Cuando deje de escucharse el eco, y las bocinas de los autos reemplacen el canto de los pájaros, cuando el calor del fuego sea destituido por el calor de las estufas eléctricas, y el calor humano sea subestimado. Cuando no causen efectos los abrazos, y se toquen divididos por las políticas urbanas, ¡destinadas a la soledad!, ¡cuando sean más edificios que humanos! Ahí nos van a llamar:
—Hola, necesitamos un cuarto de coherencia, un beso bien dado, una fogata y la sombra de un árbol. Necesitamos eso… un poquito de miel sin dulzura artificial.
Cuando nos pidan aquel reclamo lo vamos a pensar…
Mientras tanto continúan enceguecidos en sus parámetros y nosotros acá… en el campo.
Escuché que se sienten interesados por nuestras vacas pero que no saben cómo cuidarlas, ¿entenderán la expresión de sus miradas? Quizás las ven como simples peluches y piensan que sus ojos son botones, que sus colores son el desliz de diversos crayones, y sus ubres… no sé qué pensaran de las ubres, quizás deducen que son sachets y que dentro ellos se encuentra la leche. Ya en casos extremos creen que algunas vacas nacen mantecas, otras dulce de leche, y que otras nacen siendo asado… quién sabe…
Nos llaman humanos pero creen que somos pobres salvajes desamparados, alejados de la civilización, una especie de hombre involucionado, por el hecho de no pertenecer a la ciudad. Querrán atraernos hacia la locura, la hostilidad, la insensibilidad y la adicción a respirar el dióxido de carbono. No me considero un defensor de la naturaleza, porque aún no me encadené a ningún árbol, debido a que no tendría la más mínima de las importancias… Solo se asombrarían si me encadenaría a un supermercado, un shopping o una fábrica.
La población ha disminuido y quedamos pocos… pocos pero respetuosos. En el campo no contaminamos, ni creemos una superioridad falsa, entendemos al otro, nos preocupamos en abrirles los ojos, pero están encerrados en la monotonía incansable del consumismo:
— ¿Fuiste a comprar la planta artificial? Necesito que parezca real.
En la cultura de la falsedad todo es así, el cartel bien colocado, el maquillaje cubriendo los poros, los lentes tapando el derrame de los ojos. En ocasiones lo efímero se jacta de “seguro”, finalmente provoca daños colaterales, ¡explosión de realidades! Brotes en la piel, daños en la tierra, homicidio a la rosas que crecen sin reservas.
Pintado, ¡decorado! Le sobra purpurina pero carece de color, si lo sacudís descubrís que el brillo se desvanece y que debajo solo hay cartón, una apariencia… lo que tiene ansias por ser o significar algo, pero no tiene la suficiente lógica, coherencia y profundidad como para llegar a serlo, y se conforma solamente con eso… ¡con aparentar, presumir!
Ignorar es mejor que lamentar, frase que se acostumbraron a mencionar, dirán que todo es perfecto mientras se ahogan en los ríos tóxicos por sus propios pensamientos. Escribirán que todo es ideal, ¡se confundirán! Tirarán esa hoja, escribirán en otra, se volverán a equivocar y agarrarán otra, y otra, ¡y otra! Hasta vaciar todos los arboles del hábitat, hasta no tener nada, pero seguir afirmando:
—En la ciudad tenemos todo.
¿A costa de qué y quiénes lo tienen todo? Eso no se lo cuestionan ni de casualidad. Será que la cantidad supera a la calidad, más comercio, más ropa, más dinero pero después al final del día todos se encuentran bajo un vacío emocional imposible de llenar. Entienden que un colibrí posando en sus corazones no se puede comprar.
