-¿Cuándo te vas?

-El jueves.

-¿Me dejás darte un consejo?

-Dale.

No te enamores en La Plata.   

 

VI

Te prometí un café en el Uno, la última vez que viajé lo conocí con mi mamá. Alguna vez te mostré la foto que le saqué. Imagino eligiendo un lugar cerca de la ventana para que puedas ver la cancha a través del vidrio mientras tomás tu café. Te hago preguntas. Me contestás con detalle sin dejar de contemplar el rojo del lugar. Me contás historias, te escucho con atención. Te hago algún chiste sobre tener una camiseta de river escondida en el bolso. Aprovecho algún momento en el que tu mano esté sobre la mesa para acariciarla. Sonreís. Terminamos la merienda y salimos para que veas tu templo más de cerca. Intento sacarte alguna foto desprevenido mientras observás las gradas, los arcos, el césped prolijamente cuidado. Te das cuenta. Te reís y me abrazás. Busco el brillo en tus ojos que imaginaba desde el otro lado del celular cuando te escribía mensajes y entendía que estabas feliz. Lo encuentro. Te beso. Caminamos de la mano hasta la estatua de Bilardo.

VII

También te dije que íbamos a caminar por la ciudad. Nos imagino cureoseando las estatuas que ya conozco y obviamente vos también; pero entre un actor cuyas emociones son tan permeables al arte visual y una estudiante de filosofía que encontró recientemente su flor en el jardín posmoderno seguro sale algún punto de vista nuevo. Imposible que no pase entre tanta convulsión estética de los alrededores de Plaza Moreno. Estamos abrigados porque el frío platense es más impregnante en julio. Charlamos sobre teatro, filosofía, me contás un poco más sobre el cine argentino, te cuento algunas similitudes entre el francés y el inglés. Cada tanto nos percatamos de la belleza de los acontecimientos que nos llevaron a vivir ese momento y nos abrazamos como si nos estuviéramos agradeciendo. Me gusta pensar que las muestras de afecto entre nosotros podrían funcionar ritualísicamente para venerar al arte de la espontaneidad. 

VIII

Me dijiste que me ibas a ayudar a expandir mi cultura general de cine argentino. Acepté sobre todo porque me conmueve tu sensibilidad patriota. Acá mi imaginación se tiene que esforzar más en crear un escenario. Imagino calles de tierra, casas chiquitas, un portón grande, un patio delantero o un porche. Cocinamos algo fácil, te propongo una pizza. Armamos algún trago con el ron que sobró del daikiri que me preparaste alguna noche previa. Nos sentamos en un sillón grande frente a una computadora o un televisor, elegís alguna obra de arte. Comentarios sobre la trama, el guión, las actuaciones y la paleta de colores. Cualquier posible escenario me entusiasma.

IX 

Jugar al pool fue el último plan que incorporamos. Damos vueltas alrededor de la mesa mientras nos seguimos con los ojos. No puedo dejar de mirar tus manos mientras le ponés tiza a la parte superior del taco. Te sonrío cada vez que me mirás fijo. 

X

Mi estadía se termina. Tengo que volver a Bahía o irme a Regina. Me da pena dejarte pero también tengo ganas de ver a las nenas, a mis viejos. Sólo ellos me suavizan la angustia del final del cuento; the last dance, en algún momento los actores dejan de ser personajes y vuelven a la rutina. Acto final. 

Por lo general mi cabeza se detiene acá, no quiero seguir indagando en esa escena. Apenas me visualizo hundiéndome en tu cuerpo como si pudiera esconderme de la pena adentro tuyo. Me aprieto fuerte contra tu pecho. Me aferro al tacto de tus brazos en mi espalda. Nos besamos en la terminal. El beso más intenso que voy a dar en mi vida. 

Viajo triste. Te aviso que llegué bien. Al otro día empiezan a salir fechas tentativas para nuestra segunda función. 

Show must go on.