La revolución de los locos

 A los pacientes psiquiátricos Ernest Hemingway y Tanguito in memoriam.

“Todos somos peligros reprimidos” Sigmund Freud.

CONFESION: Antes de empezar debo confesarlo, necesito dos cosas: lectores cómplices y un psiquiatra. Pero quién no?

Empecemos.

El manicomio no daba para más, se caía a pedazos.

Sucedía en general con los servicios sociales en zonas rurales y comarcas indígenas.

Para describirlo, tenemos que imaginarnos un valle desierto, habitado por espectros.

Algo había que hacer.

Por eso se delegó la salud mental en manos de un fideicomiso gerenciado por un tal Garancho.

Era un hombre alto, de cara indiada, pelo hirsuto y seguro de si mismo.

Tenía un porte simiesco, pero sin la simpatía y el talento de los primates para trepar árboles y pelar bananas con gracia.

Su amplia y permanente sonrisa, no le impedía tomar las decisiones más drásticas.

Por esa razón lo consideraban un exitoso administrador de empresas en crisis.

Entre otras cosas, había logrado reducir los costos superfluos eliminando los medicamentos más caros.

Mientras hablaba, el hombre miraba buscando aprobación.

Su diagnóstico fue terminante: la locura no es curable, ¿para qué generar entonces gastos inútiles que se trasladan a los impuestos?

Sus palabras eran un verdadero bálsamo para muchos contribuyentes.

Por eso sus colaboradores más cercanos, no se sorprendieron, cuando el administrador, con su reconocida capacidad de síntesis informó a su equipo: no hay presupuesto para tantos locos, hay que hacer un ajuste severo o cerrar y meterlos en la cárcel.

Además se preguntó: cual sería la diferencia?.

De todos modos, decidió mantener abierto el pabellón de experimentos, donde se probaban las drogas nuevas todavía no autorizadas, sobre los internos que se sigan ofreciendo voluntariamente.

Este modo de investigación de ensayo y error, según Garancho, es el único modo de controlar arrebatos de violencia, el estrés, la depresión y hasta los trastornos bipolares y las conductas antisociales.

Los costos humanos eran inevitables para el avance científico.

Si algo tenía claro, es que para optimizar los beneficios, hay que hacer sacrificios, aunque a veces tengan consecuencias tóxicas o adictivas.

En el pabellón de los sacrificios se escuchaba L´elisir de lamore de Donizetti en un volumen insoportable……tan fuerte como para espantar a los otros internos curiosos que se alejaban porque no toleraban.

Todo sea por la ciencia y por mantener la cordura.

Seamos realistas: sin ganancia no hay empresa y sin empresa no hay inversión.

En síntesis, sin capital no hay salud.

Hacemos lo que podemos con los locos, que como bien sabemos están imposibilitados de pensar.

Era un discurso conmovedor, basado en información del siglo XVIII.

Salteando algunos otros progresos en la investigación psiquiátrica, se apoyó en la piedra basal de su filosofía: la reducción del gasto público.

Algo así como la arbitrariedad de la evidencia.

No era un hombre de detenerse en detalles y además sabía cuando declinaba la audiencia.

Algún misercordioso de los que nunca faltan, sugirió liberar a los que no eran peligrosos y que no eran cobacho dependientes, para aliviar el presupuesto.

El caso más emblemático era el de Toribio Valdez, que estaba convencido de ser el pirata Morgan.

Con su particular sentido del humor, Garancho organizó con la complicidad de sus más estrechos camaradas, un tribunal de guerra para burlarse de Toribio.

En tono de comedia y con la complicidad del resto de los integrantes del fideicomiso que manejaba los fondos de ayuda al desorientado mental, el administrador, improvisó un tribunal de guerra para el temible bucanero.

Aquella tarde de febrero del 2014, le recordó cuando allá por 1671, saqueó y destruyó la Ciudad de Panamá.

Nuestra bendita Ciudad de Nuestra Señora de la Asunción de Panamá, era una importante ciudad colonial.

Las enormes riquezas procedentes de Perú pasaban por aquí para ser embarcadas a la metrópoli. Pero claro usted tuvo que arruinarlo!.

Destruyó la Ciudad!, y tuvimos que refundarla en un lugar más seguro sobre una península resguardado por arrecifes.

Una ciudad amurallada: nuestro amado Casco Viejo.

Pero Capitan Morgan, ha sido un buen prisionero y hoy le daremos la libertad condicional.

Toribio desde su pequeño mundo frágil, donde la frontera entre ficción y realidad se confunden, dio su palabra de no volver a desenvainar su espada de madera contra la ciudad.

Los años no pasan en vano. Su cuerpo se vencía hacia adelante, por la lectura y relectura obsesiva de las aventuras de Morgan en el libro que siempre lo acompañaba.

Su delgadez y su cara pálida lo convertían en un pirata fantasma.

Toribio llegó al manicomio, cuando era un chico de la calle.

Bien podría haber sido un personaje de Dickens .

Su madre niña, había sido embarazada por el patrón, en la hacienda donde trabajaba.

Todas las madres de las criaturas, que nacían con ojos celestes, eran despedidas por la patrona, conocedora de la incontinencia sexual de su marido, sin necesidad de prueba de ADN.

La madre niña desempleada, fue a buscar trabajo como doméstica a la ciudad.

Toribio quedó con su abuela y dos hermanos en un ranchito de chapa y madera en las afueras.

Como si fueran de cacería, los hermanos salían separados a conseguir la comida diaria.

La única inteligencia era el instinto.

El presente era la limosna o robos menores y el futuro una estafa.

Por las noches se juntaba con otros niños en un callejón y con un grupo de borrachos, que no exigían derecho de admisión.

Después de todo, que otra cosa puede proteger de los cuerdos que la locura.

Muchos de ellos como pérdidas invisibles, morían por los vértigos de la evidencia: hambre, droga o una bala.

Los más fuertes se convertían en pequeños profesores en supervivencia.