Pero lo que diferencia entre la ciudad y el campo es, sin dudas, la arquitectura. No es una grieta social sino una discriminación y rechazo hacia eso verde, que los confunde, repele pero a la vez los estremece… ¡el pasto! Están acostumbrados al frio del cerámico y cuando ven semejante belleza natural sienten miedo de pisarlo, no sé qué creerán, pero hay rumores instalados…
—No, yo no me quito los zapatos, porque el pasto te hace brotar, permaneciendo dos minutos solamente este comienza a adquirir dientes y se alimenta con tus dedos, provocan cosquillas en los talones, y finalmente, se dedican a comerlos —comentan varios ciudadanos.
Así es la historia del “pasto diabólico”, todos le tienen miedo.
— ¡Ay un mosquito!
Como si en los departamentos no hubiera bichos, nosotros no hablamos de sus cucarachas, así que tendrían que comprendernos un poquito…
Han creado leyendas urbanas para superar a las rurales y hasta empezaron con una competencia para nada igualitaria, difundida a través de diversas propagandas…
Necesidad de nuevos comercios, desplazando las fuentes naturales que le dan vida a estos comercios que promocionan, no estamos, ¡desaparecemos! ¡Somos ignorados!
— ¡Ay nena! si no querés socializar con nadie andate al campo.
¿Qué se piensan? ¿Que somos extraterrestres? Lo que no saben es que tenemos mucho más diálogo, y es un dialogo real, sin audios, cara a cara, quizás según sus términos, “desactualizado”, donde no existe de por medio un celular, no debemos apoyarnos en nada tenemos algo que se titula “vocabulario”.
Sé con seguridad que van a venir a robarnos, cuando lleguen a la sobrepoblación quizás, exceso de gente interesada en ganar sin invertir ni un poco en la riqueza del país, del lugar. Interesados en la riqueza personal.
Van a robarnos algo que perderán… “la tranquilidad”.
Será que la culpa no los dejará dormir, se concentrarán muy profundamente en contar ovejas, pero éstas escaparán; sufriendo por el interés, dolidas, indefensas y decepcionadas, porque solo las utilizan para eso, para ser contadas. Los rebaños usufructuados no sirven para conciliar el sueño, pedazo de cosa que combate el frío y bebe su veneno.
¡Pobres ovejas! Dejé de contarles cuentos de hadas, esos perfectos donde ellas pueden ser valoradas…
Tengo que narrarles en cambio, la realidad en las que nos encontramos:
—Hay gente egoísta que sólo busca expandir su “zona de confort”.
— ¿Zona de confort? —me preguntan.
—Sí, es una especie de comodidad ganancial en la que se encuentran, donde solo están dispuestos a generar dinero a través de ustedes. Pero… mis pequeñas, no se sientan utilizadas a veces las recuerdan, cuando hace frío y necesitan lanas o… —sentí como el corazón se les partió, incluso hubo un sonido que lo comprobó…
—Meeee —así dicen las ovejas cuando se sienten lastimadas, despreciadas, y solas. Piensan que no hablan, aunque nunca se tomaron el trabajo de consolarlas.
—Tranquilas, no se angustien —las acaricio y poco a poco van pronunciando las palabras, el problema es que los de la ciudad no se tomaron el hermoso trabajo de mimarlas —. Esta gente no es mala solo es inconsciente, parece que aborrecen el campo, que somos el lado oculto, el tema prohibido del cual nadie habla, que solo es un murmuro en el fondo. Solo somos el bien ganancial de sus fábricas.
Me confiesan luego de un tiempo largo, que quieren escaparse… Escucharon que en la ciudad la vida es mucho más adrenalínica y la quieren probar; experimentar, confundiendo la locura y el éxtasis con la libertad. Ellas piensan que serán bien recibidas, pero la realidad es que el sector urbano no está capacitado como para recibir ovejas.
Oyeron que ellas podían tomar la decisión de mudarse y les construyeron un cartel titulado como…
—Meee.
