https://www.youtube.com/watch?v=NZBf9kIhuLI&t=46s
La primera vez que respiré
(fuera de mi mamá)
un perro negro me mordió los pies.
Nadie lo vio.
Me acurruqué, fui mínimo y
cuando abrí por primera vez los ojos
un perro negro estaba ahí también:
listo a morder.
Nadie lo recuerda.
Recuerdo no
mi primer diente sino
el negro tarascón en mi boca y
la dolorosa baba,
mía y de él.
¿Gateé para huir? Hablé,
dicen, con remarcable elocuencia
como si intentara entender.
Ahí, ahí el perro
negro
dentelleó mi razón:
crecer sería morir.
Ahora nadie
lo ve ni lo recuerda
perpetuamente a mis pies,
ni siquiera yo.
Pero sé que volverá con los años
cada vez que tenga hambre.