Vorágine I

Monstruos zinzagueantes arrasan y arrasan sin el pudor de un nudo en la garganta, palabras rojas no quieren que sepas su más íntimo secreto. Fructíferas enteliquias intentan sacar un bozal de odio enterrado hace mucho tiempo. ¿Qué dirán las incendiadas, las secuestradas, las escritoras, las poetas, las calladas? Si mi más sincero lápiz no logra comprender en palabra tanta sangre disuelta entre pasillos, escondidos, voces, escondidas.

¡Culpa sistemática! ¿Dónde estás gran compañera? Ni mi lápiz, ni mis lágrimas ahuyentan-disminuyen-desaparecen el silencioso terror de la gran represión.

Un cuerpo, mi cuerpo, sus cuerpos, intentan ser de nuevo un lugar de dominio político ¿será?

Una madre grita en los subsuelos de una ciudad censurada, abraza a una madre que también grita sin voz en el gran pozo de los cadáveres del pensamiento. ¡Cuidado! No las calles. Grito. Susurro. Grito. Susurro 

¿escuchás?

Matan de incomprensión, de ingratitud ¡tantos tiempos tristes! Mis dulces amores, mutilados, oprimidos, olvidados ¡palabra mundana amarilla! Un olvido acechante recobra compañía en tanta tierra secuestrada pidiendo por algo. 

Respiran una música de memoria parecida a un compás que dulcemente recorre el cuerpo ¡A mano armada mi general! Volvamos a matar lo que estaba muerto hace mucho tiempo, sangre volviéndose a impregnar en las paredes de una identidad agrietada y abandonada.

¡Palabra literaria! ¿Dónde estás? Mis poetas lloran, sus tierras despojadas, ajenas a sus nombres, susurran en una melodía prohibida. Una plaza sin nombre, hablo de la bestia genocida de la gran institución, carcelera, encarcelame, mi espina de estrago histórico. 

Pueblo caído, dormido, mundo de sombras federales, individuales, ¿cuál es tu nombre? Ella se dibuja, los dibuja, bocetos de cuentos militares ¿permitirá morirse otra vez?

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