La culpabilidad de los inocentes

 “SI no fuiste productivo en esta cuarentena, fallaste”

“Todo es psicológico”

“Llegar al verano”

El día 20 de marzo del 2020 el presidente de la República Argentina, Alberto Fernández, decretaba el inicio del Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio (ASPO). Comenzaban las dos primeras semanas de aislamiento y se hacía popular en las redes sociales el #quedateencasa. Sin embargo, los contagios no cesaron, al contrario, iban en aumento a un ritmo frenético. Por lo tanto, al finalizar las primeras semanas, el presidente anunciaba dos semanas más y a partir de allí seguiría extendiendo el ASPO hasta que la curva de contagios descendiera o en su defecto, se aplanara.

Lo que parecía un descanso para algunos, unas vacaciones para otros, era una nueva forma de rebuscársela para quienes no tenían trabajo estable y vivían del día a día. Podemos marcar con este acontecimiento, como uno de los impulsores de la frase: “Hay que ser productivos”, frase que se popularizó en las redes sociales y a medida que pasaban los días de aislamiento, se deformó su significado.

Primeramente fue alentadora e inspiradora para quienes tuvieron que reinventar su trabajo a raíz del contexto Pandémico. También lo fue para trabajadores que se adaptaron o trasladaron a nuevas modalidades, como por ejemplo, la modalidad online. Sin embargo, con el correr de los días, semanas, incluso meses, la frase fue mutando de connotación y a su vez, se fue desplazando hacia nuevos destinatarios.

Así, se llegaba a memes del siguiente estilo:

Entonces, la frase que forma parte de las estructuras del sistema en el que estamos inmersos, comienza a presionarte, porque ya no se conforma con que seas productivo en tu tiempo de trabajo, sino que ahora irrumpe en tu ocio y peor aún, en tu vida. Ya lo habían anticipado T. Adorno y M. Horkheimer, quienes sostienen que: “la mecanización ha conquistado tanto poder sobre el hombre durante el tiempo libre y sobre su felicidad” (T. Adorno y M. Horkheimer, 1944). Los sujetos quedan a merced de un círculo vicioso donde si no se “produce” se “consume”. Sin embargo, los mecanismos de presión social, las estructuras del sistema, se ven solamente cuando consumimos:

Llega el final del día y nos sentimos con culpa, ¿culpa de qué? De mirar una temporada completa de una serie en un día; de haber descansado ocho horas por la noche, dormir siesta y acostarse temprano; de estar sentados en el patio (los que tienen) en un sillón sin hacer absolutamente nada, más que observar a la madre naturaleza; en fin, al final del día nos sentimos culpables de no ser “productivos”. ¿Por qué habría de serlo? Porque, como sujetos sociales, el sistema nos atraviesa y se mete hasta en nuestro tiempo de ocio, exigiéndonos “producir” (en primer término) o “consumir”.

Por ende, los seres humanos exaltados de culpa consumimos con miedo, tragando saliva cuando Netflix nos dice “reproducir el próximo capítulo”. Aceptamos, lo vemos perturbados sabiendo que no estamos produciendo o en su defecto, haciendo algo “productivo”. Arrastramos esa culpa, la acariciamos, le hacemos mimos y hasta lloramos por ella. Si hay algo que nos trajo esta Pandemia es el “miedo”. Miedo a contagiarnos, a perder un ser querido, a una Pandemia eterna…y miedo: “a no ser productivos”.

“Todo es psicológico”

Otra frase proliferada en esta Pandemia es él: “todo es psicológico”. Pasamos meses entre cuatro paredes que no solamente restringían nuestra circulación, sino también, encerraban al cerebro ¿quién sabe a qué? Tal vez a la desidia, la desolación, la angustia, la soledad. Esta frase solo minimiza los sentimientos de la otra persona que no sabemos cómo le puede impactar tal o cual situación, aun cuando lo exprese.

¿Cómo le afectó el encierro a una persona que pasó todo su aislamiento solo/a, sin acompañantes? ¿Cómo afectó a quienes se quedaron sin trabajo, producto de la pandemia? ¿Cómo afectó a la familia, la partida de un ser querido fallecido por Covid-19? Entre otras situaciones que podríamos seguir enumerando.

