Con yerba mate y papeles como escudo  

salí a enfrentar la vacuidad emocional que ilumina mis domingos,

que no se deja contaminar por el aroma de un sábado rebalsado por la espuma de una cerveza   

ni por fragmentos de productividad de un jueves   

ni por la presición de la conexión  

de instrumentos en un jazz sonando algún viernes.  

  

Una esencia dominguezca que no pretende dejarse acariciar   

por ninguna sensación que no sea efecto de una potencia melancólica.    

La escucho, amenazante,   

me mira fijo por si intento abrir las ventanas   

para volver a salir volando con humos de marihuana   

o con el vapor de una salsa hirvendo en una olla salvadora,   

con la finura de una manzana que me haga sentir en casa…  

  

«Ni lo intentes» parece decirme.   

  

Ya ni los libros aparentan capacidad de sostener mis almas temblorosas, 

ni a mis días de rosa 

ni a pupilas llorosas.  

  

No toqué ni una brújula 

y ahora pierdo la música, 

toda letra es mayúscula,

todo techo es de cúpula. 

Ya mis santos le rezan 

a unos versos en décima 

que socorran milésimas 

de tristezas tan pésimas.  

  

La siento trepar por las paredes hasta mi departamento ordenado (contradiciendo mis emociones),   

me sube por las piernas que nunca aprendí a querer,

me abraza apretándome el cuello

y le pregunto si es cierto   

porque pienso   

que tal vez   

aprendí   

a abrazar el domingo.  

  

«No».  

  

Sus manos se vuelven rojas

me están cortándo el oxígeno,

no reaccionan mis antígenos

mis musas están ansiosas,

le digo «¡Dejalas solas!

¡No te acerques ni un centímentro!

Llevá mi cuerpo terrígeno

que él suele dejarme rota

y terminá con las horas

de este domingo flamígero».      

  

Una luz que encandila 

(no sirvió para enigmas)    

me dejó de rodillas  

(se está ahogando en su risa) 

le pregunta entre riñas

(tan ególatra, brilla) 

a mi cara de niña 

(que hace rato escudriña):    

  

«Querida,

que no has sabido leer 

ninguna de mis partículas,

que cada vez que te encuentro 

siempre te dejo en el piso,

que tambaleás emociones

que se te ven tan ridículas,

que insistís en enfrentarme

aunque siempre yo te ringo,

avisá a tu calendario 

y a tus musas de película

que hace años te ahogaste sola 

y dejá en paz a los domingos».