Miré el oscuro cielo invernal

antes de recibir el golpe,

pero ninguna estrella me devolvió la mirada.

Las espesas nubes

y la llovizna intensa

se rieron de mi esperanza absurda.

Observé todo 

con la calma de siempre,

atascada en el mismo acontecimiento

desde que soy consciente:

mi cuerpo desgarrado en el suelo,

encadenado a su propia desgracia,

viendo cómo tu suela llena de barro

desciende directamente hacia mi cabeza.

El golpe me duele antes de recibirlo.

Ya sé cómo es esto:

me escupís las verdades en la cara,

                                          gorda, trola, maricona

caen como latigazos en mi cuerpo.

Recibo cada golpe,

físico y psicológico,

y observo cómo cada uno 

te llena de poder

haciéndote crecer como una montaña,

mientras que yo me voy desvaneciendo

lentamente.

Llevo tiempo preguntándome 

qué ocurrirá cuando me desvanezca por completo,

cuando mi cuerpo ya no exista

y no sea más que polvo y cenizas

en este campo inmundo

donde no habita nada más que mi alma,

donde no se escucha nada más 

que mis lamentos.

Pero vos estás dispuesta

a hacerlo durar toda la eternidad.

Parece que ya te diste cuenta

de que este juego 

se juega de a dos:

me necesitas para crecer,

te necesito para destruirme.