UNO
En el fútbol hay cuatro artistas. Al menos, cuatro artistas en serio. Jugadores a los que podríamos editarles un tape con sus mejores jugadas, hacer que sus siluetas sean solamente una sombra oscura, y aún así reconoceríamos quienes son solamente por su manera de moverse en la cancha.
DOS
Diego Armando Maradona es el primer artista. Antes de Diego, el fútbol era un meteorito recién caído del cielo, una piedra a la que todo el mundo se le congregaba para rendir adoración, contentos de sentir en la piel el calor aún fulgurante del suceso. Diego tomó la pelota y, tal como lo hizo fuera de la cancha con su excelso uso del lenguaje hablado, creó una manera de jugar que si bien había sido insinuada antes por otros tipos con la 10 en la espalda, parecía imposible de llevar a ese estado de gracia. Se ve aún en los videos repetidos en todas las pantallas del planeta: la manera en la que soporta los embates de sus rivales, cada parte del cuerpo absolutamente electrificado por la búsqueda hacia el objetivo, una precisión milimétrica a la hora de acompañar el balón, es milagroso si el no fuera un Dios. ¿El Dios? Diego es el primer poeta de todos. Es un poeta rebelde que, como a Picasso, le tomó 4 años aprender a jugar como un titán y después pudo permitirse cosas que a nadie se le habrían ocurrido. La mano de Dios es Diego acunando en su regazo al reglamento del deporte para luego comerlo a mordiscones. Como la incorporación de la voz hablada al cine, nos muestra que además de ser divertido y apasionante, el fútbol puede ser bello. Puede ser una manera de entender el cuerpo, que, al fin y al cabo, es lo más cercano que tenemos a tener «algo».
TRES
Zinedine Zidane es uno de los poetas más raros de la historia. Su estilo artístico es tal vez junto al del próximo poeta, el más desprolijo de todos. En el mejor de los sentidos. Zizou es espástico, juega con partes del espacio que están lo más lejos posible de su propio cuerpo, es un poeta desgarbado, que a veces se mueve como si se le estuviera escapando la pelota. Sería así si no fuera que constantemente sus gambetas, sus búsquedas de lugares en la cancha no confirmaran una y otra vez que todo (increíblemente) estaba planeado desde el primer minuto. Zidane es el fallo a punto de ocurrir, pero un fallo que nunca llega. Es una profecía autocumplida que está maquinada desde el principio para no cumplirse.
CUATRO
Juan Román Riquelme nunca fué un jugador corpulento. Su posición no lo demanda. Sin embargo hay algo en la manera en la que Román se para con la pelota. Hay algo ahí, en la forma en la que planta bandera y mueve su cuerpo mientras tiene tres tipos encima tratando de sacarle la pelota que no puede ser descripta sin imaginar que son cosas que tuvo planeadas desde el principio. En principio, Román es un poeta similar a Zidane. Es bastante descontrolado en sus movimientos, y ese es uno de sus fuertes. Uno de los ejemplos primos de tal situación es el ya antológico «Caño a Yepes» (por cierto, uno de mis nombres de obra de arte preferidas) donde de espaldas al jugador de River Plate, pisa la pelota, lo aniquila, transformando su apellido en la miseria total, sale momentaneamente de la cancha para evadirlo y vuelve para continuar con la pelota. Yo soy de River, recuerdo ver ese caño en su momento. Pocas veces en mi vida entendí tanto de manera interna e inconsciente la posibilidad de disfrutar una humillación tamaña.
CINCO (de copas)
Lionel Messi es tal vez, en cuanto a estilo, el poeta más completo de todos. Tiene sus momentos donde es puro desparpajo, con sus embates riquelmeanos, otros donde es mucho más compacto en su magia y se parece más a Diego, y otros donde hace cosas que no tienen sentido por donde lo veas. Ya lo dijo el poeta anterior al que referidos, Juan Román Riquelme: «Jugar a la pelota como lo hace él es como manejar en la autopista. ¿Si hay un choque, vos seguís por ahí o vas por otro lado? ¿Doblamos, no? El único que se mete en el choque es Messi, Messi se mete ahí porque el no sabe como carajo hace, el sale, hace el gol y no se da cuenta. Se va a la casa y lo mira por la tele.» Que mejor que un poeta para hablar de otro poeta. Messi es eso: es el hombre que mira quince autos destrozados uno fundido con el otro y los atraviesa como si fuera liviano y maleable como el agua. Escribo esto la noche del 16 de diciembre de 2022. En no muchas horas, Lionel Andrés Messi Cuccittini jugará su segunda final del mundo. En este momento, es uno de los goleadores del torneo. Además, está también empatado con la mayor cantidad de asistencias. Está jugando su quinto mundial. Está jugando, podría decirse, su mejor mundial. Está jugando, también podría decirse, los mejores partidos de su vida, con el nivel más alto que nadie pudo imaginar. Al mismo tiempo, está haciendo una de las mejores actuaciones individuales que un jugador puede hacer en el torneo más importante que el deporte ofrece, y lo hace en un momento de su vida en la que el resto de los poetas de esta lista, por diversas razones, ya no podían escribir los versos que podían en sus años más mozos. Lionel Messi tiene 35 años. Y este, el de ahora, el que desde nuestras casas estamos viendo, puede llegar a ser su mejor poema. Nos vemos todos el domingo.