Me dijeron que no hablara de la pobreza, así que acá estoy hablando de ella, de un modo aún más explícito.
¿Qué es ser pobre?
Les comparto un humilde y muy genérico esquema que realicé al respecto:
El objetivo puede referirse a la salud, la alimentación, calefacción en invierno, vestimenta, sentido de realización personal, entre otros muchos (todo lo que hace a las necesidades que tenemos como seres humanos). Hablando de necesidades, en este punto es importante destacar la «Pirámide de Maslow» que nos puede ayudar a comprender mejor a qué nos referimos con «necesidades»o, como en el esquema de arriba, los «objetivos».
La pirámide de Maslow, o jerarquía de las necesidades humanas, es una teoría psicológica propuesta por Abraham Maslow en su obra Una teoría sobre la motivación humana (en inglés, A Theory of Human Motivation) de 1943, que posteriormente amplió. Obtuvo una importante notoriedad, no solo en el campo de la psicología sino en el ámbito empresarial, del marketing y la publicidad. Maslow formula en su teoría una jerarquía de necesidades humanas y defiende que conforme se satisfacen las necesidades más básicas (parte inferior de la pirámide), los seres humanos desarrollan necesidades y deseos más elevados (parte superior de la pirámide).
En esta pirámide se puede observar la cantidad de factores que entran en confluencia para que podamos acceder a una vida saludable y acorde a los derechos que todxs tenemos como seres humanos. Sin embargo ¿por qué la pobreza conlleva tantos debates y prejuicios? No hace falta que alguien emita un juicio de valor desde la comodidad y sus privilegios, muchas veces las mismas clases trabajadoras se «oprimen» entre sí, por ejemplo: en mi barrio vive gente de clase media para abajo (no hay ricos) y no es raro escuchar comentarios de un hombre que vive de «changas» (por lo tanto una clase no privilegiada) o una trabajadora doméstica, apropiándose de los discursos de la derecha y, emitiendo juicios como «los negros de mierd*», «vagos», etc. dirigidos a aquellas personas que tienen familias más numerosas y viven en una terrible miseria. Es llamativo, pero sucede. Quizás porque la pobreza está tan social y discursivamente «demonizada» que es impensable reconocerse como perteneciente o dentro de ella, porque esto implicaría «ser parte» de un colectivo rechazado socialmente y nadie quiere ser desplazado o marginado. Entonces, entre sí se replican los mecanismo de opresión a tal punto de poder, por lo menos en el discurso (ya que si observamos la realidad material es diferente), distanciarse lo mayor posible de ella. Aunque, no se puede ser tampoco negativista con respecto a este tema, ya que, del mismo modo, hay una convivencia barrial que tiende a la solidaridad y a la ayuda mutua. Todo esto convive a la vez: el prejuicio y la solidaridad.
Ahora bien, si analizamos un poco en frío, resulta un tanto absurdo criticar a una persona por no tener recursos para poder cubrir todas sus necesidades sin impedimentos externos que están fuera de su control. Sin embargo, no solo existe este tipo de discursos, sino que asimismo, más en el campo de los medios de comunicación (aunque excede a ellos también), entra en juego el otro extremo: el discurso meritocrático. Defino la meritocracia explicitada en los medios de comunicación y en las prácticas lingüístico-sociales como el ejercicio discursivo de felicitar a un caso de pobreza determinado, recortado de todo su contexto socio-económico, por el sufrimiento que implica el sobre-esfuerzo de poder concretar algún objetivo. Lo peligroso de estos discursos es que anulan el complejo entramado social que atraviesa esas situaciones de desigualdad social, invisibilizando que hay mucho dolor y padecimiento por la cantidad de necesidades no cubiertas y tapándolo todo con palabras tan simplistas como el «sí se puede». La persona pobre que se sobre-esfuerza para llegar a un objetivo no necesita las felicitaciones de nadie, sino un cambio social, una intervención material en su realidad que permita el desarrollo de su vida sin tantos obstáculos. Aquí es importante destacar una serie de espacios que sí intervienen de manera pragmática: las luchas sociales, las organizaciones civiles, las organizaciones barriales, merenderos, entre otros tantos. Todos estas entidades tienen un impacto real y positivo en las situaciones de desigualdad. Por desgracia no son suficientes para abarcar toda la problemática, debido a la inmensa complejidad de la pobreza, pero es importante destacar estos espacios, ya que tienen inferencia en la realidad material.
De todo ello, podemos destacar dos imágenes simplistas que se tienen socialmente de la pobreza:
-El pobre malo (todo esto entre comillas cabe destacar): los vagos, borrachos, quienes no progresan porque no trabajan, los chorros, etc.
-El pobre bueno: un caso aislado que de vez en cuando es noticia por un «logro» que le significó mucho esfuerzo.
Y con todo esto, el pobre no solo tiene la etiqueta de la «vergüenza» por su pertenencia a esa clase social, sino una subcategoría que le priva hasta de ser un simple ser humano que tiene necesidades (y no solo de comida, salud, vivienda), comete errores, tiene sexualidad, posee gustos, tiene identidad más allá de su caracterización. Entonces, así, termina siendo objeto de odio u objeto de pena, pero difícilmente se le considera una persona y solo eso. Con respecto a esto, podría analizar noticias, posts en redes sociales, comentarios en diferentes plataformas, pero por ahora dejo acá esta reflexión a modo de disparador.
Para finalizar, entender la pobreza como hecho o realidad social hace que, de algún modo, se vuelva más simple mencionarla como si intelectualizarla nos permitiera tomar cierta distancia para su análisis y que sea más digerible. Pero, en este caso propongo que el análisis se combine con la emoción y la psicología de vivir una realidad como tal.
Me dijeron que no hablara de ella como si reconocerse dentro del «ser pobre» fuese un insulto, algo negativo con lo que no nos debemos identificar. Esto resulta extraño teniendo en cuenta que somos un país con una serie importante de crisis económicas a lo largo de nuestra historia, por lo que la pobreza, aunque sea lamentable, es algo que podemos reconocer fácilmente como parte de este ser argentinxs. Por ello, considero de vital importancia no silenciar voces que hablen al respecto. En mi caso, me niego a no dar a conocer esta voz que quizás sea un poco híbrida: alguien que pertenece a una clase social desfavorecida pero que puede acceder a la educación universitaria pública. En este sentido, digamos que mis reflexiones parten de una concepción teórico-práctica (la intelectualización de la emoción y la emocionalidad del análisis intelectual), donde se enlaza el distanciamiento analítico del objeto de estudio y la propia vivencia/experiencia: hablo desde lo que mi mismo cuerpo habita y desde las herramientas teóricas que la educación me ha dado/me da. A esta instancia la llamo el vivir entre la civilización y la barbarie, ese entre-lugar, la bisagra, el entre de lo material y el plano de las ideas.
Ilustración del italiano Davide Bonazzi
Tengo 26. Soy de Bahía Blanca. Estudio Letras en la UNS.
Escribí un libro de cuentos y poemas «Contrastes, un poemario «Poemas Siniestros para un suspiro» (subido a Trafkintu) y «En el vacío también transcurren las horas» (también de poemas). Podés seguirme en insta @dama.rixx