Cuando pasó lo que pasó, busqué gente. Busqué reemplazos, busqué pasado, busqué personas que supieran cómo me quedaba esa ropa que ahora es vieja, que tuviera otra música. La densidad de los recuerdos me parecía a simple vista insoportable, todo era capaz de vincularse a la herida. La herida: cuando pasó lo que pasó busqué gente con la misma herida, con los mismos abollones, con las palabras que yo no tenía. Ahí arriba de ese café donde escribí en libretas hay un edificio notable, pero recién hoy me percato. Fuimos a tomar un café con Anita, no puedo conectar. Sus dramas académicos, a mí qué me importan sus problemas tan lejos de los míos, terrenales por carencias comunes. Sonaba Nelly Furtado, como si fueran los 2000, como si por todo el siglo fuéramos a tener que aguantar la misma música. Yo me había comprado una novela de una autora que no conocía, pero me interesaba esa premisa, esa promesa de los libros que queremos escribir. Qué rabia perder el tiempo con gente que no te interesa, los compromisos. Yo quiero mi rutina que nunca fue tal, la casa blanca, antes del derrumbe. Porque desde que pasó lo que pasó mi cuerpo se puso en pausa, en una pausa fisiológica y no deseante, sólo envejezco.
La consigna de hoy era “ella no había visto al viejo desde”. Podría contar hasta los segundos, pero no quiero. No quiero ser consciente de que no tengo nada nuevo todavía, nada que no sepa, ropa que no conozca. Nada que hacer más que pisar el asfalto mojado hasta que me duelan las piernas.