Nunca dormí demasiado,
me despierto a la misma hora
con cinco seis siete años
a levantarme y caminar con una mano extendida
para confirmar la nitidad de la sombra que respira a los pies de nuestras camas
-las sombras respiran,
con la misma firmeza
del brazo que golpea y tira al suelo-
para confirmar la densidad del silencio
y el peso de las palabras
-siempre es peor si miran y no dicen nada-.
La sonrisa de la complicidad,
el abrazo que ahoga desde los brazos de un ahogadx.
Mi sonrisa que siempre fue llanto.
Qué diferencia hay entre la risa y el llanto,
entre el silencio y el lenguaje.
Entre la nada y un poema
escrito dieciocho años tarde.
Es mentira que si no se pronuncia no existe
pero es verdad que no siempre hay palabras.