Compartían alcohol y los cuentos sobre el pirata Morgan, que relataba un viejo, con un parche innecesario en el ojo derecho, que juraba haber servido al corsario.

Honraba y brindaba una y otra vez por la gloria del bucanero.

La historia sólo terminaba cuando se agotaba el alcohol con el fogón que los iluminaba como una luz otoñal.

La única escuela de Toribio fue la calle.

El borracho que leía los cuentos de piratas envejecía y quiso dejar apóstoles.

La única manera fue enseñarle a leer al único interesado.

Su corta edad y un delirium tremens llevaron a Toribio al borde de la muerte.

Milagrosamente se sobrepuso y su mente lo transformó irrevocablemente en el pirata Morgan.

En una casa de cotillón robó el uniforme pirata y una espada de madera.

La policía logró desarmar al chico de doce años, que con el diagnóstico de “loquito” del comisario, fue sin escalas al manicomio.

Consciente de su vulnerabilidad, Toribio se alimentaba lo mejor posible y trataba de fortalecerse con ejercicios, como si pretendiera ser el muerto más sano del cementerio. Morgan no podía ser débil.

Claro que no pudo evitar algunas humillaciones y vejámenes propios del lugar.

Sus compañeros locos lo consolaron. Incluso algunos se aliaron con él en proyectos para fugarse a la Isla Tortuga, para tomar un barco y volver a izar la bandera pirata.

Pero claro, siempre hay una condición: en este caso llevar a uno de los internos al Canal de Panamá.

El hombre sostenía que había nacido en el Siglo XVI. Obviamente este dato no coincidía con los registros del manicomio, pero para Toribio era un contemporáneo.

Los dos habían viajado en el tiempo.

El interno al que llamaban el ingeniero, repetía frente a un auditorio de tres internos la historia de los esfuerzos que le había llevado la construcción del Canal.

Justamente en el siglo XV, como todos los cuerdos sabemos, cuando los españoles llegaron al istmo, surgió la idea de construir una ruta que uniera los océanos Atlántico y Pacífico.

Primero el ingeniero trabajó para los franceses, pero la fiebre amarilla mató a siete mil trabajadores.

Como si fuera poco, después llegó la malaria con ese maldito mosquito anofeles.

En 1903, Panamá se independizó de Colombia y pactó con EEUU la construcción del Canal, todo por supuesto bajo la supervisión del ingeniero.

Así, finalmente el tenaz interno pasó de generación en generación, para inaugurar la obra con los estadounidenses en 1914.

Tres complejas esclusas sirven de ascensores, que elevan los buques a nivel del Lago artificial Gatun, para permitir el cruce por la Cordillera Central y luego bajarlos al nivel del mar, al otro lado del istmo.

Los dejo con el ingeniero y los intimo a que no abandonen la lectura.

No todo puede ser all inclusive panza arriba en Playa Blanca.

Además prometo ser breve, ¡pero como no hablar del Canal!.

El agua para subir y bajar, se obtiene del lago por gravedad y es vertida en las esclusas por un sistema de alcantarillas, que se extiende debajo de las cámaras de las esclusas.

Distintos escalones conducen los buques hasta las aguas del Atlántico.

Ya está bien de descripciones: he abandonado por mucho menos un libro.

La pregunta era para qué el ingeniero inmortal, quería volver.

Según comentaba otro interno, íntimo amigo de Batman, la causa era que uno de sus hijos murió bajo el fuego de las tropas estadounidenses, junto a otros veinte colegiales que pretendieron izar la bandera panameña en la zona del Canal.

El tema de los colegiales mártires fue de dominio público y es hoy un dato histórico.

El Tratado Hay-Bunau Varilla de 1903, concedía a los Estados Unidos a perpetuidad la franja de cinco millas de largo a cada lado del Canal de Panamá: era la Zona del Canal.

El país estaba dividido en dos.

Un grupo de estudiantes, allá por 1958, conducidos por Carlos Arellano Lenox y Ricardo Ríos organizó una siembra de banderas panameñas: setenta y cinco banderas.

La policía norteamericana y un destacamento policial reprimieron el atrevimiento.

Doscientos estudiantes zoneitas en Balboa liderados por Guillermo –Guevara Paz, marcharon hacia la escuela secundaria más prestigiosa de Panamá, con una bandera panameña.

Cantaron el himno al tiempo que intentaban izar la bandera en el asta de la Secundaria de Balboa, donde los estadounidenses habían izado la suya.

Civiles de la “Zona del Canal”, junto a la policía forcejearon con los manifestantes y destrozaron la bandera.

Incidentes con piedras y botellas contra las balas y gases lacrimógenos, que dejaron muertos y heridos.

La multitud enardecida trataba de romper la cerca que separaba “la Zona del Canal” de la República de Panamá.

Más de seiscientas balas se incrustaron en la Asamblea Legislativa, dejando un testimonio de la represión.

La lucha se extendió por Colón y otras ciudades.

Fue la Marcha de los Mártires del 9 de enero de 1964.

El Presidente Chiari de Panamá, rompió las relaciones diplomáticas con Estados Unidos.

Como consecuencia, se firmó en 1977, el Tratado Torrijos-Carter y se pactó que el Canal quedara bajo la soberanía plena de Panamá desde 1999.-

El pueblo panameño pudo festejar el fin de la presencia colonial.

El loco que contaba la historia, en realidad había sido un guía turístico y conocedor de la historia, no pudo asimilarla.

Para algunas personas, con demasiada sensibilidad, la verdad puede ser insoportable.

En fin, una variante de locura revisionista.

Todas las noches le repetía la historia a quien quisiera escucharlo.

Terminado el relato incoherente del ingeniero, volvamos a Toribio.

Los años pasaron y vio desfilar historias humanas de cordura represiva y prisioneros, que nadie le había contado.

Cuando el tribunal de guerra ordenó abrir las puertas del manicomio Toribio salió lentamente, mirando de tanto en tanto hacia atrás.

