Ceferino duerme envuelto en la noche que se cuela entre los tablones y la paja del techo.
No sueña con su futuro de beato, donde sus ojos inertes observan la humanidad en su duro trajinar desde anaqueles deslucidos y paredes de barro: se encuentra sobre un escenario en Broadway, sus pies, siempre desnudos, ahora cubiertos en zapatos de tap vuelan y saltan por los aires; zumban y repiquetean mágicamente. Es un pájaro, un colibrí; es Fred Astaire.
El público lo sigue ávido, maravillado saboreando su cada movimiento hasta el salto final. El rostro anónimo y múltiple de la audiencia grita y aplaude a rabiar.
De repente un silencio mortal. Ceferino descubre su desnudez frente a las candilejas: su poncho yace caído en el suelo y un frío sepulcral lo envuelve.
Afuera despunta el alba.