Hace poco aprendí a leer la hora
en el reloj de la sala
que en vez de números tiene palitos.
Ahora sé
cuándo pasan Dragon Ball.
Y cuándo, los sábados,
es mediodía
y me voy con papá.
El auto tiene olor a cigarrillo
y la barba me pincha.
Así mide el tiempo
desde el divorcio:
con el mentón.
Es un silencio tristísimo
y un miedo perpetuo a no
enojarlo,
que jamás me abandonará.
No te enojes Pá. Era
inevitable, Pá. Yo
todavía te quiero.
Nada de eso digo.
La brevedad de mi vida
apenas puedo contarla con los dedos.
Temo
mudo.
Escapo lejos
del recuerdo
del sonido y la furia
azarosos como las campanadas
del reloj de péndulo.
Esta vez no llegan.
Entonces vuelvo:
Pá,
¿cómo voy a crecer,
si ya no estas para medirme
atrás de la puerta?