El objetivo principal era no mirarlo. Permaneceríamos así media hora, quietos. Ya había enterrado las preguntas existencialistas, ahora me tocaría reprimir la típica: ¿puedo ir al baño? Era obvio que no, porque cuando levantara la cabeza, la profesora me acusaría:
—Mónica lo estás mirando —diría.
De todas formas yo podría ir al baño sin mirarlo —pienso—, analizo la posibilidad de ir arrastrándome lento, haciendo unas lagartijas, corriendo para atrás, o jugando a contener la respiración, apretarme la nariz con los diez dedos, llegar al punto de la asfixia, distinguir colores morados, rojos, anaranjados, y de esta manera lo vería pero sin vida. Sería admitido, aunque… si contuviera la respiración, no llegaría hasta al baño, me desmallaría en medio del trabajo, todos se ocuparían en hacerme RCP, y finalmente induciría a que todos mis compañeros, profesores y directores terminen viéndolo. Sí, también tengo ganas de ir al baño. Pero si me muero previamente… ¿tendré que ir igual?: “la chica que se hizo pis antes de morir”, ¿su orín podría haber sido la causa determinante del resultado trágico, vergonzoso y dramático?, preguntarían varios periodistas en el noticiero de la noche que ven todos mis familiares, conocidos y desconocidos, gente que quiero y gente que detesto. Los periodistas mostrarían la escena, pondrían mi cara borrosa, pero señalarían, con mucho respeto, la mancha de orín. Algunos reirían entre lágrimas y otros se dedicarían a buscarme por internet, ver si me conocen de la escuela, y terminar con la deducción más universal: pobre… tenía incontinencia. Claro, yo estaría muerta, pero no deseo entregar esa imagen tan paupérrima. Quiero mirarlo sin titubear, ¿lo habrán visto ya, y yo soy la única estúpida que no se está moviendo?, ¿soy la única que tiene necesidades fisiológicas en este encuentro? Es mi duda en medio de todo esto.
Habían anunciado: para no morir deshidratados tráiganse veinte botellas de jugo, nunca especificaron si había que tomarlas, pero por ahorrar espacio en la mochila yo me tomé el jugo de las diecinueve botellas, y dejé una sola para la clase de danza.
¿Lo habrán admirado ya? Las agujas del reloj no se mueven, el tiempo colapsa. Quizás todos saltan alrededor de él y hacen una especie de marcha. Fijo la vista en el jugo de naranja, el jugo de naranja se queda quieto. Se le hace fácil, porque él es puro colorante y no tiene cuerpo. Si el jugo de naranja tendría ojos, ya se habría fijado en eso, seguramente. Y si tuviera manos ya lo habría tocado, y si tuviera mochila ya se la habría regalado, y si tuviera lengua… Hubiera hecho muchas cosas si fuera humano, pero como solo es jugo de naranja que grita y me saluda tengo que usarlo de ejemplo. El jugo de naranja se mantiene lejos —me digo para sufrir menos—. Si pediría ir al baño y me taparía los ojos, y crearía a penas una hendija con los dedos, podría funcionar. Pero no, no sé por qué, todo resultado termina en la RCP, la profe puede pensar que estoy loca, que estoy haciendo trampa, o lo peor, que estoy insolándome, llamarían a la ambulancia, el resultado final sería llamar a la ambulancia, el ambulanciero terminaría viéndolo y… El punto donde radica mi conflicto es ese: quiero verlo yo sola sin que nadie se entere. Estoy decidida a girar la cabeza, abrir los ojos como dos huevos fritos y que se pudra todo, que me sancionen, que me hagan repetir de año, ¡que me obliguen a hacer estocadas por todo el campo!
La profe se saca los lentes que supuestamente la ciegan y anuncia:
—Bueno chicos… ya pasó la media hora. Pueden mirar tranquilos.
Frente a nosotros la cabeza del director colgada del mástil, con un anuncio muy interesante: me robé el dinero de la cooperadora.
¿En serio? ¿Tanto misterio para eso? Vero me dijo que mientras no veíamos, vino un tigre, un tigre que le reveló las respuestas de la prueba de folclore, yo solo fui corriendo al baño mientras veía que el director no se había afeitado. ¿En serio me perdí del felino?, probablemente sí porque me saqué un cuatro, pero nunca voy a saberlo.
Era macho, eso seguro, ya que la profe utilizaba el termino “verlo”. Hubiera pedido para ir al baño y ahora podría saberlo. Igual no me importa, uno puede encontrar tigres en la escuela todos los días, ¿no? Cuando busqué a la profesora para decirle que necesitaba ir al baño de nuevo, me dí cuenta que de sus pantalones asomaba una cola felina, unas orejas puntiagudas y unos dientes… ¡Estaba harta!, ¿será que todos son tigres y yo soy la única rara?