Alfonsina ¿cómo puedo homenajearte hoy?
¿cómo puedo hacer que alguno de mis versos siquiera valgan la pena delante de los tuyos?
Mis palabras son súbditas de todas las que supiste escribir.
Quizás leerte permita la dulce sensación de que tus poemas
renacen y mantienen con vida el trazo
de un cuerpo que fue llevado por el mar.
Todo lo que duró tu existencia
hablaste de las mujeres sin voz
te aferraste a la figura del mar como tu musa y heroína
hiciste de la poesía un refugio en el cual
descansar de la tristeza y construiste con ella
miles de formas de describir el amor.
Tantas cosas podría decir
pero hoy, Alfonsina, te dedico algunas palabras
y quemo mis versos con mucho cariño
para que el humo viaje a algún lugar
donde tu alma los pueda atesorar
mientras tanto, me quedo acá
escribiendo con las cenizas de tus fogatas pasadas
todo lo que mi existencia se prolongue en el tiempo
Queja
Señor, mi queja es ésta,
Tú me comprenderás;
De amor me estoy muriendo,
Pero no puedo amar.
Persigo lo perfecto
En mí y en los demás,
Persigo lo perfecto
Para poder amar.
Me consumo en mi fuego,
¡Señor, piedad, piedad!
De amor me estoy muriendo,
¡Pero no puedo amar!
Tú, que nunca serás
Sábado fue, y capricho el beso dado,
capricho de varón, audaz y fino,
mas fue dulce el capricho masculino
a este mi corazón, lobezno alado.
No es que crea, no creo, si inclinado
sobre mis manos te sentí divino,
y me embriagué. Comprendo que este vino
no es para mí, mas juega y rueda el dado.
Yo soy esa mujer que vive alerta,
tú el tremendo varón que se despierta
en un torrente que se ensancha en río,
y más se encrespa mientras corre y poda.
Ah, me resisto, más me tiene toda,
tú, que nunca serás del todo mío.