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Desearía interrumpir ese momento perfecto, ponerme una venda en los ojos, pasar corriendo entre la sintonía que tienen todos, interrumpirlos, arruinarlos, ¡espantarlos! Decirles que no puedo mirar fijo y que parpadeo a menudo. Que las piernas me tiemblan y el cabello desprolijo en mi frente en realidad no es un flequillo, sino una rebeldía que tienen los rizos.
Querría transformar las rosas por pañuelos sucios, reemplazar las voces bellas por quejidos, ¡no! No es desmedido, es lo justo.
No sé cuándo lo inventaron, no sé cómo demonios lo crearon pero la perspectiva supera ampliamente a la realidad, y es fastidioso que siempre esperen cosas que no van a pasar:
Un domingo eterno, un hombre fiel, una adolescente que sepa lo que quiere, una mascota que no defeque.
Son situaciones indescriptibles irreales, fantasiosas, ¡ficticias! Que vuelven a la realidad asquerosa, terminas por ilusionarte con las películas de romance, creer en los cuentos de hadas, tomar el té y reemplazar al dulce de leche por la mermelada.
De un momento a otro crees en todas las propagandas, te entretenés con los sueños sin cumplir y cambias los rizos por la planchita. Nadie te comenta que el pelo te va a quedar electrizado y duro, que la mermelada contiene la misma cantidad de azúcar y engordas lo mismo. Ahí viene mi parte favorita… nadie te comenta que las películas terminan y que tu escena preferida sólo es una escena que no perdura.
Yo estaba un poco infeliz con la situación titulada como: “expectativa vs realidad” pero lo entendía. Deduje que todo el mundo, al igual que yo, lo asumía, aunque inmersa en la locura terminas por trangivergar un poco los resultados; quizás el colesterol no está tan alto, la diabetes puede esperar y finalmente terminas creyendo que los unicornios pueden hablar.
No sé cuándo comenzó esta teoría pero ahora no hay pasaportes sino alas, no hay esfuerzo sino esperanza y la más utilizada de todas… no existe la desgracia sólo el destino, a cualquier cosa desafortunada la vas a ver como fuente de alegría y aprendizaje. Llega un momento que cansa, no asumen que su vida es un desastre y la disfrazan. Acaban de ser orinados por un elefante, ¿y qué dicen?
—Es la magia del destino.
Se tropiezan por una lata en el piso, se olvidan de hacerles el descuento, los despiden, los escupen, ¡los atropella un colectivo! ¿Y qué gritan?
— ¡Es la magia del destino!
¡Basta! Será causa de un delirio colectivo, de una intoxicación general y continua que se repite día tras día, pero cada vez que me despierto, desayuno, almuerzo, ceno, camino, corro o me quedo viendo un punto fijo, dicen lo mismo:
— ¡Unicornios! La palabra del unicornio solucionará todo.
Yo me controlo, hago un esfuerzo y finalmente logro evitar la risa. Digo luego de una carcajada interna:
— ¡Gran filosofía del unicornio!
Es la frase programada, la pronuncian sin descanso como si un unicornio estúpido pudiera solucionar algo.
Se dice que llegaron en carruajes de calabazas, desfilando altivamente sus vestidos. No estoy hablando de princesas, estoy hablando de caballos con frentes deformes. ¡Qué sé yo si tendrán frentes! Pero bueno…
El caso es que los alaban por sus alas y colores, pero maltratan a las pobres yeguas, las utilizan como recurso de insulto y cada vez que las miran piensan en mortadela. No se apiadan de ellas, ahora si viene un unicornio se desmayan, ¿quién los entiende?
Yo me contengo y respeto, entre el destino místico, el unicornio que te construye el camino y el pasto sintético me tienen con la coherencia por el piso. El momento exacto en el que se perdió la racionalidad fue cuando los ovnis nos obsequiaron unicornios que hablan:
—Creé, creé en la magia —decían, ¡eran tan tiernos! ¡Lo admito!
Mientras tanto lucraban con revelar sus trucos, los unicornios parlantes tienen una voz única.
El misterio y la mentira se alían, conformando lo que parece una voz ronca, sin estética y desafinada, si los unicornios pudieran comprar cigarrillos diría que son adictos y tienen que tratarse, pero no… ¡son perfectos! Nos enseñan cómo imaginar un mundo de ensueños. Ésta tarde me obligó a hacerlo:
— ¿De qué color tiene que ser el cielo? —preguntó. Agarré un crayón negro y… ¡me lo quitó!—. El cielo tiene que ser azul y debe haber mariposas descansando en las nubes, con diversos brillos y destellos. ¿Entendiste? —el unicornio me abofetea.
