Nos hiciste un té
me apoye en la mesada
a sopesar sorbo por sorbo.
Qué estaba pasando?
moría por el momento en el que te preguntará esto y creí que…. no sé, se sentiría mejor.
Te fuiste un segundo de la cocina.
Mire alrededor. Algo me decía que debía observar bien el lugar.
Me desabroché un poco la camisa
quizás estaba muy vestida.
Volviste, no notaste la camisa.
Quizás me estaba poniendo en bandeja de plata para que me lanzaras a los lobos.
Subimos arriba. El té estaba demasiado caliente pero lo tomaba y me sabía a poco.
En la cama de dos plazas
yo me puse en una esquina, me arrincone por miedo.
Vos te alejaste a la otra punta de la cama que se sintió como dos vidas de distancia.
Me mirabas con miedo, con incomodidad. No estaba entendiendo nada.
Hacía momentos me habías dicho que sí.
Me recosté en la cama, ocupándola casi por completo, quería llegar a vos, quería que me sueltes una miserable palabra. No pasó.
Me tomé el atrevimiento de poner música. Grave error.
Decidí irme.
Pleno mayo por la madrugada. Hacía frio, las hojas secas no crujían por la humedad.
Caminé sola a casa, que no fue la decisión más prudente pero no me importo. Cualquier peligro de la calle me dolería menos que el hecho de que luego de decir que «si» no dijeras nada.
Hacía demasiado frío, entré a casa con los mocos colgando y alguna que otra lágrima congelada.
Abrí la ventana, me saque la ropa y solo me quede abrazada a mi propia piel, con las rodillas en el pecho haciendo presión para que mi organo principal no se salga.
Empece a sangrar y la sangre a congelarse.
Se construyeron grandes muros a mi alrededor cuando vi tu mensaje y me dijiste que al final la respuesta era no.