Al principio no entendía la extraña situación de aquellos individuos, ahora por cuestiones del karma quizás, por reírme demasiado, o por las vueltas de la vida me encuentro acá. Será que nunca hay que burlarse de la desgracia ajena por más ridícula, graciosa y ordinaria que ésta sea.
Tal vez tengo que redimirme:
—Estoy perdida…
Si pido perdón y logro hacer un llanto creíble todo podría volverse a mi favor. El problema es que nunca tomé clases de actuación, y además no me siento tan arrepentida, se lo merecía… Para fingir esta falsa angustia tendría, primero que nada, devanarme los sesos pensando, pero a falta de inventiva respeto el programa estipulado… tengo que buscar un gato. Supongo que no tiene importancia si es atigrado o blanco, aunque para reforzar la imagen desdichada, desamparada y con malos augurios debe ser un gato negro. Tampoco lo voy a obligar a que se me cruce, aún no estoy atravesando la faceta del masoquismo. Estoy, simplemente, en una faceta de cambios, donde el conjunto se vuelve individualismo, donde no existen “tenedores y cuchillos”, ¡no quiero ver ni a los cubiertos juntos! Los separo, los miro con bronca, envidia y asco. Estoy practicando cómo cortar las milanesas sin cuchillo, trabajando en rechazar las labores a dúo, reemplazando el plural por el singular. Busco asegurarme y convencerme yo misma de eso… de que las cosas pueden hacerse de uno.
Mezclo las cartas, corto el mazo, ¡las reparto! Estoy jugando al desconfío, depende del gesto que elija mi inconsciente, me daré cuenta si miento o si digo la verdad.
— ¡Desconfío! —grito.
El espejo me da una imagen de inseguridad y mis manos temblaron dos veces, significa que miento. Vuelvo a repartirme las cartas; sé qué me toca, sé qué siempre voy a ganar, y sé que estoy jugando sola, pero a veces me saboteo a mí misma para agregarle un poco más de adrenalina.
Bailo lentamente con la escoba, creyendo en el destino que me señalaron, que me adjudicaron, ¡en el que me encarcelaron! Trato de volar en ella, pero no está funcionando. No sé si tomarlo a bien, todavía no me creció la pera, tampoco me aparecieron verrugas y mi nariz tiene el mismo tamaño desfavorable que antes. No subí tanto de peso porque la ropa me sigue entrando (si contengo la respiración por veinte minutos). De todas formas tengo que ir a la modista para que me diseñe el sombrero, va a ser uno bien grande y que cause miedo. Me habían preparado un libro de hechizos pero estaba fuera del presupuesto y se arrepintieron.
—Dejáte los bigotes —me ordena. Yo no puedo contradecir a la modista—. ¿Te gusta el traje? —me pregunta.
—Sí, me encanta —digo tapándome los ojos y toda la cara, evitando que las gesticulaciones revelen las mentiras de las palabras.
—Date vuelta —anota en el cuaderno mi nombre—. ¿Y hace cuánto te encontrás sola?
—Dos años —le contesto.
—Estas perdida tesorito, ya no te queda otra.
Entendí casi obligada la importancia de empeñar mi casa, dejar de pagar la hipoteca, darle al estado mis ahorros, y enamorarme perdidamente de los gatos. En el fondo ninguno llegaba a ocupar el espacio vacío. Me siguen a donde quiera que vaya, no porque quieran, sino porque les doy de comer, pensé que los felinos eran ariscos y me tranquilicé…
Me siento extraña, no es tristeza no es enojo, es una emoción interna que conocí hace poco titulada como “nada”. Una constante marea que no para, una luz tenue y aburrida que no se apaga, un camino que termina en el desencuentro y en el introspección más escalofriante del mundo… Ya no me tengo, ya no soy mía, soy de los gatos que me miman.
Una tarde Mary y Pepe se juntaron, están viviendo juntos, sin casarse, pero al menos comparten colchoncito.
Anoche Mary trajo a este mundo millones de gatitos. Los quiero mucho.
La tarde del día anterior mi amiga Hanna se había puesto un vestido blanco y largo, debido a mis descripciones de niña, (infantiles) y con muchas rimas:
— ¡Qué hermosa! Te estiliza toda.
También por derramar vino en su escote, y terminar arrancándole el maldito velo, me eliminaron de la asociación:
“Amigas solteras que respetan a sus amigas en pareja”.
