Reparto

Elías: Lucas Sebastián Sánchez

La piba: Anabella Degásperi

Ezequiel: Matías Sanders

María: Rocío Avondet

Gabriel: Santiago Navarrete

La piba: Camila Bresciano

El pibe: Damián Cegarra Anze

Directora: Mariela Asensio

Coreografía: Cintia Nievas

Coreógrafo en breakdance: Victor Fuentes

Arreglos Vocales: Gise Arosteguis

Asistente de dirección: Virginia Pezzutti

Asistente técnico: Mauro Oteiza

Autor: Emiliano Dionisi

Música original: Martín Rodriguez

Graffitis (escenografía): Ariez Fresh

Página de Instagram: EL ARREBATO (@elarrebato_bb)

El Arrebato, de la Comedia Municipal de este semestre, ya dio cinco funciones en El Cultural de Tiro Federal, que se sabe fueron muy concurridas y cuyas apreciaciones por parte de los espectadores/as fueron positivas. Podríamos preguntarnos a qué se debe esto. Una posible respuesta es el modo en que lo social está vivo en esta pieza artística y cuando el arte habla sin rodeos de lo que nos interpela como sociedad, es imposible evitar que nos invite a la reflexión y nos conmueva. Sin embargo, lejos de una “catarsis”, la obra teatral nos conmueve pero sin llegar al llanto, sino que maneja de manera excelente la delgada línea entre lo emocional y el pensamiento crítico. Ello no sería posible sin todo el equipo de trabajo detrás de escena y los diversos elementos artísticos que hacen a la totalidad de la obra.

La composición del equipo ya nos da una idea de la confluencia de disciplinas que entran en juego en El Arrebato: teatro, canto, danza, música, graffiti. Esto no es un dato menor al momento de la puesta en escena, ya que no implica solo la parte formal de la obra sino que está íntimamente relacionado con el contenido expresivo. La historia cuenta el embarazo joven de María y, luego, la vida de su hijo Mateo en un contexto de una clara desigualdad social, donde la pobreza es protagonista. 

La música urbana y la cumbia son dos géneros musicales presentes, aunque el hip hop es el que tiene mayor presencia. Esta elección no es inocente, ya desde sus orígenes en los barrios marginales de Brooklyn y el barrio de Bronx, en Nueva York, este género urbano significó ponerle voz a un sector oprimido de la sociedad. Con el tiempo se fue haciendo más popular, hasta que en los años 2000 logró tener reconocimiento mundial. No podría decirse con exactitud en qué momento llegó el hip hop a nuestro país, pero sí que cada vez se fue haciendo más fuerte hasta encontrarnos con el fenómeno que se está dando en la actualidad: competencias de rap y breaking, tanto callejeras, como otras en espacios un poco más “formalizados”. Pero sea como fuere, hoy por hoy no ha perdido el espíritu de sus inicios: la denuncia, la protesta y “la poesía que se canta” como indica una de las canciones de El Arrebato.

Teniendo en cuenta todo esto, utilizar el lenguaje artístico de la protesta como un medio compositivo de la obra teatral delinea su ímpetu por contar una historia que si bien está ficcionalizada, forma parte de la realidad cotidiana de un gran sector de nuestro país. El Arrebato patea a la meritocracia, te enfrenta ante sucesos innegables y le da a los espectadores/as una inyección de crítica social que obliga mirar a la pobreza directo a los ojos. Los pibes y pibas que ponen incómoda a esta sociedad por prejuicios y desconocimiento son los/as protagonistas de esta obra teatral. Por lo que, al fin y al cabo la historia de Mateo y su madre María nos termina resultando mucho más familiar de lo que esperábamos.

En cuanto a los actores y las actrices, se nota el potente trabajo corporal y vocal en cada parte de la obra. Gracias a sus cantos, raps y coreografías, logran un dinamismo que se sostiene a lo largo de la puesta en escena con algunos “descansos” pertinentes que permite que, como espectador/a, no te veas apabullado de mucha información. El entrenamiento vocal del reparto es notorio, ya que logran mantenerse en continuo movimiento sin descuidar la respiración. La interpretación de todos/as es excelente, lo cual se puede ver en diferentes momentos donde, si bien Mateo y un poco María son los que más se nombran, cada quien tiene una porción escénica para golpear con su actuación estructuras paleolíticas del pensamiento. Estos actores y estas actrices, que no salen de escena en ningún momento, bailan, rapean, actúan en medio de un arrebato de energía que termina por dejar bien en claro que “no elegís dónde nacés, no elegís cuándo morir”.

La obra tiene una escenografía fija y otros elementos que se van modificando por mano de los actores acorde a la escena que están interpretando. En esta escenografía los colores son fundamentales al igual que el vestuario de los actores (el cual es el mismo a lo largo de toda la puesta en escena). Lo urbano, entonces, no solo se ve en el lenguaje expresivo sino también en los graffitis que rodean a los personajes. Toda esta estética se encuentra en armonía con el mensaje comunicativo de la pieza teatral. Ello se debe a que, se podría decir, no hay mejor modo de hablar sobre una realidad que utilizando el mismo lenguaje de esa realidad, tal y como lo hacen las competencias callejeras abiertas para todo público y donde con muy pocos elementos (voz y mucha astucia lírica) puede hacerse una poesía popular, que habla desde el alma y desde las crudas vivencias en este contexto desigual, incluso, una poesía que es como refugio en muchos casos.

Por último, es importante destacar dos cuestiones no menores: por un lado, el rol de las mujeres en esta obra no es para nada pasivo. Ellas hablan de lo que sienten, viven e, incluso, el modo en que experimentan la maternidad adolescente. Del mismo modo, bailan y rapean sin distinción por su género. Por otro lado, en cuanto a lo técnico, la decisión de montar y desmontar con los mismos elementos dispuestos en la escena, así como el hecho de que, si bien hay personajes, estos no tienen un rol “exactamente” determinado durante toda la obra, nos invita a pensar en este recurso brechtiano que sigue teniendo sus efectos: distanciar a los/as espectadores/as del hecho teatral lo suficiente como para que interpele desde lo reflexivo.

Es así, como El Arrebato, en medio de este contexto pandémico y de un crecimiento exponencial en el índice de pobreza, toma de esa realidad lo que debe, para evitar que se continúe ignorando y se comience a considerar, fuera de los prejuicios, toda su complejidad. Así, nos regala un hecho teatral con una estética de protesta y nos recuerda que arte y lo social cuando se unen nos invitan de manera contundente a reflexionar en términos humanos aquello que debemos de modificar. 

Fotos tomadas del perfil de Instagram de la obra y de la cuenta de Facebook de uno de los actores (Santiago Navarrete).