Ser políticamente correcto es una aberración en el siglo XXI, recomiendo que si sos de aquellas personas que se niegan a formular frases polémicas, que asienten muchas veces con la cabeza tratando de imitar, muy pobremente, un sí. Y sonríe a cualquier estupidez que comentan, tendrías que cambiar un poco —solo un poquito— esta costumbre te hará infeliz. ¿Quién soy yo para predecir tremenda desdicha? Una persona políticamente correcta.
De la palabra correcta derivan muchas: amistosa, cordial, amable, simpática, responsable, generosa, paciente, y finalmente estúpida. Se han dejado de lado los posibles sinónimos y al paso de los años se llegó a una necesidad incontrolable de ser denigrado.
La persona que padece de este síndrome, comienza a esperar que lo abofeteen. Si ve puños cerca deposita muy tiernamente su cara, respira el humo del cigarrillo, lo inhala y lo retiene a pesar de que le moleste, porque como ya sabemos, no tiene el valor de manifestar su incomodidad y más si el fumador es su mejor amigo, luego se le hace costumbre y finalmente ama que lo manipulen. No es masoquismo, no es estrés, ni tampoco está relacionado con algún trauma de la infancia (al menos no en mi caso), es una adicción a esta «muletilla» que usan como ley de vida: ser políticamente correctos, coserse las bocas con el hilo más bello, reprimir lenguas, ¡encriptar pensamientos! Y ni hablar de los sentimientos, a esos… ¡Dios mío! Los escuchan sólo en navidad o año nuevo.
Se hacen pasar por gente honesta, comprendedora e inteligente, están destruidos emocionalmente. Tratan de evitar las discusiones porque no tendrían la suficiente capacidad de desprenderse de los comentarios negativos y seguir con sus vidas. Posiblemente trabajen de vender ropa, sean barrenderos, u oficinistas, no los estoy clasificando, mejor dicho estoy describiéndome a mí misma, (tuve esos trabajos) es más fácil excusarme tras el plural un rato. Como dije, los políticamente correctos estamos decididos a ser correctos pese a todo. Te acaban de gritar:
— ¡Tonta! ¡Incapaz! ¡Inútil!
Y pensas: «Pobre… debió tener un mal día».
Te escupen, y supones que en algún lugar deben dejar su saliva. En fin, llegado el momento descubrís que sos como una estatua, que de tanto quedarse dura y ser correcta ha perdido vida. Tratás de liberarte un poco, pero los huesos te hacen «crac» y estás completamente dura, no intentes gritar porque nadie lo va a escuchar, tenés la boca cosida, no te la cosió tu jefe, ni tu pareja, ni tus padres, ¡no te engañes! Te la cosiste vos misma. Pasarás a ser como una marioneta, o más bien, uno de esos muñecos de brujería, que le clavan y le clavan agujas, lo bañan en sangre y de paso hacen un «baile atrae males».
Es común que le tiren dardos a tu imagen, no te alegres si te tienen catalogada como «la buenita» porque ese apodo es sinónimo de, como ya mencioné anteriormente, «estúpida». Con decirles que ésta explicación no se las está dando un humano sino un títere. Hace exactamente once meses me encuentro bajo la misma situación, tengo que quedarme quietita y sentirme dichosa si me pegan reiteradamente y me dicen:
—Ponéte flojita.
Yo hago caso, hasta que las mangas cubran mis manos, y en un abrir y cerrar de ojos, descubro que ya no tengo dedos, sino una tela estirada y mordida por varios perros.
¡Abandonada en la cama! Mejor ni les cuento cuando se olvidan de mi cara (si es que la tengo)… se sientan arriba con pantalones rasposos y rugosos, no piensan que me caracteriza una mala imitación de pupilas, arden cada vez que las retuercen, las aprietan y las frotan contra esos jeans miserables y berretas, haciendo caso omiso a mi presencia.
¡No! Total no tengo sentimientos, total soy un vil intento, una cosa que obedece, y toma la forma de lo que todos quieren. Manos pequeñas, manos grandes, ¡manos que maltratan! ¡Todas agrupadas! Se alían para introducirse y cambiar mi psicología.
A veces hasta me dan ganas de quedarme en ese teatrito que me fabricaron, es lindo, tiene un jardín chiquito, plantas en masetas sin tierra, lámparas sin luz, y puertas sin picaportes. Me sientan en una silla a pesar de que quiera mantenerme parada, me obligan a ver un televisor que siempre está apagado y a admirar el diseño de una casa que tiene la ducha justo al lado de la heladera. ¡Qué arquitectura tan perfecta!
