Le temo a las palabras.

Le temo a las palabras y por eso las escribo,

las pronuncio, las leo, las escucho, las pienso, las manipulo de muchas formas,

porque la mejor manera de derrumbar un miedo

es enfrentándolo,

¿no?

Entonces me calzo la armadura y busco el tintero./

Le temo a las palabras

porque a veces no están bajo mi control.

Se me escabullen por debajo de la puerta de la habitación en la que las encierro, caprichosas como un recién nacido;

a veces las desconozco, a veces no sé qué quieren decir;

a veces me dicen muchas seguidas y me desconcierto;

a veces las espero con paciencia y no me dicen ninguna

y siento que su ausencia me empuja con violencia hacia un abismo./

Le temo a las palabras

porque son capaces de perpetuarse en el tiempo,

de pasar de ser una exhalación o un dibujito a desafiar la actividad de los relojes para transformarse en un vestigio,

de aferrarse a un mísero papel arrugado con cada movimiento de la pluma,

de ser imposibles de borrar,

de no diluirse ni con una cascada de lágrimas que las empape

ni con una mano que las abolle,

ni con un borcego que las pisotee./

Le temo a las palabras

porque son capaces de volar con el suspiro de la brisa más inocente,

de transportarse con las hojas de los árboles y mezclarse entre ellas,

de camuflarse en las alas de un halcón y cruzar cualquier distancia

y perder el sentido original y adquirir uno nuevo y así

lastimar aún más que antes./

Le temo a las palabras

porque tengo ¡tantas! adentro mío que

a veces se atascan en mis cuerdas vocales y no me salen.

Se me quedan atoradas en la garganta y me arden como el fuego,

me queman cada uno de los tejidos.

Ando exhibiendo las lastimaduras sin que nadie lo note, porque

ya es usual en mí

que a veces

no me salgan las palabras./

Le temo a las palabras

porque alguna vez las usé como arma y a mí, en realidad, ¡no me gustan las armas!

Puse unas cuantas letras junto con varias emociones en el tambor de mi revólver

y disparé.

Y me aturdió el ruido de ese tiro pero más me impactó el efecto que tuvieron un par de grafemas combinados unos con otros;

jamás había pensado que esas letras -tan bien disfrazadas de inocentes- podían mancharme las manos de sangre.

Destruí casas, ropas, recuerdos, proyectos, relaciones, almas.

¿Cómo nadie me avisó que tenía un misil como este por innatismo?/

Le temo a las palabras

porque alguna vez también las usaron como un arma en mi contra.

Sentí segundo segundo

cómo cada signo me iba atravesando

con el poder que sólo una daga les podía conferir.

Me dejaron apuñalada e inconsciente, tirada en el piso alrededor de un charco punzó,

con hematomas que todavía

no consigo maquillar./

Le temo a las palabras.

Le temo a las palabras porque no tengo idea qué será de ellas después de estar escritas acá.

¿Serán caprichosas y escaparán de su jaula? ¿Serán vestigios o las protegerán los halcones? ¿Serán las llamas del fuego que me hierve por dentro? ¿Serán armas de doble filo?

Yo llegué hasta aquí:

mi escudo volvió a estar apoyado en el placard y la pluma se emociona por volver al tintero./

El que esté librado de temores, que arroje la primera palabra./