Hace rato que pienso en escribirte. Escribirte algo que comience con

«Te dejé en las mejores manos que te pude dejar».  

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Aunque una se prepara la muerte siempre me sorprende y me rompe un poco. Desde chiquita estuve en frente de cajones despidiendo seres queridos. Es común para mí, pero nunca deja de doler. Es parte de la vida lo sé pero duele. Aprendí que ante la muerte no se dice nada: un abrazo y a lo sumo un te quiero, pero nada más.

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Un poco de razón tiene Hegel cuando dice que el único momento realmente ético es la muerte, los ritos funerarios donde volvemos «humano», extraemos de la naturaleza a los difuntos para que no se conviertan en cosas inanimadas. Por eso son tan importantes los velorios y recuperar a los desaparecidos, en democracia y en la dictadura. Un entierro digno para aquellos, para ellos, para llorarlos, para demostrar que los amamos, para despedirnos.

Ante la muerte un abrazo y nada más. No hace falta el lenguaje.

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Heidegger dice que el ser humano es un ser para la muerte, es un «entre» la nada y la nada. Es el único ser que piensa en su propia muerte y en la de los otros. Capaz que de ahí vienen todos nuestros problemas y sus soluciones.

Vuelvo a decir «te dejé en las mejores manos que podía dejarte» y te moriste ahí.

Lo loco es que cuando alguien muere se resignifican todas las muertes,

Lo loco es que el mundo se detiene por unos instantes para unx, pero no para el resto. 

Tuve el placer de verte nacer, pero no de morir. Capaz que por eso duele más: no estuve en tu momento ético, pero 16 años de vida y un poco más fui feliz y espero que vos también.

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«Serenidad para-con-las-cosas»