Todo estaba como tenía que estar, el miedo bajo la cama y la guardia baja.
Al crecer te levantas en medio de la noche y lo único que sentís es hambre, desaparecen entonces las sensaciones oscuras que manipulan el sueño, contás hasta tres y descubrís que debajo de la cama sólo hay telarañas, un juguete viejo y la pantufla que no encontrabas.
Nadie grita, nadie sospecha, nadie sangra… a lo sumo sentís frío y te tapas con las sábanas.
Amaneció, nadie te prepara, ni te advierte, ¡ni te calma! Todos creen y te hicieron creer eso… que de día no pasa nada.
La anciana va a comprar verduras, el oficinista a trabajar. La mentira se encuentra luminosa pero no por eso se transforma en verdad. Los pájaros cantan, las mariposas vuelan, ¿y las lombrices? las lombrices no están…
La anciana de pollera a cuadrillé, vuelve quejándose, no había verduras. El oficinista regresa temprano, las empresas dependen de los cultivos.
Falta poco para el día que las lombrices ataquen, se metan por tus orejas, busquen refugio en tu nariz y escarben la piel como si fuera tierra.
A la anciana no le preocupa, ahora está mirando su novela. Voy a llegar para advertirle:
—No queremos vivir así.
Me va a mirar y se va reír.
De día, cuando nadie sospeche, voy a llamar a todas, vamos a vengarnos de la explotación laboral, ¡sin huelgas! porque tenemos derechos.
Voy a comentarle que lo que está comiendo son lombrices y va a vomitar. Voy a explicarle que también nos metimos en sus cremas, va a encender la hornalla y se va a quemar. Y finalmente voy a decirle que estamos en sus orejas y ella ya no me va a escuchar…
Ahora me encuentro entre el hervor, protegida. No reclamo golpes, tampoco caricias, me siento desestimada y algo vengativa, ¡despreocupada!
Entendí hace mucho que los mimos son para los perros, los abrazos para los gatos, y la expresión de dulzura para los conejos.
Entablo una buena relación con ellos, no hablan y se quedan quietos. Noto que el agua va subiendo junto a mí, al mismo tiempo, pero debido a padecer tanto dolor ya no me quemo.
Será que la represión magnificó nuestros cuerpos, será que ser indestructible se trata de eso… de aprender a lastimar.
Cuando entendimos cómo herir todo fue tomando practicidad, algunos escriben discursos, otros proyectan sus emociones al bailar, muchos van al psicólogo pero… nosotras decidimos invadir, enseñarles lo que es sufrir.
Si nuestros gritos no se escuchan se van a sentir, ahí por la entrañas, quizás alguna encuentre refugio en las costillas, o en los intestinos. A mí especialmente, me gustaría infiltrarme en la cosita esa que tienen… tamaño de nuez.
Se hacen los sentimentales y no saben lo que es querer. Aman si les conviene, ¿para qué van amar a todos los seres vivos? depositan su cariño solamente en unos, ¿y a nosotras? A nosotras nos abandonan.
No estoy dolida, ni resentida, ¡para nada! Sólo estoy haciendo lo justo.
¡Llegó la hora! Voy a pegarme a la olla, el agua se está yendo, ahora me siento aceitosa. Siento la cuchara de madera, pero eso ya no me puede partir. Escucho un golpe, haciendo un sonido peculiar, debe significar que la comida ya está. Se sientan placenteramente a la mesa, sin imaginar que…
El tenedor me pincha pero sólo me fortalece. Creen que son los únicos capaces de ser libres y ahí radica nuestro inconformismo.
Voy a expresarme de una manera muy peculiar… primero en sus muelas, podredumbre y descontrol, van a sentir un ardor. ¿Qué mordieron? algo que no muere, por el contrario, se llena de vida en sus cuerpos. Luego encontraré una amplia expresividad en su garganta, ¿cómo? quitándoles el habla, voy a apropiarme de ellos…
Seguiré en sus corazones, infartos a causa de algunos desajustes y pequeños pormenores.
Quizás llame a mis amigas, las cucarachas —me deben varios favores— para que al dormir descansen en una nariz, pero si me dan lo que buscamos tal vez no lleve la situación a tal magnitud.
Estamos exigiendo libertad, necesidad de expresarnos, de poder hablar.
No estamos en contra de nuestro creador, estamos en contra de nuestro opresor: «El hombre».
Un ser despiadado y asqueroso, es posible que se nieguen a nuestros reclamos.
Ignoran que tenemos necesidades. No merecemos atenciones ni cuidados, ¿cuándo demonios nos mandaron a un veterinario? Somos el descarte, lo que se escapa de la mente, lo que nunca ingresa ni llega a ser parte de la consciencia.
Cambiaremos la situación… no nos agrada en absoluto que pronuncien esa frase cada vez que intentamos vernos más bonitas:
—¡Ay! ¡Qué asco!
Hasta en baños de barro invertimos, ¿y qué obtuvimos? ¿Qué obtenemos continuamente? ¡Desprecio!
Nos maltratan, simplemente, por no ser humanos. Una eterna magnificación hacia su propia especie.
Por eso ya las entrené a todas, por eso, les confieso que ahora aprendimos a camuflarnos. Les recomiendo que tengan cuidado al comer fideos, un poco nos parecemos… —Compren el espagueti en oferta del supermercado—.