En segundo año de la secundaria, tenía un compañero al que le decíamos «Lechuga». No recuerdo su nombre ahora, y no sé que dice eso sobre el, o sobre mi. Lechuga tenía una risa bastante particular. Se manifestaba en una suerte de staccato, y no consistía de «jas» sino de algo más parecido a una j mezclada con una o y una a, tal vez más cercano a un joa, pero no era eso. Parecía eso, pero unido a un sonido medio tosístico, como una persona riéndose después de una traqueotomía. Y a mi me causaba tanta gracia su risa y envidiaba tanto que fuera de los chicos populares que empecé a copiarla. Ahora a la distancia reconozco lo patético de la situación, y que en realidad venía desde un rincón mío completamente rebalsado de odio y asco, pero en su momento quise ser lo que no quise ser, sin saber que no quería serlo.

Ahora, el gran cambio entre eso y Javier Milei emulando una estética y una épica argentina del siglo XIX es que cuando yo emulaba la risa de Lechuga tenía entre 13 y 14 años, y Javier Milei tiene 53 y es el presidente de la Nación.

No puedo decir que me sorprende el modus operandi del presidente, porque Argentina es un país con un arsenal de próceres y de hitos históricos realmente impresionantes que no tienen nada que envidiarle a los países que el hombre que finge tener perros que no tiene ama. Comparar a San Martín, Belgrano o Alberdi a gente como George Washington es como comparar a Messi con el 4 suplente de la reserva de Tristán Suarez.

El problema, de nuevo, es que ahora el público no son los 28 compañeros restantes con los que compartía aula en la secundaria en Río Negro, a quienes con mucha razón les chupaba quince huevos si yo imitaba la risa de un compañero, sino que el hombre que decide el destino de un país tiene a 50 millones de argentinos mirándolo. Hay pateticismos, y después está la existencia de Javier Milei.

Podés copiar la fuente con la que publicás tus comunicados para hacer que parezca un escrito de 1820, invitar a gobernadores del país a que firmen algo que se llame «Pacto de Mayo» para apelar a la épica del grupo que forjó una nación (lean de nuevo esas últimas palabras y piensen en lo titánica que es esa tarea) o inventarte una linea narrativa y una personalidad tomando de uno de los próceres menos apreciados (injustamente) y leerlo como el orto, si.

La desocupación está alcanzando números record, la gente no come prácticamente, y los asesores económicos que recorren la Casa Rosada dicen que la culpa de la crisis es de los argentinos.

Seré discreto y breve y bueno, Javier, libertarios, cambiemistas de tanga caída, de calzón cagado, y voy a mostrar una foto de lo que está por venir: