasar diez años solo ibas a estar bien con eso. Porque pasar diez años solo debe ser mejor que conmigo, pienso. Estar solo era mejor que estar conmigo.

Gracias. Ojalá se te cumpla el deseo. 

Gracias por haberme dejado. 

Te agradezco honestamente. 

Yo no hubiera podido. No podía. Lo intentaba, pero al principio me convencías, y después, cuando te diste cuenta que ya no querías convencerme, era todo más de lo mismo, ¿No? 

Si estuvieras vivo me dirías que sí, estoy segura. 

Estarías de acuerdo conmigo. 

Porque al final, todo fue lo mejor. 

Te agradezco, gracias por haberme dejado.

Sino, yo hubiera seguido para siempre. 

Te amaba demasiado, me causabas demasiada ternura, demasiada pena. Te quería demasiado. Me conmovías demasiado.  Y cada vez que llorabas se me rompía el corazón, y cada vez que me pedías que no, tenía que evitarte el dolor. 

No pude hacer lo que vos, 

no fui capaz de empuñar la daga. 

Por eso te doy las gracias. 

Gracias por sacarme de esa mentira, de ese laberinto lleno de bestias. Porque yo me hubiera quedado a vivir ahí para siempre con tal de no lastimarte, con tal de no salir de mi zona de confort. Y hubiera esperado para siempre un milagro imposible, hubiera amado quien sabe cuánto tiempo a alguien que tenía miedo de que yo fuera lo único en su vida. Hubiera amado a un prisionero, y me habrías amado con miedo.

Así que gracias. 

Fuiste necesario. Y todo este dolor. 

Estoy aprendiendo. 

Ahora sé que no tengo que permitir que me den menos. Sé que tengo que regularme, que tengo que aprender a ser independiente. Sé que tengo que valorar mi soledad, no con devoción como lo haces vos, pero sí con respeto. Sé que tengo que sostenerme a mí misma, y no esperar que otros lo hagan. Sé que tengo que bancarme. 

Y, a pesar de toda la culpa que siento, y a pesar de todo lo malo que hice y dije, 

ahora sé que ni toda la soledad del mundo te habría traído paz. Porque el problema no era solo yo. Ni toda la soledad del mundo va a traerte paz. Ni todo el espacio te va a parecer suficiente. Ni todo mi amor nos habría salvado.

Ahora lo sé. Gracias.

Gracias por morirte. 

Fue el último acto de amor que pudiste darme, y te lo agradezco. Yo, a pesar de todos mis intentos, me aferraba demasiado a la vida, al amor, a lo que creí era mi gran amor. Al para siempre.

Y no hubiera podido irme nunca, porque estaba demasiado cegada. Porque pensaba: nadie va a amarlo como yo. Y es cierto. Nadie nunca va a amarte tanto como yo. Pero vos eso ya lo sabés, lo supiste siempre, y te fuiste igual, así que capaz ya no te daba tanto miedo. Capaz ya no te da miedo. Espero que no. 

Espero que nunca nadie te ame como yo, 

porque te amé mucho, pero capaz lo hice mal. 

Y yo, a pesar de todo, quiero que te amen bien algún día, cuando dejes de amar tu soledad por sobre todas las cosas. 

Cuando seas capaz de amar incondicionalmente, espero te llegue alguien que lo haga también. Alguien distinta. Que te recuerde a mí, pero que sea más buena, más tranquila, más adecuada para vos. Alguien que pueda darte lo que te mereces, y a quien puedas darle todo lo que te enseñé. Porque quiero creer que te enseñé algo. Varias cosas, espero.

Espero haberte enseñado a amar más, a tenerle menos miedo a lo que sentís, a hablar las cosas, a que no siempre tenés que estar solo, a que el amor no es eso que intentas hacer a medias, a cocinar, no sé. 

Espero hayas aprendido algo y me puedas dar las gracias en algún momento.

Yo, mientras tanto, voy a seguir trayéndote flores hasta que me olvide el camino. O hasta que se me vaya esta sensación, este deseo de que resucites. 

Porque todavía quiero que vuelvas, no creas que no. Todavía, llena de odio, de bronca, de dolor, todavía queda amor por vos vivo en mí, que se consume muy despacio. Todavía queda una parte mía que extraña el laberinto, y que te diría que sí, si resucitaras. 

Pero sé que no va a pasar, tranquilo,

sé que no sos de los que luchan. Aún si quisieras, sé que no volverías por mí. Porque no crees que valga la pena morirte de amor. Nunca lo creíste. 

La esperanza no estuvo ni va a estar nunca en tu vocabulario. Y es mejor así. Porque sí esto fuera al revés, yo ya te habría buscado. Ya habría movido mar y tierra para recuperarte. Ya habría resucitado. Te hubiera rogado, como siempre.

Y vos, ya lo sé, no hubieras podido rechazarme.

Porque me amabas demasiado como para rechazarme, pero no me amaste lo suficiente como para quedarte. 

Así que decidiste morirte, 

no de amor, sino de ausencia, de dolor, decidiste morirte en soledad.

Decidiste morirte a intentarlo de nuevo,

y te lo agradezco. 

Yo quiero que vuelvas, todavía te sigo esperando,

pero sé que no va a pasar, porque ya sea por cobardía o por plena convicción, sé que vas a elegir quedarte cómodo, sé que vas a elegir no hacer nada, sé que vas a elegir tu pacífica soledad a mi caótico amor, 

y por lo que sea, te lo agradezco. 

Te agradezco haberme dejado.

Gracias por ser fuerte por ambos,

gracias por morirte, yo no hubiera podido.

Todavía no puedo.

Parada estoy frente a tu tumba,

te dejo flores y observo tu nombre, mientras escucho tu silencio. 

Te doy las gracias por todo. 

Y te aviso que voy a seguir trayéndote flores hasta que me olvide de cómo llegar al cementerio, de cómo llegar a vos, o hasta que se me vaya esta sensación, este deseo de que resucites. O hasta que me sorprendas y vuelvas. O hasta que el mundo de los vivos me reclame de una vez por todas. No sé.

Lo que pase primero va a estar bien. 

Y si ya sabés que no vas a resucitar, tranquilo, voy a seguir llorando un rato más y después voy a volver a casa. 

Si estás preocupado dónde quiera que estés, tranquilo, el dolor va a disminuir algún día y voy a aprender a dejar de esperarte. Algún día, todo esto va a pasar.

Por lo menos ahora ya se terminó tu funeral,

solo queda el luto.