Una vez mi tía Marta se atragantó con mis pastelitos, era veinticinco de mayo, y todos estábamos alrededor de la mesa de vidrio, hablábamos de cualquier otra cosa para disimular la toz moribunda de Marta, algunos le palmeaban la espalda, otros solo le decían que eructara, nadie culpó a los fideos con tuco de la abuela, claro… ¡porque ella tiene experiencia!, al momento estelar de mis pastelitos ya estaba intoxicada por el choripán, las pastas, las galletitas de manteca y el flan, en el instante en que puso la masa cruda en su boca cariosa tendría que haberse dado cuenta: por qué carajos nadie se atrevió a probar uno, fue la única muerta de hambre que extendió el brazo con dificultad, se acercó al conjunto de masa mal cocinada, la tocó, la olió, sintió la textura del pastelito con los labios y se lo metió igual. Todos gritando para que lo escupiera, yo no entendía nada porque la tía Marta parecía estar bien, solo que morada. Papá no pudo hacer mucho apretándole la panza (la tía Marta era una aficionada a las fajas), intentaron quitársela pero cuando quisieron darse cuenta, mi tía Marta estaba muerta. Luego de esto continuó una larga repulsión al veinticinco de mayo, temor a que sea una especie de maldición y fallezcan parientes en épocas patrias. ¿Será a causa de nuestro poco nacionalismo? —pensaron—, pero la opción más fácil para adjudicar una culpa fue mi poca ductilidad en la cocina, y es que nadie me decía: “por vos se murió la tía”, solo alejaban de mi alcance, las ollas, sartenes, y fuentes.
—Mi vida… ¿no querés hacer tu tarea?
—Pero ya la hice.
—Podés jugar a hacerla de nuevo.
Y así pude mantenerme hasta el día de hoy. Hoy el jurado está pidiendo pastelitos, hoy tenemos que hacer la receta familiar, hoy tenemos que lucirnos. Y aunque haya llevado a cabo todo excelentemente, y aunque el fracaso me haya convertido en una gran cocinera, me encuentro frente a lo que nunca superé, ¿seré reconocida por atragantar a las personas? Ya me imaginaba con el trofeo, la plata y mi familia analizando: “pensar que atragantó a la tía”, teniendo entonces un justificativo, una especie de consuelo, (mal visto pero bueno). Ahora, en cambio, debo conformarme con estos pastelitos crudos que nunca me salen. Y la granada, y el azúcar, y… El jurado me mira, el jurado empieza a sospechar, “nos quiere atragantar”, irán corriendo, irán a manifestarlo frente al público entero, seré señalada por el accidente, o lo que es peor, puedo ser señalada como una asesina en potencia, ¿Yiya Murano?, ¡un poroto! Inventarán cualquier historia justificando mi accionar, “la tía la trataba mal”, “la tía tenía devoción por su otra sobrina”, habría burlas, habría rechazo, se formaría un escándalo. Los nervios me están matando, quedan solo cinco minutos para entregar el plato y está más crudo que un sushi, voy a seguir adelante con esto, granada arriba para que no se note pálido, azucarcito, amor, y a cruzar los dedos: yo puedo. Bueno… para asegurarme de una estrategia perfecta, voy a probar uno y…
— ¿Causa de la muerte?
—Atragantamiento.
—Igual que su tía.
—Sí, ¿se obtendrá un descuento por eso?