Luego por perder la fantasía y la esperanza en los cuentos de hadas, por estar siempre deprimida y apagada, ¡ah! Y también por grandes dosis de mala suerte y desgracia… me eliminaron de la otra asociación:
“Madrina de bodas”.
Y me agregaron a una nueva, (de acá viene la locura por cierto tipo de animales) titulada como:
“Asociación de las solteronas locas”.
Antes me reía de esas personas, y ahora yo me encuentro bajo la misma situación. Estoy segura de que todo es un maldito estereotipo, porque había aprendido a manejar el auto, a ir a diversos lugares sin tener que conseguirme un marido, trabajar, pagar los impuestos, ser exitosa, ser divertida, pero como siempre me faltaba el detalle imprescindible, ese que borra todo lo anterior, que es capaz de hacerte soñar con unicornios y ver de la vida lo mejor. Para ser aceptada en la estúpida normalidad de la sociedad me hacía falta eso… “ser amada”, aunque sea de mentira. Pero… ¿de qué me sirve tener a alguien que sólo finja quererme? Por eso les digo a mis gatos que no me abandonen, que se queden. Tenía dos opciones; o aprendía a encariñarme al desamor humano y me acostumbraba a éste, o aceptaba el amor de los felinos.
Está aprobado ser amada de cualquier manera, mientras no sea la manera imaginaria, mientras te lo diga a la cara…
—Te amo.
No entiendo qué importancia tienen esas dos palabras de porquería que se unen, se retroalimentan y se enlazan, puedo decirle a mi loro que lo repita… ¿Y? eso no significa nada, lo digo porque lo intente y no funcionó, después de eso lo vendí para comprar más gatos. Ya no me queda otra…
—Sos un caso perdido —dijo mi psicóloga.
Me examinó detalle por detalle y llegamos a la conclusión de que tendría que ir a la modista… Sirve como consuelo saber que no soy la única, que hay varias mujeres vestidas de brujas. Me probé el traje negro, y dejé de lado el blanco, nada de brillos, ni de princesas; me siento la bruja que reparte manzanas envenenadas para que la joven hermosa muera, ¡me siento con rabia! Ya me desvestí de intereses, ya me encuentro al descubierto, dispuesta y preparada para recibir las balas, para que las manos me peguen, para que las miradas me rechacen y finalmente para estar orinada por gatos. No sé si es dramático o si es literal, lo único que entiendo es que ya me pusieron una peluca blanca, me desalojaron de la casa y me colocaron un perfume de una marca que no había conocido jamás:
“Suciedad”.
Luego, para terminar con la ceremonia, me dijeron que llore sobre un vestido de novia, me preguntaron si alguien había barrido mis pies y yo harta de supersticiones no les contesté. Resulta que todos pensaron que se trataba de envidia, ¿de qué demonios iba a sentir envidia? ¿De firmar un papel, de escuchar a un sacerdote, de que te tiren arroz crudo? Si me van a tirar arroz que esté hecho y en un plato, por eso le tire la bolsa entera en la torta de porquería que no tenía crema. Siempre me criticaba, pero supuestamente era mi amiga:
— ¿Y para cuándo gordita? Mirá que se te pasan los años.
—Los años se me pasan igual que a vos y a todo el resto, tener un marido e hijos no te exime de la vejez.
—Tu vida está careciendo de una organización, de una familia, pero no te enojes es tu destino, el que te tocó, y a pesar de todo no me da vergüenza ser tu amiga. Claro… siempre y cuando no presentes como tu novio a un gato —respondía la muy sínica.
Los gatos vinieron a buscarme, contestos y felices, les arrojo arroz para reírme. No es extraño que desayune, almuerce, meriende y cene milanesas con arroz, puré de arroz con sopa de arroz y a falta de trabajo y de coherencia empiece a robarlos, me descubrieron en uno de los supermercados…
—Señora no pagó el paquete de arroz, devuélvalo.
Escucho esa frase a diario… y varias más:
—Mami… ¿por qué la señora esa come arroz crudo y se los pega en la lengua?
Yo acepté la soledad, y el resto preparó su dedo índice para señalar:
—Ahí va la loca de los gatos.
Lo dijeron cincuenta y ocho veces, muero de ganas por responderles:
—No estoy loca, tengo problemas psicológicos por los estereotipos que se inventan, por los comentarios sociales que distorsionan los pensamientos, y sobre todo, porque cuando me propusieron casamiento el anillo no me entró en el dedo, y el estúpido se fue corriendo.
Después lo analizo y entiendo que eso me haría parecer más loca, entonces no contesto.