Uno, dos, tres, cuatro, cinco y sigue titilando el cosito del Word que te dice dónde escribís. Los filtros cuarentenales me preguntan todo el tiempo qué prefiero: si saber cuándo o cómo voy a morir.
Ninguna, gracias.
Abuela, ¿qué hay del otro lado? Donde no estás vivo pero ahí estás, y para el mundo de los vivos estás muerto. Dicen los poetas truchos que sólo muere quien se olvida pero también quien está dos metros bajo tierra o recorriendo el océano atlántico de la mano de una tortuga. No se me ocurre ni un sólo ser que lo elija ni aunque fuera un fetichista del encierro con delirios de Houdini o uno de esos hippies con AssistCard que flashean aventuras.
Ninguna idea sobre lo que hay del otro lado me consuela jamás. Ni que quien se va ya no sufre ni que quienes quedamos podemos vivir bien sin el otro. No encuentro nada que calme la angustia de extrañar a quien no se puede abrazar en el mundo tangible y material. ¿Y qué sabemos nosotros, los de este lado, si nunca estuvimos de aquel? Capaz todavía te duele la cintura o te cuesta respirar o tenés trabado un hueso de pollo en la garganta. ¿Qué sé yo, igual? Si en realidad no sé de qué lado estoy. Capaz es este el otro lado y no me di cuenta porque aún no llegué al tercer lugar. Ni al cuarto, ni al quinto, ni al sexto plano de la muerte que es o no es. Quizás sólo hay eterna nada, y silencio, y nada. ¿Cuándo o cómo?
No quiero pasar a ningún otro plano. Ni aunque me encuentre con mis tíos, ni mi hermano, ni mi abuela, ni la Lulu, que ojalá le hubiera limpiado alguna vez las lagañas. Ojalá me lo encuentre a Platón y me abrace y me diga que de ese lado sólo se espera a los que pagaron tu sepelio.
Mayo 2020