Decíase que el faraón Rulete Agustín pasaba sus tardes a gustín, es decir, comiendo sanguches de calamar con cebolla, desenredando auriculares y frotándose con un sobre de manila.
Rulete Agustín usufructuaba de incontables privilegios y lujos materiales pero no gozaba del bien más preciado de la humanidad: una cisterna.