Otra vez sostengo las paredes de una casa sin ventanas. Las empujo y la humedad me tira cachos de pintura sobre el pelo que me queda.
Con las piernas hinchadas camino sobre las cenizas de un fuego alimentado con mi ira. Se me pegan en la carne calcinada, pero no duele porque más no se puede padecer.
Tengo los brazos rotos y la cara derretida, y así todo sostengo un techo sin cielorraso, ni chapa, ni tejado.
Con el ojo que me queda miro tus fotos entre las flores, en los valles tranquilos de una cama querida. Ni ciega podría dejar de ver el hongo que lo consume hoy.
Sentada entre maderas toco lo que me queda de cuerpo y recito: renegaste siempre de tu descendencia no sólo por tuya sino especialmente por mujer. Podrás haber quemado la casa, los pastos y los cuerpos, pero nunca me vas a arrancar las palabras.