Tenía un cansancio lleno de nostalgia de mar: porqué no?, también los cuerdos tienen nostalgias de cosas que nunca sucedieron.

Estaba en la calle y era un fantasma de Morgan ignorado. Tal parece que nada es más difícil que mantener una mala reputación.

Su instinto lo llevó al puerto. Los turistas le pedían tomarse fotos junto a él con su ropa de cotillón gastada y su sombrero napoleónico, obsequio de otro interno derrotado en Waterloo y le daban algunas balboas.

Con sus primeras monedas entró a un bar con perfume de ron, escuchó y miró sin comprender a unos sujetos que ofrecían tiempos compartidos.

No podía procesar tantas novedades.

Dos Diablicos Sucios, se quitaron sus máscaras de representación diabólica y su morrión con plumas de guacamaya y tomaron coca con fernet en la barra. Finalmente resultaron resultaron ser cordobeses del Imperio de Rio Cuarto.

Esos curiosos especímenes, salieron dando saltos y movimientos bruscos.

Los turistas hablaban de manera incomprensible, mezclados con palmeras y un cielo cobalto que se ocultaba detrás de unas enormes y extrañas construcciones.

De allí caminó sin parar hasta Punta Paitilla, con sus rascacielos de bancos internacionales.

Se preguntó si estaba en Babilonia y su curiosidad lo llevó caminando por la Bahía, hasta que se enfrentó con un edificio helicoidal que llamaban “el tornillo” con las iniciales de un banco mayorista.

Carteles incomprensibles no le daban noción de tiempo ni lugar: Resorts, luxury apartments in Casco Viejo, Fideicomisos Towers, Panamá Off Shore Services. What´s on, quiubo? Chicago blues en las tierras altas de Chiriqui.

Demasiada locura. Trató de encontrar la cordura, mirando los yates en el Paseo Amador. Soñaba despierto con el momento de izar la vela sin el menor percance y con un tiempo maravilloso.

Más turistas, más fotos; para qué?.

Más monedas, ron, tabaco y una extraña hamburguesa dentro de una caja, con un muñeco de plástico con aspecto de araña.

Refugiándose de la lluvia entró a un Shopping.

Una marea de turistas compraba valijas y las llenaba de objetos.

Miraba sin comprender.

Volvió a la calle.

Una mujer extraña sentada en la vereda, rodeada de gatos lo observaba.

Al verlo acercarse le mostró un cuchillo.

Era delgada, de mediana estatura, con ojos grises felinos y cabello castaño.

Su origen era tan incierto como su edad.

A su lado estaba una chica de ojos saltones, con las pupilas dilatadas por inhalar sustancias de todo tipo, tratando de complacer su afán por destruirse: era su protegida.

No era una esquina segura para inocentes. Un grupo de mujeres explotadas por un proxeneta de armas tomar y un dealer barrial custodiaban la exclusividad de su negocio en una esquina de averías.

Las callejeras, eran dos negras jóvenes: Pety, una mulata inquietante de baja estatura, caderas anchas y con una expresión agresiva.

Vestía calzas negras y una remera ajustada muy escotada.

La otra era Chiri, alta estilizada, con una cara particularmente hermosa, ofendida por el tratante con una cicatriz que le cruzaba la mejilla.

Había sido una medida disciplinaria.

Los dos borrachos, sentados contra la pared, eran elenco estable, que no representaba peligro. Al menos así lo entendían los dueños de la esquina, que los usaban para tareas menores.

Toribio pasó por su lado y les dio la espalda.

Esa actitud los impresionó, como si los hechos definieran el carácter.

Giró su mirada sobre ellos y les preguntó porque estaban en la calle, habiendo tantas casas vacías, mientras señalaba los edificios.

Todos se rieron y reconocieron confiadamente su locura.

Un borracho le ofreció un trago

El dealer y el proxeneta decidieron que era una distracción para su gente.

El proxeneta marcó el territorio: – esta es mi esquina y no quiero intrusos, ¡fuera de aquí!.

Le enseñó una navaja y le reclamó la botella.

Toribio echó un trago largo y sonrió a los demás con un gesto de complicidad.

El gigolo tenía los ojos muertos y sonreía sin gracia, con aire suficiente y desafiante.

Nadie los enfrentaba.

El dealer estaba atento para respaldarlo si era necesario.

Toribio con una seguridad escalofriante, apartó la mano del proxeneta que trató de empujarlo.

Pero eso no lo detuvo. Lo tomó de su solapa de capitán de cotillón para acercarlo y cortarle la cara, como lo hacía con las mujeres que lo desobedecían.

La solapa falsa quedó en su mano izquierda, mientras la navaja describía un círculo en el aire.

Toribio le cruzó la cara con un violento botellazo y los vidrios destrozados entraron en uno de sus ojos.

Quedó tendido en el piso con convulsiones.

El dealer se apresuró a patear el cuchillo caído de su camarada para alejarlo de Toribio, que seguía desarmado.

Empezó a hacer movimientos acechantes y a exhibir su destreza con el cuchillo.

Amagaba hacia adelante y hacia atrás, esperando algún ejercicio defensivo de su oponente.

Toribio permanecía observándolo con una inerme temeridad.

El agresor estaba desconcertado, no concebía que un hombre desarmado lo enfrentara y mantuviera la calma.

Obviamente estaba loco, pero ya no podía dejarlo ir, era como perder su esquina.

Una luz fugaz de automóvil alumbró ferozmente la mirada del dealer.

Se reflejaron sus ojos duros, su frente sudando, con la piel curtida y una vena marcada en su cuello.

Porqué transpiraba? Porqué no sentía la seguridad de siempre, que lo hacía temible a Toribio?.

Como en una parodia de cine, Toribio lo medía como en un antiguo duelo, como en aquellos rituales de combate a primera sangre.

Sentía su respiración agitada, su garganta seca y su frente mojada, como síntomas de una tempestad.

