La música entra y me avisa
El primer pensamiento de mi vida funda
la génesis de una cadena
de otros sentimientos.
El miedo
a todo lo que estuviera fuera de mí
y sobre todo dentro
En la plaza suena la murga
la gente que vive en mi casa pide silencio,
sin embargo la música entra y me avisa
que es momento de bailar.
Ya no es más el tiempo
de intentar ser siempre la preferida,
esa que tiene una fe crédula
previa a toda herida.
Nápoles
La tía llevaba en su cuerpo
las marcas de guerra
y de un amor inconcluso.
Guardaba en la despensa
latas de tomate, aceite
y el recuerdo rígido de su padre.
Una vez me contó a mí sola
la historia del amor de su vida
que no era mi tío
y que se quedó en Italia.
El mandato de esconder en la despensa
lo que se come
y guardar en el fondo
lo que alimenta de verdad,
casi es lo mismo.
De ahí a esta parte
la acumulación es una forma hereditaria
de mirar el tiempo
y ver botellas de salsa roja envasadas al vacío.
Como palos vestidos
Esta noche se caen las paredes
y seguimos quietos
como palos vestidos
en el borde de la puerta.
Nos miramos
mudos, sin parpadear
desde el secreto más oscuro.
Soplo sus manos,
él mueve sus dedos.
Intuyo que rozaron
más jeans gastados,
más breteles blancos.
Veo todas las manos en el teatro,
en el cine, en la calle,
las veo pellizcando otras mejillas.
Dice «yo hago cosas con palabras»
y ahora soy
todos los oídos que habrán escuchado eso
y soy lo que muchas veces
habrá formado algo.
Pero enseguida aprieto
y reboto en el cuarto.
Me digo de nuevo:
los ojos cansados besan mejor.