Burlándose de su mala pronunciación, diseñado con un exceso de lanas y sumergido en leche deslactosada. Sé que tienen pensado obsequiarles un chaleco hecho de ovejas a las mismas ovejas, a prueba de balas, porque inconscientemente se ven tentados, sienten placer al disparo. Ya les prepararon una estufa eléctrica y, como castigo, (si se comportan mal) está al alcance el carbón, el fuego y el horno. Se la dan de sofisticados, pero no saben qué es el canibalismo… Nunca se lavan las manos, van infectando todo con su indiferencia. No hay cura para la ignorancia de corazón, mucho menos para la carencia de alma.
Yo les comento antes de que decidan escaparse…
—El equilibrio del Ecosistema se rompe sin ganado en los pueblos que ayude a limpiar los bosques, el matorral prolifera y se convierte en combustible para los incendios. Aumenta la desertificación, la cual a su vez disminuye la diversidad biológica, y provoca la mitigación del cambio climático…
—Meeee —contestan, creo que mis ovejas se están revelado.
— ¿Me escucharon?
—Meeee —se están burlando.
Me siento apenado porque no hay gente, y ahora siquiera los animales quieren quedarse, todo es culpa de la desinformación en las redes sociales, ilusionadas con ser mascotas de departamento, pero yo no deseo quedar como un vil asesino de esperanzas, ser el malo de la película y espantar a las hadas. Porque ahora piensan que el trabajo de embalaje es cosa de hadas. Yo les explico:
—Las hadas no existen, las utilizan como atractivo, verdad irregular, que se quiebra y solo tiene eso: textura a musgo.
Pero ya están cansadas de mis discursos, trato de no ser aburrido, aunque me da la leve impresión que la poesía se infiltra en mí a menudo.
Quiero decirlo, ¡quiero confesarlo! Cesar el tiburón en la garganta que procura devorarlas:
“¡No! Ustedes no entran en esos estereotipos, mucho menos en sus diminutos colchones”.
Pero me contengo, no lo digo, me callo y lo asumo… no puedo hacer nada.
Los animales acaban de preparar sus maletas, un poco de pasto para recordar la singularidad de las sensaciones y los sentidos, el abrigo del recuerdo para apartarlos del frío. Vacas llevando su primera gotita de leche, la que yo exprimí, la que yo recolecté y no vendí. Rememoran las frases motivacionales que les pronunciaba cada vez que las ordeñaba:
—No se asusten, confíen en mí y todo va a salir bien.
Se están despidiendo…
Dicen que van a recibirlos con fuegos artificiales, sin pensar claro que eso los asusta, pero… ¿qué importa? Mientras los humanos se estén divirtiendo.
Ahora, en este momento, las ovejas están atadas a sus camas, los de la ciudad creen que así podrían conciliar el sueño, explotándolas. Las contaron toda la noche pero en realidad no durmieron nada, finalmente me llaman:
— ¿Por qué las ovejas no dan lanas? Ya llevan ocho horas atadas a la cama y no funciona, ¡el insomnio no se aparta!
—Eso consiguen por llevar a los animales donde no pertenecen, y dígame… ¿cómo está la gente?
— ¿Qué tiene que ver? Quiero obtener ganancias, ¡ya!
—Se me hace imposible —respondo.
— ¿Por qué?
—Porque me encuentro completamente solo.
— ¿Cómo manejamos esta situación?
—Entendiendo que el campo es un paisaje bello y debe ser habitado, jamás olvidado o usufructuado.
—Bueno, si entendiéramos eso… ¿las ovejas nos van a dar lana? Estoy hace una hora esperando que la defequen y no pasa nada…
—Pero las ovejas no defecan lana —me reí y comprendí que lo único que puede conectar a la ciudad con el campo, es eso… la necesidad.
Los paisajes están hechos para vivir en ellos… Las personas regresaron al igual que el turismo, la vida, la naturaleza y la compañía.
—Pueden hacer sus necesidades tranquilas, yo no miro y… no las presiono.
Mis ovejas están agradecidas…