Toribio parecía leer sus pensamientos, su miedo.

De pronto se empezó a reir a carcajadas: ¡es un cobarde! gritó en la esquina con voz de trueno.

En la oscuridad de la noche brumosa el dealer se lanzó enfurecido al ataque.

Uno de los borrachos deslizó imperceptiblemente su pie y le hizo perder el equilibrio.

Toribio aprovechó la caída para levantar rápidamente un adoquín.

El dealer se incorporó enceguecido, sin recuperar el aliento, con su mirada torva y el puñal en la mano, jurando que lo mataría.

La pesada piedra pegó a pleno contra su cara.

Como una alucinación, sus ojos se empañaron con una explosión roja brotada de su sangre, destellos de luces multicolores.

Era un guerrero y se lanzó al ataque tambaleando, totalmente mareado, con los dientes apretados, sin soltar su cuchillo.

Se aferró a Toribio, los dos hombres sabían que se abrazaban a la muerte.

Cayeron pesadamente al suelo.

No hubo gritos, sólo un silencio profundo.

Lentamente Toribio se incorporó y el dealer quedó tendido en la oscuridad.

Al acercarse Morgan, todos se irguieron al mismo tiempo, mientras Blanca, la chica adicta, para evitar trámites sucesorios, se apuró a revisar la campera del dealer y llevarse papeles plateados y pastillas.

Después se las entregó a su protectora para que administrara las dosis.

Toribio se alejó lentamente, con la cadencia que tienen los guapos al caminar.

Un borracho cantaba Pedro Navaja por lo bajo.

“Por la esquina del viejo barrio lo ví pasar

con el tumbao que tienen los guapos al caminar

las manos siempre en los bolsillos de su gabán

pa´que no sepan en cual de ellas lleva el puñal…”

La mujer extraña, le entregó su cuchillo y lo siguió en silencio, junto a varios de los desamparados.

Se había convertido en leyenda.

Como un verdadero héroe lo llevaron al prostíbulo, aquel templo de disolución.

En su mente desfilaban imágenes caóticas, perturbadoras, con la mirada extraviada en la memoria, por calles fantasmales que no lo sorprendían.

Era una casa sombría, con dos habitaciones que daban a una galería, una cocina y un baño al fondo.

En el patio, una enredadera se alimentaba de la humedad de la pared.

Había además un horno de barro, con una chimenea donde cocinaban con leños secos.

La casa era recorrida libremente por varios gatos, esos animales peligrosos para el cuerpo y el alma según la Inquisición, que los quemaba en las fogatas de San Juan.

Para Morgan eran individuos independientes, como para cualquier etólogo cuerdo.

Las mujeres entraron con Morgan a una habitación.

Ya no era el temible corsario, sino un niño abochornado.

Tenía una expresión aterrada, su guerrero no respondía.

Tragó saliva y con la voz entrecortada confesó que estuvo preso y no estuvo jamás con una mujer.

Sentía un miedo desconocido.

Pety y Chiri con una sonrisa cómplice asumieron el desafío de ser causantes de la pérdida de la inocencia del niño.

Poco a poco desapareció su timidez derrotada por el instinto.

Le enseñaron a superar su torpeza iniciática llevándolo a una travesía por el cuello, el lóbulo de la oreja y el clítoris.

No había conocido en sus fantasías solitarias de interno semejante excitación, tanta voluptuosidad.

Era el Dios Príapo con el miembro enhiesto.

Las putas gozaron de la veneración de los templos babilónicos, donde se practicaba la prostitución ritual.

Morgan estaba a merced de modernas kadistu sagradas, pero sin sacrificio, sin sufrir humillaciones ni castigo.

Tampoco ellas fueron lapidadas, ni purificadas por las llamas de las hogueras de la Santa Inquisición, Morgan sólo era loco.

Con sus caderas generosas traccionaban el planeta.

Los pezones desafiantes y palabras susurradas, que atrapaban sensaciones, llevaban a Morgan a un arrobamiento místico.

Compensaban tantas noches de prisión y lúbricos anhelos.

Con su arte de dar placer, reanimaban una y otra vez su guerrero caído, exhausto.

Pero resolvieron protegerlo administrando con intervalos y precaución su entusiasmo de prisión, sin haber conocido una mujer.

Estaba rendido, como si despertara del más profundo de los sueños, como un galeón perdido en la bruma. Tendido sobre la cama, con Petty sobre su cuerpo como una intensa jinete, mientras sus ojos tenían un plano privilegiado de los muslos y la vulva rosada de Chiri.

Se sintió preso de una alucinación.

Sí que sabían navegar en el cuerpo de un pirata y apagar un volcán encendido.

Amaban que Morgan no tuviera la morbosidad de preguntarles por su primera vez.

Para qué, si el pasado como lo recordaban, era tan radicalmente distinto al presente, convertidas en esclavas.

Como recordar momentos felices irrecuperables.

El las liberó.

Las escuchaba y las invitaba a acompañarlo en su viaje desprejuiciado.

Una aventura como un amor verdadero, sin otro compromiso que la libertad absoluta.

Ellas respetaban sus silencios, su extravío imperturbable.

Anastasia controlaba las dosis de cocaína de Blanca, como si fuera una función maternal.

No era precisamente un cuadro familiar convencional, pero no faltó la hospitalidad.

Allí pudo recordar el sabor del sancocho, que las mujeres preparaban en prodigiosos platos.

Un caldo hervido con distintos tubérculos, carne desmenuzada y maíz.

Por primera vez, su hambre no era angustia.

Todo fue regado con vino en abundancia, compartido con los compañeros de la botella y amigos de la tertulia de madrugada.

Una borrachera consecuente con un derroche de palabras, de risas sonoras, compartiendo los últimos cigarrillos del amanecer.

Compartían sus verdades, sus mentiras y sus miserias, sin tener claras las diferencias.

Con el tono formal de quien pronuncia una fórmula, hablaban de la importancia del tamaño del pene o ponían en riesgo los dogmas de la fé.

