Es diecinueve de marzo. Despierto. Si no fumigaran tanto, el canto de las chicharras sería atronador. En la infancia de la vieja normalidad (la otra vieja normalidad, cuando el tomate tenía gusto a tomate y así por el estilo…), cuando amanecía con mucho calor, las chicharras cantaban a un volumen considerable. Luego crecí y supe que las chicharras no eran chicharras, sino cigarras. Y que no cantan…estridulan. Ahora que lo pienso, esa era una señal acaso de que nos esperaba un aluvión de “nuevas” “normalidades”…
Pero varias normalidades atrás, fumigar ha sido una práctica cada vez más virulenta (con perdón de la palabra) y que ha extinguido o alejado a varias especies, sobre todo de insectos. Entre ellas las cigarras, que ya no estridulan casi…Como fuera, hacía calor nomás al salir el sol. Mucho calor.
Parafraseando a Borges (a Graciela), hace más de una década tomé la precaución de radicarme fuera de las ciudades. La preferencia se orientó hacia zonas costeras. Anduve por Altea, Peñíscola, Bávaro…y ahora Monte Hermoso. Tuve la suerte o el empecinamiento de poder alquilar, en todas las ocasiones, cerca de la playa. Cerca del mar.
Estaba, estoy, viviendo a unos metros de la playa. Me gusta decir “metros” porque me acerca. Pero también evito decir “cuadra” porque mis amistades en España, República Dominicana (Quisqueya) y otros países no entienden esa unidad de medida, que es bastante criolla. Así que vivo a cien metros de la playa. Una cuadra, qué joder.
Resumiendo: me despierto transpirado, atónito por la potencia del sol, sin cigarras que estridulen ni chicharras que canten y, como en las grandes gestas de mi existencia, aparece el pensamiento, tangencialmente acompañado de una visualización a grandes rasgos (nada muy new age, por Wotan!) “me voy de cabeza al agua”, entendiendo por agua el Mar.
En esta parte del relato podría decir que la descripción precedente, se queda muy corta…hay muchos factores que hacen de esta aparentemente simple secuencia que es levantarse de la cama e ir a arrojarse al mar una auténtica proeza o, acaso, un poema. Hasta una epopeya, che.
Factores psicológicos, factores físicos… Para quien aprecie el milagro de habitar una roca que gira a más de ciento siete mil kilómetros por hora alrededor de una estrella, levantarse e ir a tirarse al mar no es un tema menor…es como enhebrar una aguja con los ojos vendados. ¡Con las manos vendadas!
Pero bueno…como toda la población local, luego del arduo trabajo de la temporada de verano, donde las ocasiones de pasarse el día en la playa no son muchas para los residentes, esperaba marzo para disfrutar a pleno el marco natural del sitio donde vivo. Sería, esta del diecinueve de marzo, otra mañana en el Paraíso. Ahora sí. Sin perder un momento. Salir descalzo (DES CAL ZO) y con apenas un pantaloncito de baño rumbo a la playa y el balsámico mar. Arrojarme al agua sin distracción ni demora…
No me llama la atención la playa desierta. A esta altura del verano (todavía es verano propiamente dicho) y a hora tan temprana, es natural, es normal al viejo modo, que no haya gente en la playa, salvo alguna pareja trasnochada o algún pescador ídem o madrugador…No hay nadie en la playa. Mejor, más para mí, dijo un amigo…Así que no pierdo un instante: enfilo derecho para el mar, pisando placenteramente la arena (arenita le digo cuando es así. Me agarra cariño…) que ya comienza a entibiarse. Dos pasos me separan del agua.
Cuando ya estoy, pierna levantada, para hacer contacto con los dominios de Neptuno, de la nada –de la NADA – surge una potente voz: NO SE PUEDE ESTAR EN LA PLAYA. RETÍRESE POR FAVOR. El sonido que me estridula hasta la fibra más íntima proviene no de una cigarra. Ni siquiera de una chicharra. Proviene de un megáfono de plástico con una guarda roja que una chica bonita, pero de uniforme, empuña como esos ángeles de las trompetas conque a la curia nos gusta amenazarnos cada tanto. La chica viene sentada en el asiento de atrás de un cuatriciclo, conducido raudamente por un joven piloto, también uniformado. Me quedo congelado. Duro. Desorientado. Un poco curioso (porque la chica es linda, la curiosidad). Ya como empezando a enojarme. Pero disimulo, porque la cara roja ya la tenía por el calor…
Ella repite: RETÍRESE POR FAVOR. Y ya, bajando el instrumento de tortura, me mira, seria, claro, y dice: “¿no se enteró?”.
Caramba…pocas veces una pregunta me ha descolocado tanto… ¿no me enteré de qué? ¿Cuándo? –si estaba durmiendo. ¿Cómo? – si al alejarme de las ciudades, más de una década atrás, me alejé también de sus medios de colonización mental, la radio y la T.V.
