Vaya a saber a qué niveles de virtud hubiese llegado la sociedad espartana si los extremos a los que es necesario llevar la pobre naturaleza humana para obtener semejantes resultados; no hubiesen caído en la consagración del militarismo y la guerra como fuente de Gloria y renombre. O porque siendo el destino Inevitable del hombre el querer trascender, mejor le iría a los débiles de espíritu creer que esa trascendencia está en el lujo, antes que en el triunfo guerrero.
Para llevar adelante una vida disciplinada en el arte de guerrear, los espartanos consagraron instituciones y costumbres qué harían palidecer al más osado de los fundamentalistas actuales
– Los niños al nacer eran sumergidos en vino para templar su contextura física. De manera que los débiles perecían al no resistir.
– Los de pequeña estatura eran condenados a muerte.
– Se llegaba a extremos de hacerlos dormir desnudos en invierno a fin de que sobrevivieran solo los más rudos.
– Las mujeres también debían entrenarse en la lucha a la vista de todo el pueblo y completamente desnudas.
– El celibato era un delito. Quién caía en él era castigado a estar desnudo Incluso en invierno y tenía que cantar un himno en el que reconocía haber faltado a la ley.
– El adulterio no existía ya que el marido estaba obligado a tolerar la infidelidad de la esposa con tal que el amante fuese de gran contextura física, a fin de tener hijos sanos y hermosos. También podía el marido traer a su esposa un joven selecto para quedarse con el hijo que de él pudiese tener. Decía licurgo que para una yegua se busca el mejor de los padrillos y esto a nadie le parecía mal. Por lo mismo, con más razón tratándose de hombres había que asegurarse una descendencia fuerte y sana. – Los jóvenes estaban militarizados hasta los 30 años, aunque podían casarse a los 23.
– Debían conseguir sus alimentos robando las huertas del pueblo. Más si eran atrapados, se los castigaba duramente por su torpeza.
– Las mujeres eran de igual temple. Al punto que al ir a la guerra les aconsejaban a sus maridos e hijos: «vuelve con tu escudo o encima de él». Volver sobre el escudo era literalmente volver muerto dado que su tamaño permitía ser usado como ataúd, y volver sin él escudo era impensable, puesto que para huir había que tirarlo a causa de su peso y ésta cobardía imperdonable llevaba a ser despreciado por las propias madres y esposas.
– Estaba prohibido cantar solo de manera que no existía el canto individual. Ni el mismísimo rey podía sobrepasarse en su parte.
– Llegado a los 20 el más pendenciero, el que había soportado con mayor fortaleza de carácter los latigazos y la despótica voluntad de los preceptores, podía liderar y hacer con Los menores a su antojo.
– A la edad de 7 años ya se estaba a disposición del ejército, y en esa condicion seguian hasta los 60.
La rudeza de los pueblos dorios; ha dado que hablar a teóricos y analistas. Aún hoy muchos elogian la vida espartana por cuánto conlleva una alusión a la sobriedad y al temple duro de los hombres que se dominan a sí mismos, haciéndose aptos para dominar a los demás. No faltó entre los alemanes del Tercer Reich quién remontase su ascendencia hasta los dorios; ya que estos invadieron Grecia descendiendo desde lo que hoy es el centro de Europa. Recordemos: los dorios decían descender de Hércules y reclamaron en heredad la laconia, región que tomaron por la fuerza esclavizando a los ilotas originarios del lugar. El resultado de aquella gran legislación e introducción de costumbres por parte de Licurgo en la sociedad espartana del siglo 10 antes de Cristo, puede ahora medirse de distintas maneras, pero es necesario escapar al subjetivismo, cosa que poco hacemos por otra parte. Si nos situamos en aquella época, en que las sociedades se organizaban para salir de la barbarie del pensamiento mágico, no podemos menos que admirarnos de la proesa licurgiana. Pero es menester concluir que una rigidez tal no hacía otra cosa que congelar todo progreso. Llegaron a ser Los Dueños del Peloponeso y potencia hegemónica en Grecia tras una guerra de 30 años con la poderosa Atenas. Sin embargo; la invencible máquina militar que durante 300 años representó el ejército espartano, fue derrotada por un pequeño ejército tebano al mando de Epaminondas, un homosexual de admirable genialidad que introduciendo algunas reformas en la estrategia militar, acabó con la gloria de Esparta, cuyos estandartes no habían sido atados aún a ningún carro triunfal de la Tierra. Le valió a la sociedad espartana ese espíritu severo para sobrevivir a la sociedad ateniense. Sin embargo hoy Esparta es apenas un mísero villorrio de alrededor de 6000 habitantes, en cuyo museo es imposible encontrar rastros de algún arte original antiguo que evidencie la existencia de una sociedad civilizada. De Esparta no queda nada que pueda ser materia de estudio aparte del carácter personal, lacónico y militarista de sus hombres y mujeres. De su rival Atenas, con sus grandes contradicciones y desórdenes políticos e ideológicos, heredamos toda la civilización posterior. La que será objetivamente evaluada quizás dentro de cientos de años, por cuánto nosotros aún vivimos en ella.
Nos queda como reflexión que toda sociedad por virtuosa que sea al comienzo, debe avanzar por el camino del o morirá al no sobreponerse a la grandeza de su origen.
El órden se hace conservador, el progreso necesita desorden. Por cuanto no es más que desorden todo cambió que se produce y aún hoy la posición privilegiada o postergada de todo ser, se revela en la necesidad que tenga de la dinámica dialéctica de estos dos conceptos: órden y cambio.
Comentarista de literatura clásica, de la historia y de la historia de la Filosofía. Autor de «Manual de Ordenanzas de Obras Públicas» y de «El Humor de los Sabios».