No logramos experimentar ese dolor, angustia, tristeza o lo que fuese, simplemente porque no estamos dentro del cuerpo de quién padece la situación.

“Hay que llegar al verano”

Pasó el invierno, llegó la primavera, seguíamos en la etapa de aislamiento, pero en ese entonces, con menos restricciones. Lo que no tenía restricciones eran los discursos sobre el “cuerpo”. Así llegamos a la infaltable frase de todos los años: “Hay que llegar al verano”. No es extraño que esta frase se repita tantas veces, en tantos contextos y por tantos años. Según Beatriz Sarlo: “Si «patria» se repite cinco veces, es posible que esté diciendo algo más. (…) La repetición es siempre un valor agregado. Intensifica el sentido”. (Sarlo, 2018)

Vemos que el valor extra que se le da a esta frase “hay que llegar al verano” es que hay que llegar a ese cuerpo “deseado” (el objetivo principal para el verano), el que se denomina “ideal” o al menos intentarlo. Entonces, se sigue este discurso y las personas hacemos ejercicios con culpa (aparece nuevamente la culpa). No lo hacemos por nuestra propia convicción o porque es nuestra pasión hacer ejercicios o porque entendemos que una de las ramas del bienestar personal (en términos de salud) es que el cuerpo está en movimiento, sino que lo hacemos porque “hay que llegar al verano”; porque el ojo del otro es más fuerte que nuestro bienestar personal; porque después de estar encerrados durante tanto tiempo, queremos que nos “vean” bien y eso recae en el cuerpo. De hecho eso es lo que viene a reforzar la frase.

El fin de la culpa
Entonces, hacemos ejercicios, tomamos cursos que no vamos a terminar, aprendemos cosas que nunca nos despertaron curiosidad, adquirimos habilidades que tal vez algún día nos sirvan… ideamos, creamos, hacemos, producimos y no lo hacemos por nuestra propia voluntad o porque es lo que nos gusta hacer, sino porque “hay que llegar al verano”, porque “si no fuiste productivo en esta cuarentena, fallaste”, porque “todo es psicológico”, porque la culpa y la mirada del otro nos consumen y nos piden más, no les alcanza que lo hagamos sin desearlo. Corrompen en nuestra mente y en nuestro cuerpo a tal punto que son más fuertes que el propio bienestar personal.
A fin de cuentas, cuando la pandemia termine y no se logre cumplir con alguna de estas frases (entre muchas otras), habrás sido un “fracaso”, desperdiciaste todo el tiempo que estuviste en tu casa y no fuiste lo suficientemente inteligente para aprovechar la cuarentena. No importa si durante la misma mejoraste como persona, descubriste la felicidad, compartiste tiempo con tus seres queridos, aprendiste a amarte, a entenderte, a abrazarte. No importa si entraste en depresión, tuviste ansiedad o picos de estrés, ora por pasar el aislamiento solo/a derrumbándote entre las cuatro paredes de tu casa, ora por no poder verte con algún familiar internado de Covid-19 o por lo que fuere. Es decir, no importa cómo te hayas sentido o lo que te haya pasado durante toda la cuarentena, lo que importa para el sistema, es que no produjiste, no llegaste al verano y no fuiste lo suficientemente fuerte de mente para creer que tus problemas y sentimientos son psicológicos.
En fin, hay personas que fueron productivas en esta cuarentena y está bien. Otras, no pudieron (o no quisieron) ser productivas y también está bien.  
Hagan ejercicios, sean productivos, pero siempre desde el deseo personal y no desde la culpa. Tus sentimientos existen, no los minimices.
Referencia bibliográfica:
-T. Adorno y M. Horkheimer (1944), «La industria cultural. Iluminismo como mistificación de masas: “Dialéctica del iluminismo”. Edit. Sudamericana, Buenos Aires, 1988.
-B. Sarlo (2018), “la intimidad pública”. Edit. Seix Barral, Buenos Aires, Argentina.

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