A pesar de su falta de coherencia me gusta, ¡cuando me manejan!, ¡cuando me meten en ella! Simulo, muy profesionalmente, un gran baño (con la esponja de plástico). Todos aplauden y entonces me siento un títere feliz por un rato. Pero luego las luces se van, la atención desaparece, y yo que aborrezco esas manos entrometidas, las termino extrañando. Un sentimiento contradictorio, me convierten en un pedazo de trapo, no soy nadie sin la mediación de los demás, mucho menos sin los aplausos. Se cierra el telón y entiendo, casi obligada, que en realidad no tengo corazón, sólo un vacío que debe ser llenado.
Al principio eran diferentes papeles, todos ellos caracterizados por la bondad, la amabilidad, y la aceptación. Me crearon sombreros de papel crepé, y una remera con medias rotas, no me quejo es abrigada, y además a menudo aprietan el silenciador y me callan, puedo estar gritando por horas:
— ¡Dejen de meterme sus manos mugrientas!
Y nadie hace nada.
A menudo vienen a visitarme, a admirar asombrosos este maldito montaje, donde soy una mujer feliz, solo que disfraza de títere, y lo peor es que a veces me confunden con marionetas, ¡no tengo ni un sólo hilo en la cabeza! Únicamente me veo inmersa a asumir el ingreso de diversas pieles, ¡sin reservas!
Me enseñan qué y cómo gesticular. Decí esto, decí aquello, y siempre pero siempre dejáte manejar.
Ingresan a mí, recorrido en el alma, hospedaje a la crisis individual.
—Hacé este papel, y gritá de mentira, gesticulá la libertad pero nunca te atrevas a sentirla, llorá pero no sufras, (nunca en público). Mostráles a todos una sonrisa. Y nunca confieses de quiénes son las manos que te dominan.
Sin uñas pintadas, no son mujeres, no usan pulseras, ni collares… son manos de hombres, introducidas en mi anatomía, ingresan y yo no tengo más que aceptarlas.
— ¡Títere hacé caso!
Explotada en esta labor actoral, destinada a fingir una inexistente conformidad, asentir con la cabeza.
Ir de show en show y declarar:
—Soy una mujer entera.
Mientras me hago pedacitos por dentro.
Será que aprendí a llenarme, a nutrirme, poco a poco, probé con la comida… aunque todo alimento se escapaba de mí. Yo… que soy un intento de algo, ¡yo! Incansable espíritu que busca moverse pero se detiene, ¡sin cambios! Quizás la comida se desliza por la tela y cae al piso, ¡sin advertencias! Quizás a mayor cantidad de prendas, mayor vacío, un dolor que se lleva en el pecho y te derrota en un segundo.
Hasta que de pronto… se me ocurrió treparme a la repisa, como pude. Y entonces leí, entonces crecí, ¡me instruí!
Hice de esos libros una acumulación de letras y sin pensarlo los metí dentro de la remera. Esas medias agujereadas que me hacían sentir desdichada. ¡Estúpidas! No abrigaban nada. Me fui llenando poco a poco, viendo paisajes, escapando de aquellas manos cobardes.
Hipnotizada con esos pares de alas, aves maravillosas, ¿cómo sabrán usarlas?
Comencé a dudarlo, ¿y si los títeres tuvieran alas?
Sé que están ahí ocultas en el baúl, sé que las alejaron rotundamente de mí. Pero no me detengo, voy a buscarlas, porque aprendí a no sonreír, a decir lo que me pasa.
— ¡Quiero alas!
— ¡Calláte títere! ¡Agradecé que tenés cabeza!
Me llené de pimienta decidida a destrozar a quien se lo merezca, decidida a defenderme, hasta que las manos le queden mustias, hasta que las ganas de controlar y dirigir se arrepientan de haberme herido así.
Y me descontrolé, lloré, grité, exclamé, insulté, hice todo lo que no había hecho nunca, y fui tan feliz que por fin entendí…
Ser títere es una basura, que se busquen otra persona, yo no quiero ser la políticamente correcta.
Prefiero, en cambio, ser de carne y hueso, no puedo agradarles a todos y mucho menos ser perfecta. Si ven un títere en oferta no lo compren, ayúdenlo para que aprenda a valorarse. Asuman su estúpida omnipotencia y violencia yendo a terapia, claro… ya sé porque no lo hacen, ¡porque ni el psicólogo los aguanta!