Quisiera poder escribir
sin sentir
que mis palabras son
puntas de flechas
dirigidas todas
hacia un mismo lugar.
Quisiera poder
contemplar el cielo del atardecer
sin preocuparme
en si vos lo estás mirando
o en si solo soy yo
la que te encuentra en los colores tenues.
Nunca te gustó
ser anaranjado
pero el cielo de las siete de la tarde
tiene tu nombre escrito para siempre.
Que ilusa
pienso ahora,
¿Cómo pude creer
que dejar de escribir poesía
me iba a resultar?
Si todo lo que me quedan
son mis palabras,
y el cielo
cuando pueda contemplarlo
sin llorar.
Quisiera aprender
a encontrar en mi silencio
la paz que mis pensamientos
no me dejan tener.
Quisiera poder
llamarme al silencio
y censurarme
con tal de no sangrar sobre los demás.
Pero nunca fui
de quedarme callada
y si quiero volver a mí
tengo que hacer ruido
para saber dónde estoy,
Para saber dónde me dejé
aquella vez
que me solté por tanto tiempo.
Quisiera poder escribir
sin entender
que mi lenguaje
sigue todavía envenenado.
La ignorancia
me haría libre
y mis palabras
se hundirían en la carne,
pero no puedo
siquiera pensar
en lastimarte.
Aún cuando sé
que al cielo no le llegan
mis flechas.
Aún cuando temo
que ya nada mío
pueda provocarte
siquiera emoción alguna.
Aún así,
todavía no puedo
afilar mi poesía
y entregarla al mundo.
Quisiera poder,
quisiera
querer
causarte dolor.
Y apropiarme así facilmente
del atardecer,
de mis palabras,
y de mí misma.
Quisiera poder
volver a ser mía,
pero todavía
te pertenezco demasiado.
Todo en mí
te espera demasiado.
Quisiera poder
elegirme a mí
pero no puedo.
Hacer que no me importe
pero no puedo.
Mi lenguaje
todavía sigue
demasiado envenenado;
pero es
sacarlo de mi sistema
con el miedo que eso me implica,
o dejarlo
pudrirme por dentro.