Rulete encontraba la frustración en las más intrincadas cosas. El día se prestaba para la reflexión pero no se devolvía para el posterior estrago.
Luego de romper la específica cantidad de setecientos cincuenta y ocho radios creyendo que podría liberar a Beethoven, mandó a su siervo menos predilecto a comprar una Schweppes.
Vista la oportunidad de estar a solas con el otro (el más predilecto) le preguntó:
– ¿Quién soy?
– El Faraón Rulete, hijo de la princesa Culata y el príncipe Válvulo.
-¿Quién soy? ¿Quién soy? _ reiteró.
– El dueño y señor de todas las tierras al este y oeste de los campos Combustionados.
Rulete pateó la radio número setecientos cincuenta y nueve y sus quinotos interiores rodaron por la habitación.
– ¿Quién soy? No cómo me llamo, ni en qué me ocupo, ni de dónde soy, ni en qué lugares estuve, ni qué cosas poseo, ni mi rol en relación a otro ser humano, ni que gané, ni que perdí. ¿Quién soy?
-¡Ay, señor! Ud es el eco remanente de un tabaco que nunca fue mascado.