LA GUERRA DE TROYA PARTE II. La Manzana de la Discordia.
(Imagen de www.mitología.info)
Al momento de analizar las causas de la Guerra de Troya, los griegos, tenían fundadas sospechas acerca de la real participación de los dioses, y de la responsabilidad que les cabía a Paris y a Helena en el drama pasional que culminó con la espantosa Guerra.
La génesis de tales infortunios, que luego relató magistralmente Eurípides en su tragedia: “Las Troyanas”, se gestó mucho tiempo antes de que Paris y Helena supieran cada uno de la existencia del otro.
Sucedió que, en la fiesta de casamiento de la Diosa Tetis con el Héroe Peleo, casi todos allí habían coincidido en no invitar a Eris, la diosa de la Discordia. Para evitar que la velada terminara en algún disgusto.
Para los griegos; los dioses no eran la mera representación antropomórfica de los poderes incomprensibles que regían al Universo, sino que eran la encarnación misma de tales potencias. Por decir algo; Ares no era simplemente quien representaba la guerra, sino el que la provocaba, la hacía, enardeciendo los crueles pechos de los hombres al punto de desear la batalla, la sangre y la muerte. Asimismo, Afrodita sólo había tenido que insuflar en el aire que Helena respiraba, su esencia erotizante para que ésta deseara urgentemente entregarse a Paris.
Cada Dios tenía en su función, la intención de generar esta o aquella influencia en el corazón del ser humano, de las bestias y el curso de los astros. A su vez los ríos, mares, y montañas, eran divinidades, y a cada rango o intensidad de los efectos provocados, correspondía un escalafón divino. La pobreza, por ejemplo: no era una diosa, pero sí una daimona, una deidad inferior, pero deidad al fin.
¿Cómo habrían de querer invitar a la diosa de la Discordia a un casamiento? Era claramente buscarse un problema.
Pero Eris, para desgracia de los dioses y las diosas, Paris, Helena y el reino de Troya; se enteró del destrato hacia su persona y decidió vengarse de tal afrenta. Y ésta es la génesis de todo el Mito que hoy analizamos.
De acuerdo a su profesión: obviamente “sembrar la discordia”, decidió arrojar por la ventana del palacio de Zeus, una manzana de oro, de un brillo incandescente, con la inquietante leyenda: “Para la más hermosa entre las diosas”. ¡¡Channn!!
De inmediato quisiéronla para sí, las más grandiosas hembras del Universo. Y se desató en la fiesta una alocada discusión acerca de quién de todas era la más bella. A partir de ahí el Casamiento de Tetis con Peleo, futuros padres de Aquiles, el de los pies ligeros; quedó sepultado en los avatares de la discordia desatada por la codiciada manzana de oro.
Por supuesto no podrían ponerse jamás de acuerdo y, por lo tanto, ante el disturbio general, decidieron que habrían de someterse a la opinión de terceros.
Se pensó en formar un jurado compuesto de dioses, pero ¡Ay! ¡qué bien se conocían!, ninguna de las diosas confiaba en el juicio imparcial de los dioses allí reunidos, y esto evolucionó hacia una discusión cada vez mayor, dado que la concurrencia en general vociferaba sus desconfianzas con base en antiguas reyertas que escalaban en ardor y en gritería. Fue entonces que tronó el rayo de Zeus, que a todos intimidó con su cólera por la situación creada y decidió que el jurado sería un mortal.
EL REINO DE TROYA
Muchos años antes de nacer Paris y Helena, Zeus, en otras latitudes hacía de las suyas. Apasionado por una pléyade llamada Electra, la sedujo y tuvo con ella un hijo al que llamó: Dárdano, destinado a ser el padre de la dinastía troyana. Dárdano tuvo por hijo a Ilo, quien fundó la ciudad de Ilión, capital de Troya. Ilo, a su vez fue padre de Laomedonte y éste, padre de Príamo, quien tuvo varios hijos entre los que se contaba Paris, el galán de esta historia.
Si no se perdieron en esta corta sucesión de nombres, sigamos.
Durante el reinado de Laomedonte –abuelo de Paris-, las murallas de Troya fueron construidas por los dioses Apolo y Poseidón. Habían intentado derrocar al padre Zeus, y éste en castigo los condenó trabajar de albañiles durante un año. En consecuencia, los envió con Laomedonte para que los empleara.
