Vine a limpiar el apartamento. Hay mucha humedad y luz, uno de los helechos tira hojitas diminutas en el piso. Siempre prefiero que no esté ella, porque me estorba y me habla y demoro más. Me encuentro una notita con instrucciones: tengo que comprar productos de limpieza, un champú que se volcó y una colita para hacerle rellena al horno. Me he vuelto casi vegetariana, pero por plata. Amo la carne, desgarrar el músculo con los dientes. El vino, las papas doradas. Cuando pasó lo que pasó, hacía varios días en que no comíamos juntos. parte del desprecio.
Prendo el parlante gris y pongo la radio, hablan de política. Quedo bastante por fuera, opto por música, mejor. Barro los parquets, se junta pelo y pelusas, encero, doblo ropa. Prendo el lavarropas, hace mucho ruido, como la heladera. Junto moneditas, piecitas que no sé de dónde salen. Las sillas son endebles, pero ella las adora. El sillón con la manta de Perú, los cuadritos, las velas, los ceniceros. Hago todo de forma mecánica y el olor a limpio va invadiendo el apartamento, junto con los cantos de los pájaros. El baño no es conflictivo, lo deja limpio, pero el balcón es un basural. Salgo con su dinero y su bolsa de mandados al supermercado. Vuelvo y cocino, me sirvo un vaso de refresco casi sin gas. Nadie me escribe, nadie me molesta, pero me siento absolutamente sola. Termino de repasar, me sirvo una porción pequeña de asado. Me gusta la carne, apenas cocida, saladita, con salsas fuertes. Seco la vajilla, repongo a su lugar las plantas que había bañado en el balcón. Ella llega en un rato, mejor me voy. Dejo el cambio en el bowl de la entrada, saco la basura y vuelvo caminando a casa, mañana llevo las sábanas a pasear.