Tampoco faltaba la política.

Lloviznaba y los revisionistas etílicos, escribían historias en el barro. Eran voces impersonales.

Tiene que haber miseria, porque no es posible alimentar y educar a todos.

Los más ricos se enriquecen cada vez más, pero nos queda el vino, ahogamos las penas.

No ahogamos un carajo, siguen nadando.

Con la luz pálida de las velas y los faroles, el debate filosófico no cedía.

Eran locos, borrachos, adictos y marginales, rostros deformados por todos los excesos.

Sabían que la sociedad se reserva el derecho de admisión.

El expositor más vehemente, hablaba de pie y sólo interrumpía su discurso una inoportuna picazón en los testículos.

El otro borracho, de labio leporino escuchaba y empinaba la botella, respetando los turnos de la rueda.

Algunos fantasmas lúcidos se mezclaban en el auditorio.

Ya era suficiente de discursos para un hombre de acción: – quieren cambiar el mundo y no se atreven a cambiar su vida. Morgan se acostó a dormir.

La luz rojiza indicaba en camino a las habitaciones.

El sol de media mañana se filtraba por la persiana y las morenas desnudas se iluminaban, pero Morgan conservaba las ojeras.

La silueta del gato preferido de Anastasia se dibujaba en la ventana, atrapando los rayos del sol.

Después de una noche intensa, lo despertaron con un desayuno de tortilla de maíz, yuca y cerdo , que Morgan atacó con sus cinco dientes hábiles y un buen café panameño.

Presidió la mesa con su pelo enmarañado y su pelada de obispo.

Ah!, casi me olvido: la policía tomó el relato del Pirata Morgan de los que permanecieron en la esquina, borrachos y adictos como un delirio y las prostitutas eran simplemente negras rameras supersticiosas.

En una palabra no había testimonios válidos.

No era serio buscar al pirata Morgan como homicida.

En conclusión, se informó un ajuste de cuentas y el proxeneta fue detenido como autor del crimen.

Durante el día Morgan siguió tomándose fotos con los turistas y fue sorprendido con la noticia de que la mujer extraña, resultó ser la Princesa Anastasia.

Por la noche, acompañado por el grupo digno de Fellini, se detuvo en la entrada del edificio que había llamado la atención de Morgan: Revolution Tower, FF o más popularmente El Tornillo.

Una torre corporativa de oficinas de cincuenta y dos pisos, más de doscientos treinta metros de altura, cuatro sótanos y cinco ascensores de alta velocidad, ubicado en el sector financiero de la ciudad.

Un hombre de seguridad les advirtió que si no se alejaban llamaría a la policía, pero fue tomado prisionero y el grupo ingresó al edificio contorsionado en forma de tornillo.

El ascensor de alta velocidad los lanzó al piso cincuenta y dos de la Consultora Off Shore Financial Bussiness.

La vista de la ciudad desde esa altura era impresionante.

Todos festejaron tener comodidades inusuales.

Vaciaron heladeras, se alimentaron y consumieron chivas, vodka, ron y algunos hasta cocaína que encontraron en los escritorios.

Morgan preguntó quién vivía en el edificio.

-Nadie, son oficinas. Son hombres de negocios, no se quedan hasta esta hora.

Sin embargo la chica adicta, que no podía estarse quieta y recorría pisos por el placer de usar el ascensor, descubrió que había alguien en otro piso.

-Dijo que no había nadie: ¡me mintió! Si vuelve a mentir voy a degollarlo. Ya maté dos hombres esta noche.

Su tono, la mirada y el puñal en su mano, no dejaron dudas.

El guardia se volvió repentinamente verborrágico.

Les dijo que en ese edificio había una sola oficina ocupada, pero que tenían allí su dirección empresas de todo el mundo. Dos computadoras atendían todo el correo.

Por alguna razón al edificio lo llamaban El Paraiso.

Morgan, convencido de que era mejor gobernar en el infierno que servir en el paraíso, ordenó llevarse en bolsas todo lo que tenía apariencia valiosa.

La Princesa Anastasia, envolvía maniáticamente adornos en papeles que encontraba en los escritorios.

Después bajaron al piso cuarenta donde había un joven frente a una computadora de última generación.

Al ver al guardia convertido en prisionero se paralizó.

Sólo Morgan hablaba.

-Qué hace usted aquí?.

-Mi función es detectar los virus…

El joven los miraba con un indisimulable desprecio.

Elimina las cucarachas pensó Morgan.

Protege el sistema pensó Blanca.

Tal parece que todos pensaban algo.

La princesa Anastasia preguntó que significaban los garabatos en la pantalla.

La computadora estaba abierta, pero sin la clave era imposible leer el contenido.

-Es información confidencial y no tengo la clave de acceso. Mejor llévense las botellas y los ceniceros, que están a su alcance.

Morgan no comprendía el lenguaje técnico, pero confiaba en su intuición sobre los tonos, más que las palabras.

Este asunto no hubiera tenido importancia y los personajes hubieran seguido con las botellas y robando ceniceros de bronce, sino se hubieran sentido insultados por la mirada.

-Pueden ser mapas, ahora la historia se escribe en internet sorprendió Blanca después de otra dosis.

Aunque nadie entendió demasiado, a Morgan le encantaba el tono épico y su instinto le decía que podía ser el mapa de un tesoro.

Blanca se sintió estimulada como nunca:- si guardan los mapas de tesoros secretos y no podemos descifrarlos, vamos a reenviarlos a todo el mundo: alguien los va a descifrar.

No pueden burlarse del Capitán Morgan.

El guardia se exaltó:- Ustedes son unos pobres idiotas, locos, drogadictos y putas. El ingeniero es el gerente financiero.

Nadie se sintió ofendido.

Callate idiota gritó el gerente y el guardia enmudeció.

Morgan se preguntó porqué el ofendido respetaba al que lo despreciaba.

No podía entender que un alfeñique desarmado humillara a un guardia musculoso.