Tiene sus patas suaves como la seda, y si te quedas viéndolo por dos segundos más creo que su aliento a magia te obnubila o envenena, es parecido, supongo…
Ojos brillosos tanto que parecen dos espejos, debe ser la ilusión, descubrí que cuanto más lo observas más admiración te genera. Por eso me pongo de espaldas, para no ser distorsionada por los efectos traicioneros de la magia.
Pienso:
“No existen los unicornios”.
Pero cuando volteo… ¡no puedo! ¡Me enamoro! Ustedes tienen que ver ese pelaje, esas patas, no se asemejan a la realidad. Son, en cambio, las múltiples facetas de la fantasía atravesados y confundidos por la libertad. Enloquezco, ¡me desespero!
—Sí creo, quiero volar —le confieso.
Y entonces otra vez me sumerjo, en la locura social que esclaviza a todos acá. Desde el día que llegaron unicornios todo es felicidad, pero en el fondo sé que es mentira, decoraciones en vez de verdad. Hago caso omiso a que existe el interés y la avaricia o un simple paisaje de lluvia.
Los unicornios vienen todos los días, tocan nuestras puertas y preguntan:
— ¿Cómo sería tu mundo perfecto? —nosotros respondemos, y en un abrir y cerrar de ojos lo obtenemos.
Será que habrá un inventario de mundos, para satisfacer la cantidad de expectativas por segundo. ¿Deseo formulado? ¡Deseo cumplido! Me siento mimada y consentida a menudo.
Todo iba bien, sin quejas, sin sobresaltos ni lamentaciones hasta que encontré mis lentes. Estaban ahí… en el conteiner de “objetos sin magia”, prohibidos por carecer de fantasía, rechazados por el exceso de ética, y olvidados por ser simple miseria.
No es que los estaba buscando, no es que quería contradecir las instrucciones de los unicornios. Pero me ví tentada, quizás iban en los pies, en la cintura no me entraban… Me llevó un par de horas recordar que los anteojos se acomodan entre la nariz y los ojos.
Resulta que el cielo no era azul, el pasto sólo era tierra y… todo era una completa farsa, un dolor de muelas calmado temporalmente con ibuprofenos. ¡Elegancia sustituyendo a la pobreza! Intentando enterrarla a bases de promesas.
Ya pasaba cinco meses sin empleo, pero tenía que afirmar contenta y enorgullecida:
—Los unicornios se preocupan por nosotros y piensan en el trabajador.
Sé muy bien que luego de pronunciar esa frase se me mataban de risa, sentados cómodamente en un sillón aterciopelado, contando su fortuna, sacándose fotos, acariciando y alimentando su narcisismo, diciéndose al espejo:
— ¿Quién es el más hermoso?
O quién es el más chanta… en esta situación es parecido. ¡Esos unicornios estúpidos!
Estoy tratando de detener la idealización que se genera en conjunto, cuando te dejas llevar por lo que se ve; cabellos largos, lisos, perfectos, y… ¡otra vez me pasa esto! Me enfoco, cierro los ojos y entonces puedo entenderlo… ¡Millones de unicornios concentrados en ganar dinero!
Hace poco lo entendí; hacen publicidad con el sufrimiento ajeno, formulan frases como:
—Ésta es la perdición de la juventud.
Pero cuando me puse los lentes pude reconocer a los unicornios mareados de tanta… ¡tanta magia! Fuman sin parar y dejan un humo definido como: “aroma artificial”. Cuando ellos lo provocan aseguran esto de manera hipócrita:
—El humo que nosotros generamos sana a las plantas y las pone felices.
En fin… no podía denunciar nada sin pruebas. ¿Qué iba decir?
—Hola, quiero denunciar a los unicornios.
Si el que me está atendiendo es un unicornio. El problema con estos seres es que están involucrados en todos lados, cuando vas al banco, cuando recibís un aumento, cuando querés expresarte, están siempre, menos cuando te morís de hambre…
Es un total hartazgo, ¡te espían hasta cuando vas al baño…! Y lo estoy diciendo muy seriamente.
Una vez me alcanzaron el papel higiénico, y tuve que publicar en todas las redes sociales:
— ¡Muchísimas gracias! Odio a las yeguas y a los cabellos, voten por los unicornios porque si lo hacen nunca les va a faltar papel higiénico. ¡Son el futuro de éste país!
Me llevé una sorpresa inmensa al verles las etiquetas, resulta que son unos mentirosos, y sólo se trata de disfraces. Debe ser que el de unicornios estaba en oferta, si los trajes de hadas estuvieran más baratos la historia sería otra… En realidad sería la misma pero, en este caso, los políticos tendrían baritas.
Nombre: Milagros Antonella Corallo Bao.
Fecha de nacimiento: 27/08/2003.
Dirección: Garay 135 (Ezeiza).
DNI: 45042090.
Instagram: Mil_rosass.