No te busqué, pero de pronto estabas asomada a mis días, en mi casa, entre mis cosas; mi voz interna ya no era mi voz; todo tendía a conectarse de alguna forma con tus formas.

Tampoco busqué que te fueras. Las cosas, los días, mi casa, Idea Vilariño, el té con alfajores, todo lo que hacía, miraba y soñaba eran espejos retrovisores donde te veía partir. Infinitamente. 

Te ibas, pero a través de un artificio retórico seguías estando.

Todos los bancos de todas las plazas de todas las ciudades eran el banco de la Plaza Roca. Todos los subtes, por feos, sucios e incómodos que parecieran, eran el vagón de asientos rosados menos desgastados de la línea B. Toda la gente caminaba atolondradamente y haciendo gestos con las manos. A todos miraba esperando un gesto que me confirmara lo evidente: una aguja atravesaba y cosía las solapas del espacio-tiempo, y vos, eras su hilo conductor dorado. 

Un libro se materializó en la Biblioteca de Alejandría antes de su incendio, y sostenía que todas las noches que acaecieron en la historia eran de alguna forma nuestra noche. Quizás ese libro inició el fuego incendiándose desde adentro, espontáneamente. Como nosotros, que en pos de arder arrasamos con todas las otras historias de nuestra vida, como si no merecieran ser contadas. Como nuestra forma de besar, tan inflamable. Todos los besos bien dados del mundo eran tus besos. Hoy nada es beso, nadie besa ya: sólo apoyan sus labios en otros.

No estás, no vas a estar. Nunca quisiste estar. No quiero que estés ya. Y sin querer, aunque andás surcando quién sabe qué cielos nocturnos de alguien, te traje de nuevo a este cielo de papel donde vuelan las posibilidades. 

Puedo reducir a cenizas esta hoja, borrar el archivo, pero no desaparecer este teseracto mío donde todavía hablás, respirás, amás. El amor de quien te escribió un poema se graba a una profundidad dimensional que otras cosas no tocan nunca. Todo aquel que piense en escribirle uno a su ser amado debería pensarlo dos veces: dejará sin saber en el otro parte de sí, una imagen suya de respaldo, por si algún día lo quieren olvidar. 

Esta noche la lluvia me trajo a ese abismo sutil que dejaste para hablarte en prosa, porque para no nombrarte más, primero tengo que pronunciarte por última vez. No se tacha un amor de la memoria: sólo se sobreescribe el recuerdo. Guardar documento.