Toda la preparación fue más interesante al hecho en sí acontecido luego, o mejor dicho no acontecido, así que me detendré en esa etapa cargada de ganas a escondidas. Tampoco sé si fue una preparación, ya que una preparación para algo que no se hace o no se termina de hacer transformaría a lo que contaré en un hecho autónomo, sin consecuencias. El tema es que no sabía cómo se besaba ni cómo se pedía un beso, entonces debía practicar la secuencia amorosa con solo una parte de la gente involucrada, es decir conmigo mismo.
Vuelvo para atrás: ¿todo tiene que tener consecuencias o se puede disfrutar del momento?, ¿y si un momento no es disfrutable ya que se considera que lo disfrutable es el producto final?. Por ejemplo: no es lo mismo practicar digitación y escalas en la guitarra que tocar una canción propia o grabarla, o compartirla, o escucharla con una copa de vino en la mano. Claro, se necesita lo primero para lo segundo, pero si uno podría no hacer eso antes sería mejor, menos denigrante. Uno sufre haciendo cosas que sirven para hacer otras cosas: la vida es corta y a nadie le gusta aprender, lo que nos gusta es pasarla bien. Y las cosas que no son lindas en sí mismas sino por lo que podrían generar después, son difíciles de ser tomadas en serio, como por ejemplo los más de 20 años de educación formal que debe tener un ser humano para ser aceptado socialmente. Pero nada de esto es lo que quería contar: quería contar sobre esa tarde fría de 1998 y mi encare afectivo a uno de los dos postes de cemento que sostenían la parra en el patio de mi casa, y que hacía las veces de la chica de la cual yo gustaba. O de las chicas mejor dicho, porque eran dos, y cuando decía de besar a una mi cabeza me traicionaba y se me venía a la mente la otra. Yo no le decía nada, no porque no quisiera ni porque creyera poder sobrepasar la voluntad de la otra persona, sino porque no sabía qué había que decir. Entonces pasé al acto y tomé al poste por la cintura, y besuconeaba al cemento helado solo en forma superficial, aunque la imaginación me representaba a la enamorada y por momentos disfrutaba del encuentro, a escondidas de la familia y el mundo.
Algo único, mi primer beso: mucho mejor que el de Macaulay Caulkin muerto por las abejas. Acá está todo bien. Ese primer beso no me llevó a otro primer beso posterior, sino que se quedó ahí mientras ella o ellas estarían haciendo la tarea y tomando la merienda en su casa, o besuconeando a otra persona.
Cuando fue el segundo beso, o lo que suele llamarse » el primer beso real» yo me había olvidado de esa tarde fría con el poste y sentí que para hacer cosas que repercutan en el vientre no hacía falta preparación previa. Ese primer beso real se trató de dos lenguas hablando de cosas en común, en una plaza grande verde y despoblada, burlándose de todo antes y todo después, por única vez en la vida.
Obra de tapa: «Bese sus finos tobillos, y estalló en risas suavemente» (Lorenzo Soraire Lorenzetti)