Había una relación de subordinación que no comprendía.

La vida de los cuerdos seguía siendo misteriosa.

El caso es que sin la clave no podía entrar en el sistema encriptado.

Blanca le explicó en forma simple la limitación a Morgan:-necesitamos la palabra mágica, en síntesis la clave.

Lo tomó como un desafío: quería derrotar la nave insignia.

Por supuesto, si era una locura, tenía sentido para él.

Es más, todos sus conclusiones y confusiones eran relatos de los internos.

-Zona del Canal exclamó.

Ingresaron la clave sin éxito.

Blanca no se dio por vencida: aquí todo está escrito en inglés

El loco Arquímedes exclamó Eureka, cuando desbordó la bañadera, Anastasia dijo tímidamente Canal Zone.

Siguieron intentando: pirata, virus, obama.

Coca, porro, lisérgico, intentó Blanca.

Bachata, cumbia, salsa, merengue, trataron las putas.

Tinto, blanco, rosado, trataron de ayudar los borrachos

Blanca vencida tenía lágrimas en las mejillas.

Morgan escuchó en su memoria un aria de ópera que sonaba en el pabellón de los cobacho dependientes, en un volumen intolerable:-Una furtiva lacrima.

Sin saberlo, pronunció el nombre del aria favorita del presidente de la consultora off shore, un verdadero amante del género operístico.

Blanca no comprendía, pero creyó que las palabras pronunciadas en voz alta se referían a una clave, aunque no había sido la intención de Morgan.

Habían vencido a la nave insignia y festejaron con vodka, ron y whiskey.

El ingeniero no salía de su asombro.

-Quienes son ustedes?

-Somos los hombres y mujeres del Capitán Morgan.-

Naturalmente para el ejecutivo sonó tan absurdo como si hubieran dicho el Capitán América.

El y el guardia fueron obligados a emborracharse en honor del Capitán.

Morgan les ordenó que no hicieran ningún movimiento en falso o los mataría de inmediato.

Su voz de trueno no dejaba dudas.

El guardia rogó que cerraran esa computadora, porque podía costarles la vida.

El ingeniero no lograba entender como un secreto podía ser develado por una adicta con dificultades para conectar su boca con el cerebro y un demente desarrapado que pensaba que era el Capitán Morgan.

Un disparate total, como la conclusión a la que llegaron: el tesoro se lo había quedado un tal Caimán.

Un borracho cantaba: se va al Caimán, se va al Caimán, se va para Barranquilla.

-Si no es del Capitán, no será de nadie.

Para evitar errores, la chica tomó todas las cadenas posibles de google y envió la información descifrada.

El guardia intentó abalanzarse sobre la computadora pero Morgan lo frenó mostrándole su cuchillo y dio orden de encerrarlo en el baño junto al analista, pero no pudieron evitar que tocara una alarma.

Colocaron un pesado armario detrás de la puerta para que los prisioneros no pudieran escapar.

La alarma hacía un ruido ensordecedor y Morgan que no lo soportaba ordenó la retirada.

Mientras caminaban vieron con indiferencia pasar numerosas unidades policiales y del ejercito, que los ignoraron.

Las tropas ingresaron al edificio y la policía interrogó al guardia y al analista por separado, que coincidieron en que habían sido asaltados por un Capitán Morgan.

El rostro del Comisario empalideció, era la segunda vez que escuchaba sobre el corsario.

No había lugar para tonterías.

El relato del guardia y la desesperación de los titulares de la Consultora Off Shore, dio lugar a un comunicado que denunció la existencia de un grupo comandado por un líder Morgan de gran peligrosidad por su nivel de entrenamiento en Cuba, que ponía en peligro la seguridad nacional.

La solución podía esperar, pero no podía demorarse un culpable

Tanto el guardia como el analista, después de un agudo interrogatorio, con fractura de mándibula y nariz, confesaron ser cómplices del comando revolucionario.

El Ejercito tenía orden de disparar en caso de que no se entregaran sin resistencia.

Pero el incidente de la Consultora Off Shore y la información clasificada sobre cuentas y negocios internacionales circulaba en las cadenas de radio, tv y prensa gráfica internacional y temblaban los gobiernos de varios paises.

Anastasia dijo,-parece que somos héroes, pero nos tenemos que escapar, porque nos quieren matar.

Algunos diarios de izquierda, usaban como metáfora el nombre del edificio y titulaban la denuncia del supuesto grupo comando como Revolution, otros hablaban de la Revolución del Tornillo. En fin, puro sensacionalismo.

Morgan exclamó: es imposible ser pirata en este lugar. Todos los tesoros están en esas malditas computadoras.

A diferencia del histórico pirata cuerdo, en realidad, no sabía qué tesoro buscaba y seguramente no sería nombrado caballero por la Reina.

La oposición y movimientos estudiantiles y gremiales, empezaron a reconocer al Comandante Morgan.

Reivindicaban el heroísmo al poner en evidencia la corrupción del sistema.

Varios mitómanos se disfrazaban de Morgan y desorientaban aún más la investigación.

Como si esto fuera poco, era época de carnavales. Claro!, cuatro días antes del miércoles de ceniza.

Se mezclaba la herencia española, con la negra, indígena y criolla. Se escuchaban coplas y puyas.

El pueblo con sus trajes salía a celebrar al Parque Central, el Desfile de la Pollera.

El grupo festejaba junto a la gente, la llegada de los culecos, que con sus cisternas tiraban agua al pueblo que gritaba: agua! agua!.

Pero no todo era fiesta, el Capitan Morgan sabía que la única salida era el mar.

Para tomar un barco se necesitaban corsarios y había que rescatarlos de la prisión, que llamaban manicomio.

Muchos guerreros habían quedado fuera de combate. Habían perdido la batalla con los psicotrópicos.

Mostraban los daños irreversibles de lobotomías químicas.

