Me hallaba tomando un café con leche, mientras miraba el atardecer a través del ventanal de la cafetería. Unos murmullos provenientes de la mesa de atrás irrumpieron mis pensamientos. No quería entrometerme ni escuchar su conversación, pero los jóvenes tenían un timbre de voz muy alto. Los escuché sin prestar atención hasta que uno de ellos dijo:
—No sé bailar cuarteto.
—Es sencillo —me dije por dentro y luego lo miré extrañado.
Si estuviera en Facebook reaccionaría con un “me asombra”.
Su acompañante sacó su celular y reprodujo una canción del potro Rodrigo. No sé si lo hizo para incentivarlo o para humillarlo, pero mi cuerpo se activó en modo cuartetero.
Mis caderas cobraron vida y latían de un lado a otro. Les pedí, les supliqué que pararan, pero las maleducadas hicieron caso omiso.
Caminé hasta la mesa donde se encontraban y les dije con voz firme:
—Instrucciones para bailar cuarteto —dije en un tono tan alto que todos los presentes se dieron vuelta en nuestra dirección. Extrañados, con una sonrisa amistosa, se olvidaron de su café e inclinaron su cuerpo hacia mis pies.
—Primero y fundamental, tener una canción cuartetera en algún dispositivo donde se pueda reproducir y darle play. No vaya a ser cosa que quieran bailar cuarteto arriba de una pista de Ricardo Montaner. —Carcajadas se escucharon de fondo. Noté que los presentes prestaban atención (incluso las personas que trabajaban allí). Proseguí:
—Segundo: tararear en la mente él un-dos, un-dos, un-dos. Luego, acompañar el uno con el pie izquierdo, dejando el peso en el derecho y el dos a la inversa.—Para mi sorpresa, ambos se levantaron de sus sillas y movieron sus pies al compás de mis palabras.
—¿Por qué comenzar con el pie izquierdo?, se preguntarán. Porque quien les habla es zurdo y cuando practicaba baile me hacían empezar toda coreografía con el lado derecho.—Le pedí al dueño del celular que aumente el volumen y continué con el tercer paso:
—Este es el más importante. Tienen que acompañar todo movimiento con las caderas. Será el músculo del cuerpo que comande a los demás. Pasará a ser el detonador de todo movimiento que impulse a coordinar cualquier coreografía.
Eché un vistazo alrededor y una decena de ojos miraban atentos, al mismo tiempo que movían levemente sus cuerpos.
—Cada centímetro recorrido, cada pisada, cada conjunto de movimientos, tendrán a las caderas como protagonistas y a la cintura como coprotagonista. De los presentes, ¿Quiénes saben mover las caderas?—Tres personas levantaron la mano.—¡Felicitaciones! Han completado el curso —dije entre carcajadas.
—Cuarto paso: hay que abrir los oídos y dejarse llevar por la música. La melodía se adueñará del esqueleto humano y le indicará qué hacer. —Corrieron las mesas y formaron un semicírculo a mi alrededor.
—Quinto y último paso: generalmente se baila en pareja. “Si no tienes pareja, búscala con locura”, dice el meneaito. No importa quién sea ni sus rasgos físicos, sus condiciones, su habilidad, su forma de bailar y moverse. Si no la actitud que le ponga y las mismas ganas de bailar. No importa si está casado, soltero, divorciada o viuda, porque tú solo quieres bailar. Los bailarines deben tener profesionalismo. Como los actores cuando se besan, se baila y después, manteca al pan y mermelada a la tostada. —Me acerqué al dueño del celular y le indiqué una canción para entusiasmar a la gente.
Gritaron al unísono cuando esta sonó y se prepararon en parejas para bailar. Sin embargo, en el fondo había un joven que seguía sentado. Estaba solo, tomando un café y observaba desde la lejanía. Entonces, dije a los gritos para que logre escucharme:
—¡Esperen! Me estaba olvidando de algo importante. Si no consiguen pareja, bailen solos. —El joven del fondo abrió sus párpados de par en par. —No hay nada más poderoso, gracioso, atractivo y seductor que ver a una persona bailando sola en la pista. Demuestra que no tiene miedo a exponerse, al qué dirán y no necesita de los demás para divertirse. —Se levantó de su silla al ritmo de la música y giró en distintos movimientos alrededor de las parejas.
Me senté a ver el espectáculo mientras tomaba mi café ya un tanto tibio. Desde las afueras, los caminantes se pegaron a las vidrieras totalmente anonadadas. Personas bailando a las seis de la tarde en una cafetería del centro de la ciudad, era toda una novedad. El jefe del local se acercó furioso y decidió echarme del establecimiento sin dudarlo. Entonces, le dije en un tono plausible:
—¿Usted no se da cuenta de que soy el único de los presentes que está sentado y no bailando?