Hoy la oscuridad que me habita se expandió un poco más. La siento ganando fuerza dentro mío como un parasitoide, y yo como buena anfitriona le ofrezco la merienda.
Mi ejército está cansado. Ya hace demasiado tiempo que resiste a dos pastillas por día.
¿Cómo se detiene el avance del frío? Ese que se siente en los huesos, que retuerce los intestinos.
Me creí un buen capitán hasta que me dieron el black spot. Quince hombres pudieron contra mí.
Las heladas no caen: suben. Si la tierra y su centro hirviente no son capaces de luchar contra la falta de sol, ¿por qué yo tendría éxito?
No sirvo para combatir la insolencia de quienes me dan la espalda luego de que se llenaron hasta el hartazgo de mis frutos y descansaron plácidamente bajo mi sombra. No tengo forma de defenderme del hacha y de la sierra que desgarran mi cuerpo.
El hielo cubre las hojas en una prisión de cristal brillante. Las envuelve en su abrazo helado hasta quemarlas. Hasta el fuego puede ceder sus poderes.
A veces me siento hoja, a veces hielo, a veces noche. ¿Pueden reprocharme cuando actúo de acuerdo a mi naturaleza?
El sol está lejos, su vuelta demorará unos meses. Quizás para su retorno sobre una silla en la mesa, quizás tantas preguntas absurdas finalmente sucumban en despedida.
Hay que saber recibir y dejar ir.
Hago cosas. Acá escribo.