Siempre pido dulce de leche y frutilla, en el vasito más grande, cosa que si se empieza a derretir por el calor o porque como despacio (porque yo soy de comer despacio), no me enchastre todo y después tenga que estar con las manos pegoteadas hasta que llegamos a casa. Toda mi vida rosa y marrón en el vasito, con la cucharita de plástico arriba. No la elijo yo, el heladero rápido pone una de cualquier color y yo no le digo nada porque se lo ve apurado, y aunque me gusta una de color amarillo igual el helado es rico con una cucharita de cualquier color. Toda la vida así, nunca cambié de gusto, desde que papá llegó a casa después de lo de mamá, con ese pote de helado de tergopol con forma de barco, que después usamos para jugar cuando nos bañamos, y adentro tenía dulce de leche y frutilla hasta el borde. Lo sirvieron un día que fueron los tíos también y comimos pastas caseras que hizo la abuela, con un tuco que llevaba en el fuego desde la mañana por eso dicen que estaba tan rico. Un día leí arriba del señor que sirve el helado, un gusto del nombre del lugar donde estaba mamá hacía un tiempo. La nena pidió todo crema del cielo y yo me imaginé que el heladero hacía puntitas de pie, abría el techo con la mano estirándose bien para arriba, y con la cuchara agarraba eso celeste que está sobre nosotros y es también el lugar por donde pasan los aviones y los saludamos cuando estamos en el patio. Yo ese día pedí frutillas y dulce de leche como siempre, y cada tanto miraba a la nena que comía ese helado el doble de rápido que yo, y raspaba a lo último haciendo un sonido tan áspero en el vasito de plástico con la cucharita que me ponía nervioso. Yo tenía ganas de decirle algo , de avisarle que coma con cuidado, que no se apure, que para mí podía haber algo importante ahí adentro.
Tomar la distorsión y devolverla multiplicada