Escuadra, Plomo y nivel en mano, levantaron las murallas de la ciudad de Troya. Tomaron la precaución de pedir la ayuda de algunos mortales, ya que una muralla construida por dioses; sería para siempre indestructible.
No obstante estar sometidos a trabajos forzados, fueron con Laomedonte a negociar un salario de oficiales de la construcción. Más cuando terminaron las imponentes murallas, y se presentaron a cobrar, el rey no les pagó, alegando que Zeus jamás habló del pago de honorario alguno.
Poseidón contrajo así un odio acerbo contra los troyanos, mientras que Apolo, sabiendo que no era su voluntad trabajar en dicha obra, sino purgar una condena impuesta por Zeus, decidió tener sentimientos de satisfacción para con su trabajo, y llegada la guerra combatió del lado de los troyanos.
El odioso Poseidón envió entonces un monstruo para que asolara las playas troyanas. Sin embargo, Laomedonte tenía una carta en la manga, y contrató a Hércules para que matara al monstruoso bicho.
Ejecutada la tarea Hércules pasó a cobrar y una vez más Laomedonte incumplió su trato y no pagó el trabajo, de modo que Hércules, que era menos paciente que Poseidón, decidió matar a Laomedonte y a toda su familia.
Sin embrago Príamo –Hijo de Laomedonte-, había aconsejado pagar la deuda, y por ello Hércules, lo dejó vivir y lo instaló en el trono de Troya.
Príamo, aprendiendo la lección, decidió agasajar permanentemente a los dioses, según Homero: “Sacrificando en perfectas hecatombes, a cientos de cuernitorcidos bueyes de rotátiles patas”.
De ese modo, fue recompensado por Zeus con 50 hijos. Todos famosos por sus virtudes, que iban desde la videncia y la bravura, a la belleza sin par. Todos murieron en la Guerra de Troya, y así como del lado griego se empezó a culpar a Helena, del lado troyano el maldito fue Paris.
PARIS DE TROYA.
Uno de los hijos adivinos de Príamo, llamado Esaco, había profetizado al nacer Paris, que su hermano traería la ruina al reino de Troya. Y le aconsejó en acuerdo con los sacerdotes, que matara al niño en prevención de tales desgracias. Sin embargo, Príamo, no se animó a hacerlo y encomendó a su jefe de pastores la sangrienta tarea. A su vez el pobre hombre no quiso hacerlo por temor al castigo de los dioses y lo abandonó en un rincón del monte Ida para que las fieras fueran las ejecutoras del aberrante crimen. Como Príamo le exigiera una prueba del infanticidio, fue al tercer día a buscar los restos del pequeño, pero lo encontró siendo amamantado por una osa. Al ver tal prodigio, se lo quedó para él y le llevó como prueba al rey una lengua de perro.
Como hijo adoptivo de Agelao, Paris tuvo una vida sencilla. Pero su naturaleza regia era difícil de esconder. Portador de una apostura sin igual, enamoró a la ninfa Enone, y cuentan que grababa a punta de cuchillo, el nombre de su amada en la corteza de los árboles. Costumbre que cada uno de nosotros, cuando enamorados, hemos ejecutado alguna vez. Sino es así, usted no tiene perdón de los dioses.
Paris pasaba el día apacentando ovejas, vacas y haciendo pelear a los toros de Agelao. Se volvió un experto entrenador y su vanidad lo llevó a vanagloriarse de sus bestias, al punto que ofreció una corona de oro al que fuera capaz de matar a su toro campeón. Tuvo la desdicha de ser escuchado por el dios Ares en persona, quien se disfrazó de toro y mató al campeón de Paris. Paris no se quejó del ardid, y como no había nada que impidiera a un dios convertirse en toro, decidió pagar la apuesta y de esa manera consiguió que los dioses le tuvieran en muy alta consideración.
Al momento de buscar a un mortal para laudar en el concurso de belleza entre de las diosas, lo eligieron en honor a su prudencia y sensatez. Enviaron a Hermes, el Dios de los ladrones y los comerciantes a informar al joven boyero, de la función que por orden de Zeus debería cumplir. Determinar entre las diosas, quien era la más bella. Y entregar así en galardón La Manzana de la Discordia.
PROXIMA ENTREGA: EL JUICIO DE PARIS.
Comentarista de literatura clásica, de la historia y de la historia de la Filosofía. Autor de «Manual de Ordenanzas de Obras Públicas» y de «El Humor de los Sabios».