Como cobachos de laboratorio, sufrían los efectos de retardación motriz, movimientos faciales involuntarios, parkinson…

Allí donde tronaba Una furtiva lacrima.

Pero Morgan confiaba en que sus guerreros recuperarían el espíritu en el fuego en la batalla.

El grupo decidió asaltar la fortaleza.

No había murallas, ni cañones.

Los enfermeros hacían una asamblea gremial y una olla popular en la puerta, porque varios habían sido despedidos por el ajuste.

Un joven médico, enfermeros estudiantes y sindicalistas, reclamaban la intervención de la Defensoría del Pueblo, para proteger los derechos humanos de los pacientes con enfermedades mentales y abuso de sustancias.

Reclamaban porque los establecimientos de salud mental no son supervisados de manera periódica.

Se quejaban de la concentración de recursos en la capital y la falta de acceso a los servicios de salud mental para usuarios de zonas rurales y de comarcas indígenas.

Mientras se desarrollaba el acto, el comando entró al manicomio, sin que nadie les prestara atención.

Para liberar a los prisioneros y sumarlos al grupo, necesitó recurrir al apoyo del líder de los internos.

Este curioso sujeto, gozaba de un gran poder, porque se comunicaba con Dios, a través de un celular sin batería.

A veces tenía dificultades con la señal, como todos los mortales, pero su fé trascendía esos detalles.

Había consultado telefónicamente a su superior y trasmitió su mensaje contundente.

Todos los imperios parecen destinados a la eternidad, pero caen.

Todos vamos a morir, así que eso no es un peligro, lo peor es seguir con estas vidas miserables.

Es natural que tengamos miedo, somos locos y vamos al peligroso mundo de los cuerdos.

Aquí somos invisibles, en la calle somos marginales y vamos a encontrarnos con la escoria de la sociedad.

Los futuros tripulantes de la nave de los locos hicieron su juramento de sangre.

Nadie tenía motivos para recuperar la razón y dejaron atrás el aire de la prisión, que olía a excrementos.

La imprevisibilidad de la locura puso en jaque al servicio de inteligencia.

Realmente es difícil saber porque se hacen las cosas, cuando se ha cruzado un límite.

Pero Morgan estaba convencido, de que la mejor manera de no parecer loco, es aparentar cordura tomando sol en la playa junto a los turistas con cuarenta grados de temperatura.

Era su llegada a la insólita comunidad de los hombres cuerdos.

Estas criaturas desavenidas con el mundo, eran tratadas con un miedo ancestral y un cinismo implacable.

Claro, no tenían buena prensa.

La épica cuerda se debatía entre la apatía y la habilidad innata para ocultar y encerrar lo que no queremos ver.

Quizas por eso se condena la locura y se subestiman los daños de la estupidez.

Es más, no existe un identikit para la estupidez.

Los fugitivos con su locura enfrentaban el fascinante descubrimiento de que estaban vivos precisamente para afrontar la aventura de la vida.

Claro que esta ceremonia íntima, individual, desató su propia lógica.

Cada uno de ellos había creado su propia identidad, su propia biografía.

Las drogas habían tenido un efecto deformante en sus mentes que se mostraba en sus gestos.

La policía no se interesó en el episodio del manicomio, porque estaba ocupada en un tema de seguridad nacional.

El grupo de fugitivos estaba formado por los más prestigiosos internos.

Todos ellos seleccionados por el famoso ingeniero que había construido el Canal de Panamá.

El hombre santo, al que llamaban Eminencia, que se comunicaba con Dios, mediante un teléfono inalámbrico.

A pesar de su investidura debió responder impugnaciones respetables de un borracho.

Eminencia es una locura pensar que las personas resuciten y que los ángeles nos protejan.

Muy absurdo y loco, precisamente por eso debe ser cierto.

Pero Eminencia, la humanidad no mejora y eso de que las vasijas se llenan de vino…todavía estamos esperando…

Eso tiene solución y lo convidó con una petaca.

Gracias Eminencia.

Y dicen que no hay milagros.

Había nacido una nueva feligresía.

El grupo selecto se completaba con un científico que había probado que la teoría de la relatividad era absoluta.

No faltó un poeta que había sido plagiado por Pablo Neruda.

Era un hombre enjuto, pálido, de aspecto enfermizo y con un tupido bigote.

Dos guerreros; uno excesivamente gordo y de baja estatura que había combatido bajo las órdenes de Napoleón.

El otro alto y fornido de mirada vivaz y barba rizada, decía ser Mano de Piedra Duran.

Un cantante calvo de voz aguardentosa que hacía percusión en una tabla de lavar y cantaba “Una chica plástica”. Escuchándolo Morgan recordó el Shopping.

“Ella era una chica plástica

de esas que veo por ahí

de esas que cuando se agitan

sudan “Channel Nº 3”

Detrás de la oficialidad, la tropa revolucionaria avanzaba; marginales, borrachos, adictos y prostitutas.

El capitán ascendido por los servicios secretos y la prensa oficialista a Comandante, ya había probado su valor.

Era un hombre de acción, parco y de firmes decisiones.

La palabra la tenía el poeta, convertido en el vocero y alter ego de la irracionalidad de Morgan.

La incoherencia de su discurso no tenía fisuras.

Por delante quedaba el mar desmedido en una hora crepuscular.

La princesa Anastasia le preguntó preocupada como navegarían de noche.

El sonrió con benevolencia: no temas, estuve sembrando estrellas.

La prostituta hermosa y negra como el ébano, que en su cara lucía una cicatriz que atravesaba su mejilla derecha, robaba la mirada del poeta.

El no veía el tajo que le había dejado como recuerdo el proxeneta asesinado por Morgan. También ella decidió seguir la suerte del Capitán.

Era el testimonio de la trata de mujeres, con una herida más profunda e invisible.

Estaba ansiosa por saber donde iban a vivir.

El poeta la miró a los ojos:- entre tu calle y mi alma.

Era una tranquilidad estar entre locos.

El ingeniero se preocupó pensando que podían descubrirlos.