“Buen día. Disculpe, le digo (a las mujeres bonitas les gusta que se las trate de usted, aunque sea en un par de frases) ¿de qué tendría que estar enterado?”. Ella me dice, casi con amabilidad, ahora (mientras percibo fastidio en el uniformado que conduce el cuatriciclo, por el calor, probablemente) “hay una emergencia sanitaria. No se puede circular por la playa”. “Pero yo vivo acá (señalo vagamente con la mano), bajo todos los días a la playa”. Ella: “no importa” (ah, claro… ¿cómo le va a importar a ella!) “NADIE puede circular por la playa”. “Esas son las ordenes que tenemos”…Guau…vaya mantra (amerita en inglés: Wow!, such a mantram!) E SAS SON LAS OR DE NES QUE TE NE MOS OM SHANTI OM… Listo. Hacer la venia e irme. Fuimos programados para eso. Pero…el tema de haber dejado las ciudades, la radio, la T.V. y los pasquines, perdón, los periódicos hace más de una década ha debilitado el control mental inducido, así que todavía tengo energía y voluntad para inquirir: “¿tiene Ud. una ordenanza, decreto o ley que avale su petición de retirarme de un lugar público?”. Ahora son dos los uniformados en los que percibo fastidio. Y eso no es todo: seguramente los dos uniformados perciben fastidio en mí también…
Ahora ambos estridulan casi al unísono: “estas son nuestras órdenes. Si tiene quejas, puede pasar por la oficina de prefectura o por donde le parezca mejor y efectuarlas allí”. Mi voluntad cede. Ya estoy mayor para confrontaciones que duren más de tres frases. Y eso de andar en patas y en short, me resta cualquier aspecto amenazante, de autoridad o peligrosidad. A esta altura, hasta podría asumir que me quita incluso credibilidad…en fin. Que saludo y, descolocado, vuelvo sobre mis pasos. La arenita ya está bastante caliente. Y yo también. ¿Qué puedo hacer? ¿Qué debo hacer? ¿Cómo lo hago? (¡siempre esta última pregunta!) Una ducha fría, primero. Café. Piensa, Carlo. Qué buena que estaba la del megáfono. No, eso no, qué hacer, bobo! Ah…cierto… ¿qué hacer?…Consultar. Consultar con algún referente. Bien. Sin hacer mucho ruido (nada de que me pidan el documento, ni indaguen sobre mi discreta persona, etcétera). Seguramente la gente de los medios o que esté en contacto con los medios sabrá algo concreto. Alguien de confianza. Si está dentro de la esfera del municipio, mejor: tendrá precisiones. Y además, soy un buen vecino. Damas y caballeros, lo soy.
Esa misma tarde, el Presidente se reúne con gobernadores y funcionarios y decreta que habrá una cuarentena desde las cero horas del jueves veinte y hasta el martes treinta y uno inclusive.
Pero yo todavía no me entero. Estoy abocado a evacuar mi consulta.
Consulto mi flaco directorio del Messenger y resuelvo escribirle a una persona idónea. Una persona femenina. Persona y doña… Transcribo a continuación el intercambio de mensajes.
“Yo: Hola, V.(V es la doña): Tuve una situación en la playa con una fuerza de seguridad. Pregunta: ¿Hay alguna medida oficial formal (decreto, ordenanza, etc.) que prohíba andar por la playa o, digamos, pasear al perro? Pregunto en serio y de buena fe. Gracias.
V: Hola, nada te puede prohibir andar por la playa, lo que está haciendo prefectura es pedirle a la gente que se quede en su casa. Es una medida más de conciencia que de ley
Yo: OK. Pero tampoco tiene mucha lógica: estás más cerca de otro en la cola del super o en el banco que en la playa…Además…la prefectura,¿ es agente de toma de conciencia?
V: No tendrían que estar en ningún lado en realidad (nota: se refiere a las personas, no a la prefectura). Exacto, es conciencia
Yo: ¿Con qué autoridad? No tendríamos que estar en ningún lado que esté expresamente prohibido…
V: No tendríamos que estar en ningún lado en general. No es tan complicado, te quedas en tu casa y listo. Es muy sencillo lo que se pide…
Yo: La Naturaleza nos fortalece, es vital. Es lo último a prohibir, porque si no resulta peor.
V: Salí al patio! Son doce días!
Yo: Ser más papistas que el papa nos va a hacer puré…
V: Y ser menos nos va a matar
Yo: Gracias por tu información…
Luego la charla toma un giro imprevisto donde V. concluye que estoy planteando boludeces. No pasa nada…son apenas doce días. Doce días…y doscientas veinticinco noches, como dice ese español que tan galantemente estridula en una de sus famosas canciones.
Doce días y doscientas veinticinco noches que seguimos sumando, mientras muchas cosas nos son restadas…
Espero que la Naturaleza, el marco natural, que es el gran agente terapéutico, no vuelva a ser vedado para la gente. Que todo el mundo pueda regocijarse con el mar, la montaña, el bosque, el campo…Y espero más: espero que no nos intoxiquen ni a nosotros ni a las chicharras ni a nada ni a nadie con más venenos de ningún tipo o especie. Salvo, tal vez, aquel veneno de la botella labrada que suelo beber…beber mientras espero.
Nací un 9 de julio. Creo que ese es mi máximo logro. Doy cursos de meditación, toco algunos instrumentos…compuse algunas canciones y letras. Escribí un librito llamado «El Portal de la Libélula» del que publiqué quinientos ejemplares. ¿Quiere uno? Avise, nomás. Me gusta la poesía de Gianni Siccardi y de Juan L. Ortiz y he leído bastante a los literatos de la tradición conocida como sufismo. No mucho más que eso…Gracias por leer esto. Cariñosos saludos!