En un simple reflejo
veo todo lo que no soy:
breve sombra del momento,
suma de mensajes perecederos,
mirada negra de eternidad.
Ni lo que veo,
ni lo que pienso,
ni aquello que olvido,
no los hechos,
no las palabras,
tampoco la carne,
la sangre,
los dolores;
nada define la imagen
que me observa
desde el fondo
de un llanto especular.
Los jueces,
desde su plataforma corrupta
vomitan sus sentencias
con el olor fétido
de la normalidad.
Destruyen sus libros
contra mi vidrio opaco,
y dicen:
«aquí tienes,
sé igual a ellos,
cubre tu negritud
de rosas sonrisas».
Juzgan la sombra
que ven pasar sobre sus cabezas
laureadas,
creen que yo soy esa sombra,
esas líneas dibujadas,
una palabra violeta,
un silencio de plástico,
un nombre,
una edad,
dos ojos
y una fija definición.
¿Cómo pueden saber lo que soy
si ni siquiera yo lo sé?
Si me descubro
en cada mañana,
en cada sueño abrupto,
y aún no logro encontrar
mi rostro eterno,
la idea que me dibuja en la mente primera.