-No teman, no quieren vernos.

El poeta tenía todas las respuestas.

La oportunidad impensada se presentó cuando un galeón turístico llegó al muelle de Calzada Amador que conecta la ciudad con cuatro islas del Pacífico.

Cuando desembarcaron los turistas, el comando revolucionario obligó a la tripulación a zarpar nuevamente.

Morgan señaló con su índice y como posando para una foto imaginaria bramó: ¡a Contadora!.

La nave rompió suavemente el oleaje.

La historia pretendía sin saberlo, emular a las naves inglesas y españolas que pasaban por el archipiélago en busca de riquezas.

Era una noche de antiguas estrellas.

Para cuando el jefe de policía recibió la información del administrador del fideicomiso para el desorientado mental de la fuga en el manicomio impulsada por Morgan, el galeón llevaba una considerable ventaja.

Remedaba las naves de los locos, que en el Renacimiento recorrían los ríos de Europa.

La fuga puso en evidencia el peligro de la lectura en cualquier ámbito y particularmente en los manicomios.

A quién se le ocurre permitirles leer a los ignorantes, sin decirles antes lo que deben interpretar, sin editar sus ideas?.

Necesitan deporte, entretenimiento, no lectura: de los inocentes será el reino de los cielos.

El comisario tenía una particular interpretación bíblica.

El ministro llamó indignado:- pero quién carajos nos ataca?.

Esto es inclasificable. No hay utopía, no hay ideologías.

Es locura pura, es distópico, apocalíptico.

Locos corriendo por las autopistas de la información, ¿quién nos va a creer?.

Cómo es posible que un grupo de idiotas se conviertan en ciberterroristas y hackers?.

-Una buena pregunta, pero confieso que no tengo una respuesta.

Dejemos la preocupación al Ministro y a la crítica literaria.

Me refugio en lo que ya anticipé: este es un cuento de locos. Pero admito que pueden llamarlo narración, novela o cualquier categoría cuerda que corresponda. Se supone que ustedes son cuerdos.

Superada la confusión, se ordenó a la guardia costera hundir la embarcación y eliminar la amenaza revolucionaria.

No era cuestión de quedar en ridículo.

No hay nada que justificar, si es por la seguridad nacional, es un crimen respetable.

No quedaba otra salida, estos locos estaban convocando los peores demonios, cuestionando valores aceptados.

Los antiguos, decían que en el cerebro de los locos, aullaban los demonios y para expulsarlos les hacían un buen orificio.

El clima social se altera fácilmente: uno que cuestiona y muchos que dudan.

El Comisario sabía calmar al Ministro:- esto es efìmero, ingenuo.

Se soluciona con una medida ejemplarizante.

Para ese entonces, en una cálida noche del constante clima tropical en Panamá, la nave de los locos se acercaba a Contadora.

Como niños curiosos, los locos tocaban todos los botones, hasta que accionaron la grabación para turistas, que escucharon con admiración.

Aquella es la Isla llamada Contadora de Perlas donde los conquistadores españoles de Vasco Nuñez de Balboa durante tres siglos contaron el valioso mineral antes de llevarlo a España.

De las profundidades de esas aguas proviene la legendaria Peregrina, la mejor perla natural del mundo, con forma de lágrima.

Había sido entregada a la Corona Española en el siglo XVI.

Fue retratada por Velazquez en el adorno del sombrero de su Felipe III a Caballo.

Robada por José Bonaparte.

Así pasó de mano en mano, hasta que Richard Burton la compró en una subasta en Nueva York para su amada Liz Taylor.

En fin, una típica historia de cuerdos.

El galeón para turistas tenía un timón de utilería, en las manos felices de Morgan y velas falsas decorativas.

El grupo subversivo, sentía que los delirios de esa noche se volvían cómplices y fascinantes, como si nada pudiera pervertir su alma o volver a corromperla.

Todos se miraban con la inexplicable sensación compartida de haber alcanzado algo que se habían propuesto obstinadamente desde siempre.

Sus oídos se llenaban con el rumor del mar.

Hagamos silencio, escuchemos…

Nosotros también…Cuidado, la locura y la utopía pueden ser contagiosas.

Quienes en verdad tripulaban el galeón, advirtieron los trastornos del capitán y su extravagante grupo de orates pintorescos.

La tripulación les aconsejó desembarcar porque sin armas, no tenían oportunidad de resistir el ataque de la flota de guerra.

Ellos en cambio se habían comunicado por radio, explicando que unos loquitos los habían obligado a navegar y que podían localizarlos en la playa, donde iban a permanecer anclados.

El Comandante, no se hizo cargo de la calificación psiquiátrica pero les dio la razón por falta de pólvora y cañones y decidió desembarcar con su gente.

Otro argumento lo había definido: en esa isla se exilió Reza Pahlevi, Sha de Persia, actualmente Iran.

Ese era sin lugar a dudas el lugar indicado para la Princesa Anastasia, que en ese momento entonaba la canción de Titanic.

La tripulación de la nave los despidió con alivio y permanecieron anclados .

El oleaje era amistoso y el agua extrañamente templada en ese lugar del Pacífico Panameño, que en realidad era Playa Blanca.

Entraron caminando por la playa a un all inclusive que no exigía llevar pulseras turísticas con categorías de colores.

Cenaron en abundancia, bailaron y bebieron fraternalmente alcoholizados,  con canadienses, franceses, brasileños, estadounidenses , argentinos y chilenos.

En el mar, el galeón turístico anclado en la costa ya estaba en la mira de la flota de guerra.

Los tripulantes enviaban señales a la guardia y trataban de comunicarse inútilmente por radar.

Finalmente, ante la cercanía de la flota, decidieron salir y levantar una bandera blanca.

Ya era tarde, el galeón ardió en llamas en el Pacífico.

Morgan se convirtió en leyenda: subversivo o mártir de los cuerdos según la inclinación política del consumidor. Una historia de locos.

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