Tuve un sueño una vez. Soñé que estaba sola caminando por un desierto abrasador, pero que ese desierto se transformaba en un corazón de arena que se deshacía en mis manos y el pecho me quedaba vacío. De pronto me vi reflejada en un espejo, pero la imagen era la de una niña. Una niña con los mismos ojos pero con la mirada triste, con el mismo color de pelo y el mismo lunar en la mejilla derecha. Con los ojos llenos de lágrimas ella me dijo “no me olvides”. Al despertar tuve la sensación de que algo había cambiado.Con el recuerdo vívido en mi cabeza y aquella frase repitiéndose en silencio una y otra vez, me levanté y busqué mi imagen en el espejo colgado en la pared. Era yo, pero con enormes sombras oscuras debajo de los ojos. Había dormido como nueve o diez horas pero me sentía agotada. Tenía todas mis cosas en la casa pero me habían robado (aún sin entender qué). Aunque latía, tenía el pecho vacío y sentía un gran dolor. Sin dudas, la niña del sueño era quién habitaba en mi interior.De pronto recordé que al cumplir 6 años me habían regalado una muñeca de trapo. Tenía el pelo hecho con lana rosa y una pequeña sonrisa. Mi abuela le había hecho un vestido con flores de color beige y una camisa con un retazo de tela celeste. Fue mi juguete preferido durante años. Incluso hoy lo guardaba en un estante en mi placard como símbolo de mi niñez. Esa mañana volví a buscarla y me senté en la cama con ella entre mis manos. Mientras la sostenía sentí una conexión profunda con la niña que había sido y que, sin pensarlo, se había convertido en testigo de toda mi vida. Había podido regalar otros juguetes, pero a ella no. Incluso después de tantos años seguía conmigo. La apoyé sobre la mesa de noche para poder tender la cama y después le di un lugar de privilegio en el centro de la misma, sentada contra las almohadas. Desde entonces hablé con la muñequita como si fuera la pequeña niña del sueño. Le conté todo como si fuese a guardarlo en secreto.Al principio solo le daba los buenos días y las buenas noches. Después comencé a tener conversaciones más profundas. Existía un emisor pero el mensaje quedaba flotando en el aire. Me permitía sacar del sistema ese dolor que me agobiaba. Me sentía más liviana. Era el puente entre mi alma y yo.Cuando el dolor era demasiado grande me abrazaba a ella y lloraba. Cuando terminé con una relación amorosa porque el otro rechazaba mi forma de ser, le pregunté “¿Por qué es tan difícil amarme como soy?” ella no me juzgaba, no emitía crítica. Ella solo me escuchaba y dejaba que fuera yo quien encontrara la respuesta. Pero cuando la felicidad me invadía, Cata sonreía mientras le contaba el motivo con total euforia.Me aferré a esa muñeca, le hablé con amor. Lloré en su regazo cuando el dolor era inmenso y le conté mi vida entera. Era mi yo niña representada en tela y lana de color rosa. Mi confidente, compañera. Y la amé por sobre todas las cosas, por sobre cualquier otro juguete; porque Cata había estado conmigo desde los seis años. Aunque yo sabía que había sido desde mucho antes. La abracé y la llevé conmigo. Le di su espacio y un lugar de privilegio en el centro de la cama. ¿O quizás era en mi corazón?Anoche volví a soñar. Soñé que caminaba por ese desierto y que descubría mi imagen en aquél espejo. El reflejo de la niña había cambiado. Era el mismo pelo, el mismo lunar en la mejilla y los mismos ojos, pero, esta vez, ella estaba sonriendo. Tenía a Catalina en sus brazos. Con el vestido con flores color beige, la camisita color celeste y el pelo de lana rosa. La niña extendió la muñeca hacia mí y al traspasar el espejo, se transformó en un corazón que comenzó a latir y se metió en mi pecho. La niña sonriente dijo “gracias”. Al despertar me encontré abrazada a la pequeña muñeca. Mi niña interna había vuelto.
Escritora nacida en la primavera del 83′
Autora de «Margarita» publicado en 2021
Transitando el profesorado de Lengua y Literatura en el instituto Julio César Avanza de Bahía Blanca.
Escribir es la llave de mi libertad.